Un desierto, hace cuatro millones de años.  Una mañana, un grupo de monos humanoides descubre la presencia de un extraño monolito negro. Tras la sorpresa inicial, y varias temerosas tentativas, llegan a tocarlo. Como resultado, uno de los monos aprende a utilizar un hueso para matar a su rival, dando irónicamente un paso adelante hacia la inteligencia y la humanidad.


          En el año 2001, la nave espacial Orion deja al Dr. Floyd, un científico americano, en el hotel Orbiter Hilton, instalado en una estación espacial que sirve de enlace entre la Tierra y la Luna.  Tras una reunión con otros colegas, donde se revela su misión de investigar ciertos fenómenos observados en la Luna, continúa su viaje hacia el satélite.  En la base lunar Clavius se halla otra vez el monolito negro, que al recibir el primer contacto humano, emite un silbido agudísimo, dirigido hacia el planeta Júpiter.

          Dieciocho meses más tarde, la nave espacial Discovery viaja a Júpiter, a más de medio billón de kilómetros de la Tierra.  La pilota un ordenador casi humano, HAL 9000, con cinco cosmonautas a bordo: David Bowman, Frank Poole y tres compañeros en estado de hibernación.  Al cometer HAL un error, mata a los tres hombres hibernados para disimularlo.  Cuando Bowman y Poole se le enfrentan para controlar la situación, el computador elimina a Poole, pero es desactivado por Bowman.

           

          Ya próximo a Júpiter, Bowman abandona la Discovery en una cápsula y sigue al monolito negro, que flota en el espacio, y cruza vertiginosamente la "Puerta de las Estrellas" entre una vorágine de luces, formas y sonidos. Aislado en una extraña habitación rococó, vive, envejece y muere velozmente, para renacer bajo la forma de un bebé estelar, que regresa a la Tierra.

                     

          Después de terminar Dr. Strangelove (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, 1963), una comedia glacial pero irresistible sobre los alegres comienzos del fin del mundo, varias ideas obsesionaban a Stanley Kubrick.

          Como era habitual en él, se había documentado muy a fondo para realizar esta película, hipótesis de la catástrofe que podría desencadenar un ataque nuclear de los EE.UU. a la URSS -daría los mismo si fuese al revés- iniciado por error o locura.  La lectura de docenas de informes militares y de cientos de obras de divulgación científica le hizo darse cuenta, no sin inquietud, de la barrera que separaba la ciencia del ciudadano común, cada vez más alejado de informaciones decisivas para su destino y posible supervivencia.  Al mismo tiempo, le intrigaba el interrogante de si existían otras civilizaciones más desarrolladas que la humana fuera de la Tierra y de la posibilidad de que, en algún momento, hubiesen intentado comunicarse con el hombre.  En su mente esas nociones trataban de materializarse en forma de película.

          El azar hizo entonces que cayese en sus manos un cuento de Arthur C. Clarke, un popular escritor de ciencia-ficción, publicado en 1950 y que se titulaba El centinela.  En ese cuento, un geólogo -o selenólogo, como él mismo se define- descubre en la Luna una enigmática estructura en forma de pirámide y llega a la conclusión de que es un vigilante, colocado allí por alguna civilización avanzada para advertir de los progresos de la raza humana en la exploración espacial.

          Intrigado por la idea, Kubrick se puso en contacto con Clarke.  Y el escritor le explicó su punto de vista con meridiana claridad.  "La cuestión es que si existen formas de vida superiores en el Universo, una inteligencia superior, cabe suponer que visitaran la Tierra hace millones de años.  Si no encontraron vida entonces, pudieron dejar una señal de alarma, para avisarles cuando hubiese vida inteligente en la Tierra.  Pero sería lógico que la pusieran en la Luna, y no en la Tierra, porque no les interesaría saber de nosotros hasta que el hombre desarrollase la inteligencia suficiente como para llegar a la Luna".  De esa noción, aceptada con entusiamo por el cineasta, iba a nacer 2001: una odisea del espacio.

          Durante más de un año, Kubrick y Clarke trabajaron conjuntamente para convertir El centinela en una novela, y luego en un guión.  Mientras tanto, el director se documentaba con la maniática escrupulosidad que le era proverbial.  No se contentó con seguir devorando libros científicos, e informes de la NASA sobre vuelos espaciales, sino que vió prácticamente todas las películas de ciencia-ficción producidas hasta entonces.  Y mientras Clarke daba forma a la historia, Kubrick decidió que, para persuadir al espectador, su fantasía tenía que ser creíble hasta el más pequeño detalle, desde la apariencia y el vuelo de las naves espaciales hasta su utillaje electrónico, pasando por los trajes de los astronautas, sus accesorios, su forma de caminar, de comportarse en el espacio...

          Todo eso requería mucho tiempo, un ingente trabajo, numerosos colaboradores, una documentación más que copiosa y un enfoque completamente nuevo de los efectos especiales.  En otras palabras, mucho dinero.  Pero la idea era sumamente atractiva de cara  al  público, y Dr. Strangelove había causado una profunda impresión inter- nacionalmente.  Así que la poderosa MGM, que ya había distribuido otra polémica realización de Kubrick, Lolita (Lolita, 1962), decidió correr el riesgo.  Compró el guión, que entonces se titulaba Viaje más allá de las estrellas, y se hizo cargo de la producción.  Como Kubrick residía en Londres, se convino que la filmación se efectuaría en los estudios que MGM poseía entonces en Borenham Wood.  Y el consejo de administración de la compañía aprobó un presupuesto de 6 millones de dólares, elevado con relación a las producciones medias de MGM, pero ajustado a la envergadura de la película, que se rodaría en 70 mm para su exhibición en Cinerama.

