I. HISTORIA E HISTORIOGRAFÍA
La historiografía es la ciencia de la historia; de donde
resulta que la historia es el objeto de la historiografía; sin embargo, no habría
historia sin historiografía. Es decir, lo que singulariza el fenómeno que
llamamos historia es que consiste en un proceso de autoconciencia, de reflexión
sobre sí mismo. Y la historiografía es la forma más elaborada de esa
conciencia. De otro modo, toda nuestra conciencia viene determinada por el
pasado y nuestro hacer en el presente depende de esa conciencia histórica. Y es
justamente a ese hacer con conciencia, ese hacer humano, a lo que llamamos
historia; otra cosa sería mera biología.
Por tanto, podemos definir la historia como un vasto
y complejo proceso de génesis, crecimiento y organización a través del cual
la humanidad toma conciencia de sí misma y de su situación en el mundo, y el
individuo emerge como persona ante la naturaleza y la propia historia.
Consideremos ahora cada uno de los elementos de la
definición. En primer lugar, tenemos un
proceso vasto y complejo; es decir, tenemos algo que sucede en el tiempo y
tiene, por tanto, un carácter asimétrico, vectorial, cuya amplitud abarca a
toda la especie humana y en el que intervienen múltiples y diversos elementos.
La historia, además, como la vida de donde procede, es crecimiento.
Basta para comprobarlo comparar los miles de millones de individuos que hoy
pueblan el planeta Tierra con los escasos miles de las primeras culturas paleolíticas.
Por supuesto que el crecimiento se puede decir en otros sentidos; pero parece
que este modo de crecimiento es el más evidente y fácil de evaluar.
La historia, en consecuencia, es organización de la vida humana, lo que resulta claro al observar la
mayor diferenciación de funciones, y de organismos e instituciones que se
ocupan de ellas, en las modernas sociedades posindustriales al lado de las
primitivas comunidades de cazadores, lo cual se traduce en una creciente complejidad
de la vida social.
La historia como conciencia:
El continuo desarrollo de las ciencias humanas y de la naturaleza, y la
divulgación del saber y de la información a capas cada vez más amplias de la
población, explican suficientemente este aspecto del devenir histórico.
La historia como personalización:
En la historia el individuo va conquistando penosamente el derecho a que se le
reconozca y considere por sí mismo, como ser humano, y no como miembro pasivo
de una estructura superior, como extraño (es lo que hoy llamamos Derechos
Humanos). Los profetas y filósofos ya enseñaron hace tiempo que todas las
personas tienen derecho a que se les considere como tales, que todos somos hijos
del mismo Dios, y hoy no son pocos los territorios en que la teoría jurídica,
política e ideológica asume este reconocimiento; pero su realización es
siempre incompleta (acaso porque su logro tiene ese carácter de horizonte utópico
que tantas veces ha inspirado a filósofos y profetas).
II. ESTRUCTURA DE LA HISTORIA: CULTURAS Y CIVILIZACIONES
La historia es un proceso de sentido único, o sea,
vectorial (de lo simple a lo complejo, etc.); pero este movimiento no es
uniforme ni homogéneo, sino que se concreta en el espacio y en el tiempo en
culturas y civilizaciones, que constituyeron a modo de ramificaciones del gran
tronco de la Historia al que hoy, cuando la Historia se hace Universal,
planetaria o global, vuelven a la manera de afluentes.
Unas y otras constituyen la respuesta (los medios
materiales y formales desarrollados por la comunidad humana para mantener y
mejorar sus condiciones de vida) que determinados grupos humanos han dado al
problema de la vida en sociedad, válida en tanto que posibilitó la duración
de esas comunidades hasta su disolución o integración en otras posteriores.