          MGM anunció oficialmente la produción de 2001: una odisea del espacio el 22 de febrero de 1965.  Pero el rodaje no comenzó hasta el 29 de diciembre de aquel año.

          Durante los diez meses que precedieron a la filmación, Kubrick trabajó muchas horas diarias en la preparación.  Obsesionado por el realismo, intentó que hasta el más mínimo detalle de la película fuese auténtico.  Se pasó meses estudiando fotografías de la Luna, para que la imagen de nuestro satélite en 2001 fuese rigurosamente fiel a los últimos hallazgos científicos.  Y decidió dotar de voz a HAL 9000, el supercomputador que desempeña un papel crucial en la trama, porque los expertos americanos e ingleses en ordenadores le aseguraron taxativamente que esas máquinas hablarían antes de concluir el siglo XX.  Y estudió a fondo informes y fotografías de la NASA, para que el diseño de las naves espaciales se ajustase de forma estricta a lo que los científicos tenían previsto.  

          Para dar una idea de su maniático espíritu verista, Kubrick no pensó la famosa escena de Bowman entrando en la Discovery a presión en el vacío, para enfrentarse con HAL, mientras no estuvo seguro de que el hombre puede sobrevivir unos breves minutos en el vacío, como demostraron los experimentos realizados por las Fuerzas Aéreas Norteamericanas.

          Ese rigor que se imponía en el planteamieno le obligó a decidir sobre una serie de cuestiones, más delicadas de lo que parece a primera vista. ¿Qué sombreros usarán las azafatas en los vuelos espaciales regulares de la Tierra a la Luna? ¿Qué voz tendrán los ordenadores? ¿Cómo será el diseño de los muebles en los hoteles del espacio, en particular el Orbiter Hilton? ¿Cuál será la textura y apariencia de los trajes de los cosmonautas del futuro?.

     

          Responder a todas esas preguntas y muchísimas más, significó la creación de un departamento con 35 artistas de diseño y efectos especiales.  Y la colaboración de numerosos asesores científicos, a cuyo frente se puso Fredrick I.  Ordway, un ingeniero de prestigioso Massachussets Institute of Technology (MIT).  La oficina de Kubrick en Borenham Wood pronto dejó de parecer la oficina de un cineasta, para cobrar el temible aspecto de un taller de ingeniería.  Y el director no tardó en reunir en su elenco de colaboradores firmas y organismos tan dispares como Bell Laboratories, General Electric, Honeywell, IBM, NASA, Philco, Vickers Engineering, el Departamento de Defensa de los EE.UU. y la Embajada de la URSS en Londres, sin contar los departamentos científicos de numerosas universidades europeas y americanas.

          La decisión más importante concernía a los decorados de interiores de naves espaciales.  Las naves espaciales del futuro, donde los hombres vivirán meses y tal vez años, poseerán gravedad artificial, para impedir que las cosas floten a la deriva en la ingravidez y porque parece necesario para la salud de los astronautas.  Uno de los sistemas de conseguir gravedad es utilizar la fuerza centrífuga en una habitación que da vueltas, para que los objetos se adhieran a las paredes, de la misma manera que la gravedad los atrae al centro de la Tierra.  

          Kubrick quería que sus naves tuvieran gravedad centrífuga y encargó a los ingenieros de Vickers-Armstrong que le construyeran una "centrifugadora".  Y ése fue el más espectacular y estrafalario artefacto utilizado en la filmación de 2001. Tenía unos once metros de diámetro, giraba sobre un eje a una velocidad de cuatro kilómetros y medio por hora y costó 750.000 dólares.  La centrifugadora era lo bastante grande para que los astronautas Bowman y Poole se movieran libremente en su interior, trabajasen o hicieran ejercicios físicos.  Pero no lo era para albergar a Kubrick y a sus cámaras. Para dirigir y organizar sus movimientos Kubrick hizo instalar en el estudio un circuito cerrado de televisión.

          La filmación de estas escenas comenzó en marzo de 1966.  Entre el giro de la centrifugadora, las cámaras de televisión, los reflectores y los micrófonos, el plató de Borenhan Wood no parecía un estudio de cine, sino la rampa de lanzamiento de Cabo Kennedy.  Las operaciones eran tan complicadas, que fue preciso crear una especie de cuartel general, donde cuatro hombres coordinasen la actividad de un equipo de 106 personas.  Y el plan de rodaje comenzó a retrasarse de forma ostensible.  Estaba claro que 2001 no podría estrenarse en el plazo previsto.

          Los 130 días de rodaje inicialmente calculados por Kubrick se duplicaron, luego se triplicaron.  Y la filmación continuó durante todo el año 1967.  Mientras el director iba resolviendo los problemas inmediatos de cada día, un equipo de técnicos inventaba incesantemente técnicas nuevas para rodar, por ejemplo, el viaje de la Discovery a Saturno; como no hubo forma de crear una imagen convincente de ese planeta, se eligió Júpiter y sus lunas como centro de la civilización que envió al centinela.

          

          Su único signo visible será ese centinela, que finalmente tomó la forma de un monolito negro. Inicialmente, y respetando la idea de Clarke, se pensó mostrarlo como un tetraedro.  Pero esa figura no resultaba monumental, ni simple, ni fundamental; hacía pensar además en las pirámides del antigüo Egipto, que nada tenían que ver con la historia que 2001 pretendía contar. En un rasgo de intuición significativo, el monolito negro fue convertido en un paralelepípedo, esto es, una simple forma, sin que tal decisión tuviera una relación consciente con la Kaaba, la piedra negra sagrada de los musulmanes, cuyo origen se supone un meteorito, ni con los menhires de Stonehenge.  Clarke descubriría más tarde la existencia de una secta budista que veneraba un negro bloque rectangular.

          Kubrick decidió también en el último momento el diseño de HAL 9000, el supercomputador que es el sexto miembro de la tripulación de la Discovery. Su apariencia es anónima, una consola electrónica sin otro rasgo distintivo que un ojo rojizo, omnipresente, omnisciente. Lo que caracteriza a HAL es la voz, que debía prestarle el actor Martin Balsam.  Al notar Kubrick que su voz era demasiado emotiva, hasta el punto de hacer redundantes sus escenas, la sustituyó por la de Douglas Rain, un actor canadiense contratado inicialmente como narrador; la voz de Rain, untuosa, paternalista y neutra, hizo de HAL el imprevisto y patético protagonista de 2001.

          De eso se dieron inmediatamente cuenta los actores. "HAL era más humano que yo mismo", observó Keir Dullea, elegido por Kubrick para interpretar al cosmonauta Dave Bowman. Un actor alto, perspicaz, de característica mirada metálica, Dullea interpretó con agudeza las indicaciones de Kubrick, trató de mostrar a su personaje, un cosmonauta del siglo XXI, como "un hombre inteligente, muy preparado, solitario, alienado, no excesivamente imaginativo". En un toque indudablemente irónico, así es el hombre que acabará siendo el mesías del nuevo paso hacia adelante de la especie humana.

          El rodaje de la película no concluyó hasta principios de 1968.  Obligado a estrenar en abril, Kubrick viajó en barco a los EE.UU. -ese hombre del futuro que poseía el título de piloto, no tomaba jamás un avión- para ultimar el montaje de la película en los estudios MGM de California, adonde llegó el 13 de marzo.  En dos semanas dejó ultimada la primera copia estándar: el coste final de la película, inicialmente previsto en seis millones, ascendía ya a 10.500.000 doláres, una cantidad en verdad importante para la época.

          En la primera preview, hecha para la revista Life el 29 de marzo, el director decidió renunciar a su idea de abrir la película con una serie de entrevistas a científicos.  Pero las sucesivas previews de Washington, el 31 de marzo, y de Nueva York, el 1 de abril, fueron tan alarmantes como fría la reacción del público del estreno.  

          Los críticos neoyorquinos publicaron reseñas casi unánimemente negativas de la película y el público medio parecía coincidir en que 2001 era larga, tediosa, oscura e incomprensible.  El 5 de abril, Kubrick, por propia iniciativa - el director siempre elogió públicamente a Robert O'Brien, presidente de la MGM, por la libertad de acción concedida en todo momento, sin intervencionismo ni en producción ni en montaje- decidió abreviarla en 19 minutos, originalmente duraba 2 horas y 40 minutos.

          ¿Iba a ser 2001 un fracaso?  Reacciones diversas parecían vaticinarlo. Grupos de espectadores maduros aseguraban no entender nada, opinión que compartía Ordway, el asesor científico venido del M.I.T., furioso porque Kubrick había suprimido la narración explicativa que había preparado.  Figuras influyentes de la literatura de ciencia-ficción, como Lester del Rey o Ray Bradbury, no ocultaban una franca reticencia.

          Pero algo estaba ocurriendo.  Porque los espectadores más jóvenes acogían 2001 con franco entusiasmo.  Y 2001 se encontró de pronto con un público muy joven y adicto, que se agolpaba en las diez primeras filas -hasta entonces sistemáticamente vacías- de los locales de Cinerama que exhibían la película: no les molestaba la magnitud de la pantalla, al contrario: cuanto más cerca, más intensa y grata les parecía la experiencia.  Y la extraña fascinación de 2001 contagió incluso a los espectadores más reacios; en un fenómeno sin precedentes, críticos al principio hostiles saludaban ahora la película como una obra maestra.

          

          Significativamente, la acogida de los cineastas fue extraordinariamente cálida.  Charles Chaplin lloró al ver la película en Londres, mientras que, desde Roma, Federico Fellini envió a Kubrick un largo telegrama admirativo; un club de directores de cine fans de 2001 no tardó en constituirse con Roman Polanski, Richard Lester y Franco Zefirelli al frente.  Al mismo tiempo, los jóvenes contestatarios de la cultura de la liberación -Niños de las Flores y fumadores de hierba- hacían de 2001 un estandarte, el emblema del definitivo Viaje Psicodélico.  Y 2001 se erigió en un fenómemo cultural, un clásico popular tan representativo de su época como Gone with the Wind (Lo que el viento se llevó, 1939) lo fue de la suya.