Así, emplearemos el término
CULTURA
para los pueblos que aún no han alcanzado la revolución urbana, y el de
CIVILIZACIÓN
para designar los logros, tanto materiales como espirituales, de aquellos
pueblos que ya la han rebasado
Esta diferencia suele implicar otra: Los pueblos que han
permanecido o permanecen en el estadio de la cultura interpretan la realidad
mediante mitos (pensamiento mítico) y tienen una concepción cíclica del
tiempo; en cambio, los pueblos que acceden a la civilización, sin renunciar a
los mitos, desarrollan la ciencia (pensamiento científico) como instrumento
para explicar lo real y una idea vectorial del tiempo, lo que aplicado a su
propia realidad da como resultado la aparición de la conciencia histórica, de
la historiografía y de la Historia.
Por tanto, si el objeto de la historiografía es la
Historia, debemos añadir que el estudio de la historia se concreta en el
estudio de las civilizaciones.
Hay además otra diferencia fundamental. Con la revolución
urbana y la aparición ya de importantes excedentes de producción, consiguiente
a la revolución tecnológica desarrollada entre los milenios –V y –III
(invención de la rueda, arado, riego artificial, navegación a vela,
metalurgia, ladrillo, calendario solar, escritura...), determinados grupos
humanos encuentran más rentable apropiarse de lo que producen otros en vez de
producirlo ellos con su propio esfuerzo. Para asegurarse el control de la
producción y el dominio de las personas, idearán toda una serie de
instituciones, el Estado, que les permitirán gozar permanentemente de este
poder. Aparece por tanto la ciudad como centro de intercambio o mercado, y sede
del Estado. La costumbre del poder generará tal alienación, enajenación o locura, que llevará a los
poderosos a toda clase de violencias para conquistarlo y conservarlo.
III. ESTRUCTURA DE LAS CIVILIZACIONES
Las sociedades humanas son sistemas vivos; es decir, conjuntos de familias organizados para
asegurar la supervivencia y crecimiento de la comunidad, con capacidad para
obtener, elaborar e integrar materiales del medio natural y de otras sociedades.
A. EL CONTEXTO INTERNACIONAL
La última cualidad citada supone
que toda sociedad es, al mismo tiempo, un subsistema dentro del sistema que
forman las sociedades de su civilización, y ésta, a su vez, otro subsistema en
el sistema de todas las civilizaciones.
Por tanto, antes de iniciar el estudio de una sociedad
concreta en un tiempo concreto, es preciso situarla
dentro de las coordenadas históricas del momento y hacer referencia al tipo de
relaciones que mantendrá con las otras sociedades de su entorno, lo que nos
dará los parámetros para evaluar su desarrollo.
Establecido ya el marco de referencia internacional,
abordaremos el estudio de nuestra sociedad de dos maneras distintas:
sincrónicamente;
es decir, su situación en un momento determinado de su historia, y
diacrónicamente;
vale decir, su evolución a lo largo del tiempo.
B. EL ESTUDIO SINCRÓNICO
Al
analizar cualquier formación o sistema social debemos considerar que estudiamos
el modo de vida de personas que, básicamente, tenían los mismos problemas que
nosotros; es decir, nacían, crecían, se
emparejaban, sufrían y gozaban, tenían hijos y morían; se relacionaban
con otras personas, trabajaban y se encontraban integrados en jerarquías
sociales y políticas que estimulaban o bloqueaban su desarrollo humano o
social; finalmente participaban de un complejo sistema de valores, normas,
costumbres, hábitos y creencias, de unas mentalidades en fin, cuya comprensión
nos permitirá entender no sólo su mundo, sino también el nuestro, que en
definitiva es el objetivo de toda historia como más adelante veremos.
Todas las actividades y
situaciones enunciadas, para un estudio más cómodo, las podemos agrupar en
tres estructuras sectoriales básicas:
1.
Estructura socioeconómica: Integrada por dos subestructuras complementarias.
a)
Estructura económica: Llamamos así al conjunto de medios humanos y
materiales, y de relaciones sociales encaminadas a producir y distribuir bienes
y servicios; es decir, todo lo necesario para la vida de los individuos y de la
comunidad. En ella conviene distinguir:
Medio
natural: El espacio geográfico (ubicación, relieve, clima,
recursos...) donde se desarrolla una sociedad.