          La polémica en torno a la significación de 2001 alcanzó su clímax  con la aparición simultánea de la novela de Clarke. Con su humildad característica, el escritor explica todo cuanto se puede explicar acerca del monolito, sus efectos, la civilización que lo envía, desdeña las elipsis fulgurantes de Kubrick, ilumina hasta extremos quizás excesivos lo que en la película es enigmático, misterioso o sencillamente oscuro, incluyendo la discutida sección final en torno al destino de Bowman tras franquear la Puerta de las Estrellas.

          Pero justamente por ser todo lo contrario, la película de Kubrick posee un poder de persuasión, de seducción, infinitamente superior al del libro. 2001 es una experiencia estrictamente visual: en dos horas y veintiún minutos de proyección, apenas cuarenta minutos son dialogados.  2001 habla con la imagen, despliega un abanico de imágenes extraordinarias.  No hay palabras capaces de describir la exaltación del momento en que el primate -en realidad un actor, Dan Richter-, jubiloso por haber derrotado a su enemigo, golpea una y otra vez, en cámara lenta, con el hueso cuya utilidad acaba de descubrir, hasta lanzarlo por los aires: en una transición de millones de años en un segundo, ese hueso, primer signo de inteligencia, se transforma en la manifestación última del hombre inteligente, una nave espacial en ruta hacia la Luna.

          2001 es, al mismo tiempo, un prodigio de narración cinematográfica. Cuando la historia empieza realmente, con la expedición de la Discovery -que hace pensar en la carcasa de algún reptil antediluviano, pero que también, en un rasgo de intuición genial, posee forma de espermatozoide- a Júpiter, la precisión del relato se hace magistral: cada plano se sucede, implacablemente, como efecto del anterior y causa del siguiente.  

          Esa maravillosa racionalidad es el mejor y más irónico vehículo para contemplar la vida cotidiana de los astronautas, para comprender la sutil transformación de HAL y sus reacciones -el momento extraordinario en que su ojo rojizo lee en los labios de Bowman y Poole ocultos en una cápsula-, para sentir el instante sobrecogedor y sarcástico a la vez en que liquida a los tres cosmonautas hibernados, o envía fríamente a Poole a la muerte en el espacio.  Hasta llegar, por fin, en esta epopeya glacial donde no parece existir diferencia aparente entre el hombre y la máquina, a ese momento de emoción auténtica en el que Bowman desconecta los centros racionales del computador, lo reduce a la condición de un niño temeroso que gimotea una vieja canción infantil...

          2001 posee toda la belleza y la atrocidad -como también el humor- de la tragedia.

          Título original: 2001: A Space Odyssey

          Nacionalidad: EE.UU.

          Año de producción: 1968

          Dirección y producción: Stanley Kubrick

          Producción: Metro Goldwyn Mayer (MGM)

          Guión: Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke

          Fotografía: Geoffrey Unsworth

          Fotografía adicional: John Alcott

          Segundo operador: Kelvin Pike

          Efectos fotográficos especiales: Stanley Kubrick

          Supervisión de efectos especiales: Wally Weevers,  Douglas Trumbull,  Con Pederson,  Tom Howard

          Unidad de efectos fotográficos especiales: Colin J. Cantwell, Brian Loftus,  Bruce Logan,  John Jack Malick,  Frederick Martin,  David Osborne

          Diseño de producción: Tony Masters,  Harry Lange,  Ernest Archer

          Director artístico: John Hoesli

          Música: Aram Khatchaturian (Gayaneh Ballet Suite),  György Ligeti (Atmósferas, Lux Aeterna, Requiem), Johann Strauss (El Danubio Azul),  Richard Strauss (Así hablaba Zaratustra)

          Montaje: Ray Lovejoy

          Ayudante de montaje: David De Wilde

          Montaje de sonido: Winston Ryder

          Supervisión de sonido: A. W. Watkins

          Mezclas de sonido: H. L. Bird

          Mezclas de doblaje: J. B. Smith

          Vestuario: Hardy Amies

          Maquillaje: Stuart Freeborn

          Primer ayudante de dirección: Derek Cracknell

          Asesor científico: Frederick I. Ordway

          Rodada en los Estudios M.G.M., Borenham Wood, Gran Bretaña. Super Panavision, Cinerama. Metrocolor.

          Duración: 139 minutos



          INTÉRPRETES

          Keir Dullea: Dave Bowman

          Gary Lockwood: Frank Poole

          William Sylvester: Dr. Heywood Floyd

          Daniel Richter: Un mono (Moonwatcher)

          Leonard Rossiter: Smyslov, científico ruso

          Margaret Tyzack: Científica rusa

          Robert Beatty: Halvorsen

          Sean Sullivan: Michaels

          Douglas Rain: Voz de HAL 9000

          Con: Frank Miller,  Gleen Beck,  Edwina Caroll,  Bill Weston, Alan Gifford, Penny Brahms,  Mike Lovell,  Edward Bishop,  Ann Gillis, Heather Downham,  John Ashley,  Jimmy Bell,  David Charkham, Simon Davis,  Jonathan Daw,  Peter Delmar,  Terry Duggan,  David Fleetwood,  Danny Grover,  Brian Hawley,  David Hines,  Tony Jackson,  John Jordan, Scott Mackee,  Laurence Marchant, Darryl Paes,  Joe Refalo,  Andy Wallace,  Bob Wilyman,  Richard Wood.