Población:
La protagonista de toda historia, portadora de la fuerza de trabajo, cuyo potencial biológico y capacitación científico-técnica
importa destacar.
Medios
de producción: También llamados capital,
están constituidos por todo el equipamiento material y científico-técnico con
que cuenta la sociedad. Su diverso desarrollo influirá decisivamente en las
Relaciones
de producción: Son las relaciones que se establecen entre los grupos
humanos que se apropian de los excedentes
de producción y los productores directos (amos y esclavos, señores y
siervos, empresarios y asalariados...), y muestran de qué manera se efectúa la
apropiación.
Carácter
de la producción: La producción puede estar
orientada hacia actividades muy diversas: agricultura, ganadería, industria,
servicios, etc.
Medios
de producción y relaciones de
producción constituyen el núcleo de toda estructura económica y
determinan a largo plazo la índole y desarrollo de una sociedad.
b)
Estructura social: Llamamos sociedad a un conjunto humano estable
organizado primariamente en familias, pero susceptible, además, de otros tipos
de organización (estamentos, parroquias, gremios, sindicatos, iglesias...), que
comparte un territorio, unas instituciones
y una cultura.
Desde que, con la revolución urbana, aparecen los
primeros excedentes de producción, toda sociedad se halla estructurada en clases
sociales; es decir, presenta un determinado orden
social.
Una clase social
está constituida por el conjunto de familias que ocupan el mismo lugar en unas
relaciones de producción dadas; esto es, se delimita por el modo y proporción
en que sus miembros participan de la riqueza o renta social, lo que determina un
estilo peculiar de vida que se manifiesta en comportamientos, hábitos, creencias,
grados de bienestar y de formación, opciones políticas...; aunque todas las
clases sociales tienden a imitar los comportamientos de la clase dominante.
Básicamente encontramos dos grupos de clases:
Clase
dominante: Es la que controla la distribución y se apropia de los
excedentes; posee, por tanto, el poder
económico (nobleza feudal, grandes terratenientes, burguesía industrial,
burguesía financiera...)
Clases
dominadas: Son las que, por carecer de dicho control, se hallan en
total dependencia de la clase dominante (esclavos, siervos, proletariado rural y
urbano, asalariados...)
Es frecuente a veces que la estructura social básica esté
reforzada por una estructura jurídica, e incluso religiosa, que trata de
consolidar la organización clasista; tenemos así los
estamentos,
el segmento social delimitado y defendido por un estatuto jurídico propio, y
las
castas,
el grupo humano caracterizado por su pertenencia a una determinada religión o
creencia cuando no tiene comunicación con otros grupos.
2.
Estructura jurídico-política: Se concreta en el régimen político que, constituido y definido por el sistema
político y el sistema de poder,
es la manera con que la clase dominante se organiza y organiza a la sociedad
para mantener su poder.
El sistema político
es el conjunto de individuos (de la alta nobleza, del alto clero, electores...)
y de instituciones (Rey, Cortes, Consejos, Ministerios...) que participan en la
formulación de decisiones (órdenes, decretos...) y de normas (fueros,
constituciones, leyes...), así como esas mismas normas, que regulan el
funcionamiento de la sociedad para asegurar la conservación de las relaciones
de producción que se dan en la estructura económica.
El sistema de
poder lo constituyen las instituciones (administrativas, judiciales,
educativas y en última instancia la fuerza) encargadas de imponer a la sociedad
la aceptación y realización de tales decisiones y normas.
No siempre coinciden poder económico y poder político
en el mismo grupo social; pero siempre, salvo en las coyunturas revolucionarias,
existe armonía y complementariedad entre el poder político y el poder económico.
3.
Estructura ideológica: Constituida por la ideología y los medios de difusión
y control ideológicos.
La ideología
es la representación ideal que de sí misma tiene una sociedad, de sus valores
y de sus fines, y está inspirada por los intereses de la clase dominante a los
cuales justifica y legitima.
Los medios de
difusión ideológica son las instituciones o instrumentos por medio de los
cuales se socializa la ideología: la religión, las fiestas y ritos, el arte,
la literatura, la prensa, la escuela, etc.; es decir, todo aquello que comúnmente
se llama cultura.