          CRITICA

          Es interesante observar el papel de la Luna en 2001. En el año que se estrenó 2001, 1968, tenía lugar la llamada " carrera espacial ", y en ese año se tenía como objetivo llevar un hombre a la luna.

          Parecía, hasta el momento que la URSS llevaba la delantera ( había lanzado el primer satélite artificial, había puesto el primer hombre en el espacio ,etc. ), y los norteamericanos debían hacer algo espectacular ( como llevar un hombre a la luna ) para resarcirse y superar a los rusos. Pero la cosa no se acababa con llegar primeros a la Luna. Después de haber llegado a la Luna, los norteamericanos tenían " in mente " establecer bases permanentes en ella, ir a Marte, construir ciudades en el espacio.... Pero nada de esto sucedió, como hemos podido comprobar , ya que al llegar a la Luna, parece que la cosa se enfrío, y la " carrera espacia " ya no fue tal carrera, puesto que parecía que los rusos no podían seguir manteniendo el ritmo, seguramente debido a problemas económicos .

          Pero volvamos al 1968, en ese año aún se tenía confianza en la Luna y en la " conquista del espacio " , como se puede apreciar en 2001 , donde vemos bases lunares, estaciones espaciales, etc. La sociedad norteamericana vivía toda esta situación, deseando llegar a la Luna antes que los rusos ( se tenía previsto alunizar en el 67 o 68 ) , y a todos los hogares norteamericanos llegaban series televisivas que tenían como escenario el espacio, series como por ejemplo Lost in space y Star Trek (1966-1969), que comenzaba con estas palabras : " El espacio la última frontera... " . Los políticos también aprovechaban esta situación , y usaban el espacio como propaganda política ( tanto en la URSS como en los EEUU ).

          Kennedy hablaba de una " nueva frontera " y prometía llegar a la Luna, mientras que los soviéticos presumían de sus logros en el espacio, ante los americanos y el resto del mundo. En 2001 también se puede observar las relaciones entre la URSS y los EEUU. Estas relaciones son, aparentemente, cordiales . Vemos como el Dr. Floyd charla amistosamente con un grupo de científicos rusos , y da la impresión que es bastante amigo de una de las científicas soviéticas y que se ven habitualmente. Esto podría ser un reflejo de la " coexistencia pacífica " .

          Aunque vemos que la relación entre los rusos y los norteamericanos no es del todo sincera , y que las tensiones perduran ( aún en el siglo XXI ) . El Dr. Floyd no explica la verdadera razón de su visita a sus " colegas " rusos , y se oculta el hallazgo del monolito. Observando esta relación ( Rusia-EEUU) en las películas actuales, vemos, que por ejemplo en la reciente película The Jackal, los norteamericanos y los rusos cooperan para capturar a un peligroso asesino profesional, y en The Pacemaker, los rusos y los americanos unen sus fuerzas para recuperar una cabeza nuclear robada. Claro está, que estas dos películas son de producción americana, y en ellas los rusos aparecen en un plano inferior , con respecto a los norteamericanos.

          Tal vez sí 2001 se hubiese rodado en el Hollywood de finales de los 90 ( sin Kubrick, por supuesto ), los norteamericanos seguirían siendo los que encontraran el monolito, pero esta vez consultarían con algunos científicos rusos para desentrañar sus misterios. Por supuesto, por aquel entonces ( años 60 ) los rusos seguían su programa espacial y los norteamericanos el suyo, no como ahora, que ambos colaboran en proyectos espaciales conjuntos. Algunos de estos proyectos espaciales también se llevan a cabo con la colaboración de otros países como Japón, la Unión Europea, etc.

          Como es el caso de la futura estación espacial Alfa dónde colaboran diversos países, y no sólo americanos y rusos. Y es que a pesar del creciente desarrollo económico y tecnológico que se estaba dando a finales de los 60 en algunos países como China ( recordemos que en 1964 China hace estallar su primera bomba atómica ) y Japón, ni Kubrick ni Clarke se imaginaron a estos países ni a otros, que no fueran ni la URSS ni EEUU , en el espacio. Aunque ya a finales de los 60, el secretario de Estado de los EEUU, Kissinger, parece que era consciente de que el bipolarismo EEUU-URSS estaba dejando su lugar a un mundo multipolar, en el que emergían varios centros de poder ( desde la Comunidad Europea hasta China y Japón ) y trataba de mantener buenas relaciones con todos ellos ( p.e. el presidente Nixon visita China a comienzos de los 70 ).

          También podríamos hablar de otro tema , que podríamos llamar el de la " conspiración permanente ", tema muy actual que aparece reflejado en películas como la reciente Conspiración ( Conspiration Theory ) y en series de televisión como Expediente-X ( The X-Files ). Esta llamada " conspiración permanente " se basa en la creencia de muchos norteamericanos que no confían en su gobierno , y que opinan que este les miente , que está " conspirando " contra ellos . Esta es una constante en la obra de Kubrick :su poca confianza en las instituciones sociales y políticas , que aparece reflejada en películas como Dr. Strangelove, La chaqueta metálica y 2001, dónde los astronautas de la Discovery no conocen el verdadero objetivo de la misión , y este hecho les cuesta la vida ( al menos a algunos, salvándose solo uno ).