Los medios de
control son las instituciones establecidas para perseguir y penalizar las
desviaciones de carácter ideológico: tabúes, Inquisición, tribunales de
honor...
La ideología, como los mitos, se interpone de tal manera
entre nosotros y la realidad, que deforma completamente la visión que de ella
tenemos dificultando su conocimiento.
Sólo la confluencia de los tres poderes —económico,
político e ideológico— hacia la conservación del desigual reparto de la
renta o riqueza social podrá darnos la clave para entender la trama de
cualquier sociedad.
Todo lo anterior lo podemos ver, a modo de ejemplo, en un resumen esquemático del reinado de los Reyes Católicos.
C. EL ESTUDIO DIACRÓNICO
Si la estructura socioeconómica es la determinante a
largo plazo de la evolución de la sociedad, cualquier intento de periodizar el
desarrollo de una civilización debe basarse en los cambios que surjan en esta
estructura y, sobre todo, en las relaciones de producción.
Atendiendo, pues, a la naturaleza de las relaciones de
producción es posible distinguir provisionalmente tres modelos de sociedad (en
la llamada civilización de Occidente), o modos
de producción, distintos que se suceden cronológicamente: esclavista,
feudal y capitalista liberal.
El paso de un sistema a otro siempre tiene lugar mediante
revoluciones en que las clases
dominadas se rebelan para cambiar unas relaciones de producción que consideran
injustas.
Sin embargo, en el desarrollo de un modo de producción
también debemos establecer períodos distintos basados en los cambios en el
equilibrio de fuerzas sociales que se dan en las relaciones de producción, los
cuales repercuten en la aparición de distintos regímenes políticos: monarquía
feudal, autoritaria y absoluta en el modo de producción feudal.
Por otro lado, el desarrollo de un modo de producción,
como el de la Historia, tampoco es homogéneo; así, dentro del período de
vigencia de un modo de producción, siempre será posible encontrar distintas
formaciones sociales que rivalizan entre sí, en el seno de las cuales pugnan
modos de producción diferentes que protagonizan clases diferentes.
De todo lo anterior puede deducirse que, en el tiempo, el
eje que vertebra la historia de las sociedades es el esfuerzo por conseguir
mayores excedentes o renta social y
la pugna por su distribución, lo que se traduce en lucha por o contra el poder,
dado que su control supone el control de la distribución de excedentes. En
consecuencia:
El
eje argumental del estudio diacrónico debe ser esta lucha por o contra el poder
y la consecuente ampliación o disminución de la cuota de participación en la
distribución de la renta social.
Llevada esta conclusión al ámbito de las relaciones
internacionales, la defensa del territorio y los recursos y su contrario, la
conquista de territorios y de recursos, serán las líneas argumentales que las
expliquen.
IV.
LA HISTORIOGRAFÍA. ¿PARA QUÉ EL ESTUDIO DE LA HISTORIA?
Toda acción personal está cargada de sentido, lo que
supone un conocimiento y concepción de la Historia (ya sea activa o pasiva, lo
más normal); de ahí la necesidad de entender lo que somos y hacemos en el
presente. Dicho de otro modo, nuestra mente se ha formado con los materiales que
la historia ha arrastrado hasta nosotros y todas nuestras acciones tienden a
mantener o subvertir, lo sepamos o no, nos guste o no, un determinado orden social.
Pero todo presente es a la vez el pasado (y en el pasado
sólo buscamos el presente); es decir, el
pasado que el historiador interpreta no es un pasado fijo, sino que se
mueve según el tiempo desde el que el historiador observa y la perspectiva
social que el historiador adopta, de modo semejante a como se mueve un
paisaje según el montañero asciende a la cumbre. O lo que es lo mismo, la
historia que al historiador interesa es la que le permite entender su presente y
no otra; porque para nosotros nada hay tan importante como nuestra propia vida y
todo lo que hacemos cobra sentido en función de su conservación y mejora. Por
tanto, aún cuando no seamos conscientes de ello, estudiamos e interpretamos el
pasado desde la preocupación por el presente y al mismo tiempo el presente
ilumina nuestra percepción del pasado.