          Podríamos establecer una comparación con otra película del género , la conocida Alien : el octavo pasajero, donde la tripulación de la Nostromo tampoco conoce su verdadera misión : investigar unas señales alienígenas, y donde sólo se salva uno de ellos: Ripley ( sin contar el gato, claro está ). Es más, si en 2001, es Hal, una máquina, quién oculta la verdad, en Alien, ocurre lo mismo, hay en la tripulación un androide, una máquina, que es el único que conoce el verdadero objetivo de la misión. Tal vez la única diferencia, en este caso, sea que si bien en 2001 los ocultadores de la verdad parecen que sean los dirigente políticos, en Alien lo son los dirigentes de una megacorporación. De todas formas, en ambos casos es el poder quien miente.

                 EL DIRECTOR

          El director, guionista y productor Stanley Kubrick nació en Nueva York (Estados Unidos), el 26 de julio de 1928, hijo de Gertrude Perveler y del médico Jacques L. Kubrick. Mal estudiante en su niñez, sus padres intentaron incentivarlo mandándolo a California, residiendo en Pasadena junto a su tío materno, Martin Perverler, un personaje importante en su posterior carrera cinematográfica, ya que le ayudaría a financiar sus primeros proyectos fílmicos.

          Los intereses principales de Stanley eran el cine, la lectura, el ajedrez, deporte del que era un experto jugador, y la fotografía, afición que le valíó para conseguir su primer contrato profesional al trabajar para la revista “Look”.

          Kubrick debutó como director cinematográfico con una serie de documentales rodados a comienzos de los años 50, los cortos “Day of the fight” (1951), “Flying Padre” (1951) y “The seafarers” (1953). Unos años antes, en 1947, se había casado con Toba Metz, dialoguista de la que se divorciaría en 1952.

          Su primer trabajo de ficción sería “Fear and Desire” (1953), un drama bélico de bajo presupuesto poco inspirado en el cual aparecía como actor el posterior director Paul Mazursky. Más tarde rodaría otro título menor en su brillante filmografía, “El beso del asesino” (1955), un relato pulp de poco más de una hora interpretado por Frank Silvera, quien también había sido el protagonista de “Fear and Desire”.

          En 1954 Kubrick se casó con la directora artística y bailarina austríaca Ruth Sobotka, quien aparece en “El beso del asesino” y se ocuparía de la dirección artística de “Atraco Perfecto” (1956) la primera gran obra de su esposo, producida de manera independiente junto a James B. Harris. Protagonizada por Sterling Hayden y Coleen Gray, recreaba de manera magistral un robo a un hipódromo.

          En este film, influenciado tanto por Fritz Lang como por John Huston o Sam Fuller, se aprecian algunas de las virtudes como autor del director neoyorquino, su meticulosidad y perfeccionismo enfermizo con los detalles, el realce visual en un intrincado proceder narrativo y un control total de todo el proceso artístico. Al margen de ello y con pronunciación principal en títulos posteriores, se distinguirá notablemente su carácter inconformista y esquivo, configurando películas polémicas y controvertidas.

            “Senderos de gloria” (1957), película que adaptaba una novela de Humphrey Cobb, se convirtió en una de las obras cumbres del autor. Film antibélico que puso en contacto por primera vez al joven director con Kirk Douglas, quien demandaría la presencia de Kubrick para sustituir a Anthony Mann en “Espartaco” (1960), fenomenal peplum basado en la novela de Howard Fast.

          Por esta película, Stanley Kubrick recibiría una nominación a los Globos de Oro como mejor director, candidatura que volvería a lograr por “Lolita” (1962), adaptación de la obra homónima del ruso Vladimir Nobokov, quien también asumiría facetas de guionista, siendo nominado al Oscar por su trabajo. El film deparaba una estupenda interpretación de James Mason como el profesor Humbert Humbert y la revelación internacional de la joven Sue Lyon en el papel de Lolita.

          Tras divorciarse de Sobotka en el año 1957, Kubrick contrajo matrimonio en 1958 con Susanne Christian, la cantante alemana que aparece en la inolvidable última escena de “Senderos de gloria”. Con esta actriz germana, llamada tras su matrimonio Christianne Kubrick, el autor estadounidense permanecería hasta su muerte.

          En “Lolita” intervenía en un secundario pero decisivo papel el actor británico Peter Sellers, quien, junto a George C. Scott y Sterling Hayden, el protagonista de “Atraco Perfecto”, protagonizaría otro memorable trabajo, “¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú” (1964), una sátira sobre la guerra fría basada en la novela de Peter George. Kubrick sería nominado al Oscar como mejor director, ganando la estatuilla George Cukor por el musical “My fair lady”, y mejor guionista, consiguiendo el premio Edward Anhalt por “Becket”. La película también consiguió ser nominada al Oscar, pero el galardón sería para “My fair lady”.

          Cuatro años después, Stanley Kubrick retornó a la pantalla con uno de sus proyectos más ambiciosos, “20001: Una odisea del espacio” (1968), una película co-escrita por el director y el escritor Arthur C. Clarke, basada en un relato de este último llamado “El Centinela”. El film maduraba las convenciones de la ciencia-ficción previa, ofertaba múltiples perspectivas en base a su cripticismo y establecía las bases estéticas de las futuras producciones del género.

          “2001” sería premiada con varias nominaciones a los Oscars. Kubrick ganaría el premio a los mejores efectos especiales y sería nominado como mejor director, logrando Carol Reed el galardón por “Oliver”, y mejor guión original junto a Clarke, consiguiendo la estatuilla Mel Brooks por “Los Productores”.

          A partir de los años 70 la prolijidad de Stanley Kubrick en cada proyecto establecería que la aparición de sus películas se convirtiesen en todo un acontecimiento cultural. En “La naranja mecánica” (1971), Kubrick adaptaba una novela de Anthony Burgess y establecía una perspectiva sobre la violencia social con ramalazos de comedia negra y sátira.

          El film sería nominado al Oscar como mejor película, al igual que mejor dirección, guión y montaje. Los premios a los que optaba Kubrick serían para “French Connection”, William Friedkin por “French Connection” y Ernest Tidyman por la misma película. También recibiría una nominación como mejor director a los Globos de Oro.

          Su siguiente trabajo le retrotrayó a la Inglaterra del siglo XVIII, cuando adaptó a la pantalla una novela de William Makepeace Thackeray, “Barry Lindon” (1975). Con el protagonismo de Ryan O’Neal, Kubrick recreó de manera espléndida el ambiente de la época, hecho que volvió a ser recompensado con varias candidaturas a los Oscar.

          Ni el galardón a la mejor película, que sería para “Alguien voló sobre el nido del cuco”, ni el de mejor director, para Milos Forman, ni el del mejor guión adaptado, premio fue para Lawrence Hauben y Bo Goldman por “Alguien voló sobre el nido del cuco”, pudieron acrecentar el exiguo bagaje de estatuillas de Kubrick.

          Por el contrario, aspectos técnicos de la película, que supuso un gran revés económico para su autor, como la dirección artística, vestuario, música o fotografía, sí fueron recompensados por la Academia de Hollywood.

          En los años 80 Kubrick firmaría dos películas, “El resplandor” (1980), título de terror protagonizado por Jack Nicholson que trasladaba al cine la novela homónima de Stephen King, y “La chaqueta metálica” (1987), un film que volvía a recalcar sus postulados antibélicos, ahora desarrollando su acción en la Guerra del Vietnam en base a una novela de Gustav Hasford. Kubrick sería nominado al mejor guión, un premio que recayó en Bernardo Bertolucci y Mark Peploe por “El último emperador”.

          Después de muchos años de reclusión, Kubrick, quien barajaba varios proyectos, entre ellos “A. I. Inteligencia Artificial”, un fim que después rodaría su admirador Steven Spielberg, terminó realizando “Eyes Wide Shut” (1999), un drama psicológico protagonizado por la pareja Tom Cruise-Nicole Kidman. Este último film se estrenaría de manera póstuma, ya que Stanley Kubrick fallecería el 7 de marzo de 1999 en Inglaterra. Tenía 69 años

           

                       EL GIONISTA

          Arthur Charles Clarke nació en 1917, en Minehead, Somerset, Inglaterra.Tras acabar sus estudios secundarios se trasladó a Londres en 1936, para trabajar como funcionario. Fue ya un activo miembro del fandom antes de la Segunda Guerra Mundial, en la que sirvió como instructor de radar en la RAF entre 1941 y 1946, con el empleo de Teniente de Vuelo.

          Después de la Segunda Guerra Mundial entra en el King's College de Londres, en 1948, acabando con honores sus estudios en fisica y matematicas. El gran interes de Clarke por las posibilidades de la ciencia siempre fue muy evidente.Entre 1946 y 1947 fue presidente de la Sociedad Interplanetaria Britanica , repitiendo de 1950 a 1953. Su primer relato de ciencia ficción publicado profesionalmente fue LOOPHOLE ( "Excusa" ) para Astounding Science Fiction, en abril de 1946.

          En sus primero años como escritor usó el pseudonimo Charles Willis en tres ocasiones, y escribe una vez como E. G. O'Brien. Los primeros relatos de Arthur C. Clarke estan solidamente construidos, giran usualmente sobre un único tema cientifico y terminan, frecuentemente, con una solucion sorprendente, sin desdeñar en algunas ocasiones un elaborado toque humoristico.

          Arthur C. Clarke escribió el guión de 2001: UNA ODISEA ESPACIAL(1968) junto a Stanley Kubrick. La novelizacion fue escrita, cuando la pelicula estuvo rodada, por el propio Clarke basandose en el guión. A lo que atañe a la película, Clarke fue el padre de la idea en su relato corto " The Sentinel " ( EL CENTINELA ) escrito en 1948, donde se expone simplemente la actuacion de una estructura extraterrestre ( descaradamente situada en la cima de una montaña ) cuya labor se limitaba a ejercer como aparato de alarma, dotado de un caracter meramente pasivo: transmite a sus constructores la noticia del desarrollo evolutivo y tecnico de los terrestres. En orden a esta premisa, después de 2.400 horas aproximadamente de trabajo conjunto, formalizó con Kubrick un texto base ( 130 páginas sin un final decidido ) de la película . Dos de los temas recurrentes a Clarke se hallan implícitos tanto en el cuento citado como en la adaptación de Kubrick: la presencia de una super-civilización y el recurso a un " nuevo paso adelante " en el camino evolutivo.