A todo lo cual podemos añadir una nueva matización;
porque el presente no es unívoco, sino que aparece atravesado de múltiples
tensiones que son resultado del choque de intereses también múltiples. ¿Qué
perspectiva debe elegir el historiador? Sin duda aquella que le permita desvelar
la estructura de poder subyacente en la sociedad de su tiempo. Decía Tuñón de
Lara que el historiador debe responder siempre a una triple pregunta: ¿Quién
tiene el poder? ¿Quién y cómo lo ejerce? ¿En nombre de quién? La
perspectiva que permita responder a esa triple pregunta será la del
historiador. La elección no es fácil y en ocasiones puede ser arriesgada,
porque al poder nunca le ha gustado que se descubran sus interioridades.
Lo cual nos descubre una dimensión inesperada en el
historiador, su dimensión política, es decir, colectiva, y ética, es decir,
personal. Porque somos humanos en tanto
que ciudadanos, en tanto que seres históricos, y como seres humanos somos
herederos de la historia y sólo en la historia podremos dar sentido a nuestra
vida asumiendo conscientemente (o sea, libremente, al margen de los imperativos
del poder) el proceso de personalización que pasa a través de nosotros; es
decir, conquistando el derecho a la libertad, el derecho a ser personas.
Dicho de otro modo, estudiamos historia porque vivimos en
la historia y necesitamos conocer su funcionamiento para cambiarla y hacerla
mejor, para adaptarla a nuestras necesidades en definitiva. Podemos vivir sin saber física, química o matemáticas; porque el
universo no necesita de nuestra intervención para funcionar. Pero, si en la
historia no intervenimos ni tomamos decisiones, otros lo harán por nosotros y
nos obligarán, incluso contra nuestra opinión y voluntad. Por eso, si queremos
construir la historia en vez de padecerla, si queremos cambiar y humanizar el
mundo, si queremos crecer como personas, necesitamos intervenir conscientemente
sobre la historia. ¿Acaso no te gustaría diseñar tu propia ropa y decorar tu
cuarto o tu propia casa en vez de aceptar los que te dan ya hechos sin haberte
consultado? Necesitamos estudiar historia para ser más, pero también para
aprender a gozar del patrimonio que la historia, la humanidad que nos ha
precedido, nos ha legado, del mismo modo que aprendemos a saborear las comidas
que rechazamos en la infancia y adolescencia.
VOCABULARIO
Estado.
Conjunto de instituciones que forman parte del régimen político.
Estatuto.
Conjunto de leyes o normas propias de un territorio, sector social, persona o
grupo de personas.
Estructura.
Orden de los elementos de un sistema.
Excedentes
de producción. Dentro de un sistema económico, son todos los bienes
que sobran luego de que la población haya cubierto sus necesidades básicas.
Institución.
Cada una de las organizaciones, públicas o privadas, que regulan la vida de una
sociedad, nación o Estado.
Legitimar.
Hacer legítimo; es decir, poner de manifiesto la justicia de algo desde el
punto de vista de la razón o la moral.
Mito.
Explicación alegórica o no científica de la realidad que se pretende hacer
pasar por verdadera.
Orden
social.
Llamado simplemente orden por la
clase dominante, es la estructura social vigente en un momento dado.
Poder.
Capacidad que tienen algunas personas o instituciones de tomar decisiones que
afectan a la vida de otras personas.
Revolución.
Proceso a través del cual las clases dominadas pretenden alterar, en su favor,
las relaciones de producción y/o el régimen político.
Sistema.
Conjunto de elementos organizado para la obtención de un determinado fin, de
tal modo que el movimiento de uno de ellos afecta a todo el conjunto y el
movimiento del conjunto repercute sobre todos y cada uno de los elementos.
Soberanía.
Autoridad suprema e independiente, fuente del poder legítimo y del derecho.