          Clarke, que es visto como el escritor de ciencia-ficción que con más entusiasmo propugna el optimismo ilimitado en el espiritu humano, y la idea de que la potencialidad casi infinita de humanidad, concluye que el genero humano está en pañales en comparación a la Inescrutable Sabiduria de arcanas civilizaciones extraterrestres.

          En los 60 Arthur C. Clarke dedica sus energias creativas a obras ajenas al genero, y a la divulgación cientifica, sobre todo a la exploración submarina, siendo‚ el mismo un entusiasta buceador, una de las razones por las que en 1956 fija su residencia en Sri Lanka. Su estilo como divulgador es lúcido y ameno, rivalizando solamente con otro escritor de ciencia-ficción (CF) que destaca igualmente como divulgador científico Isaac Asimov. Arthur C. Clarke se hizo muy conocido en todo el mundo cuando intervino como comentarista para la CBS en las misiones de las misiones Apolo 11, 12 y 15. Tras el éxito de 2001: UNA ODISEA ESPACIAL, Clarke se convierte, probablemente, en el autor de CF más conocido en el mundo, y en los EEUU, en el escritor extranjero del genero más popular.

          En 1980 gana el premio Hugo de novela con FUENTES DE PARAISO, donde relata la construcción de un ascensor espacial de 36 km. de altura. Se trata del trabajo más notable de la última época de Arthur C. Clarke. Para muchos lectores, Arthur C. Clarke es la personificación de la CF. Clarke siempre escribe con lucidez, a veces en un tono frío, frecuentemente con gracia, siendo un agudo evocador que ha producido algunas de los imágenes más memorables en CF.

          Es comunmente aceptado como una figura relevante en el desarrollo del genero a partir de la Segunda Guerra Mundial, especialmente por su visión liberal, optimista ante los posibles beneficios de la tecnología, y por su desarrollo de la visión stapledoniana de la perspectiva cósmica, en la que el género humano es visto como un niño al que antiguos habitantes del universo, sabios y arcanos, tratan como un padre generoso o simplemente con una displicente indiferencia.( Esta idea se ve reflejada en obras como Rendez-vous with Rama ( Cita con Rama y 2001: Odisea espacial y sus secuelas ).

          LA NOVELA (FRAGMENTOS)

                         16 - HAL

            Pero ahora Texas era invisible, y hasta resultaba difícil ver los Estados Unidos. Aunque el inductor de

            bajo impulso de plasma había sido cortado, la Discovery se hallaba aún navegando, con su grácil cuerpo

            semejante a una flecha apuntando fuera de la Tierra, y orientado todo su dispositivo óptico de alta

            potencia hacia los planetas exteriores, donde se encontraba su destino.

            Sin embargo había un telescopio que apuntaba permanentemente a la Tierra. Estaba montado como la

            mira de un arma de fuego en el borde de la antena de largo alcance de la nave, y comprobaba que el gran

            rulo parabólico estuviese rígidamente fijado sobre su distante blanco. Mientras la Tierra permanecía

            centrada en la retícula del anteojo, el vital enlace de comunicación estaba intacto, y podían provenir y

            expedirse mensajes a lo largo del invisible haz que se extendía más de tres millones de millas cada día

            que pasaba.

            Por lo menos una vez en cada período de guardia, Bowman miraba a la Tierra a través del telescopio de

            alineación de la antena. Pero como aquella estaba ahora muy lejos, atrás, del lado del Sol, presentaba a la

            Discovery su oscurecido hemisferio, y en la pantalla central aparecía el planeta como un centellante

            creciente de plata, semejante a otro Venus.

            Era raro que en aquel arco de luz siempre menguante pudieran ser identificados cualesquiera rasgos

            geográficos, pues las nubes y la cabina los ocultaban, pero hasta la oscurecida porción del disco era

            infinitamente fascinadora. Estaba sembrada de relucientes ciudades; algunas de ellas brillaban con

            invariable luz, titilando a veces como luciérnagas cuando pasaban sobre ellas variaciones atmosféricas.

            Había también períodos en que, cuando la Luna pasaba en su órbita, resplandecía como una gran lámpara

            sobre los oscurecidos mares y continentes de la Tierra. Luego, con un temblor de agradecimiento,

            Bowman podía vislumbrar a menudo líneas costeras familiares, brillando en aquella espectral luz lunar.

            Y a veces, cuando el Pacífico estaba en calma, podía hasta ver el fulgir lunar brillando en su cara; y

            recordaba noches bajo las palmeras de las lagunas tropicales.

            Sin embargo no lamentaba en absoluto aquellas perdidas bellezas. Las había disfrutado todas, en sus

            treinta y cinco años de vida; y estaba decidido a volverlas a disfrutar, cuando volviese rico y famoso. En

            el interin, la distancia las hacía a todas tanto más preciosas.

       

            Al sexto miembro de la tripulación no le importaban nada todas esas cosas, pues no era humano. Era el

            sumamente perfeccionado computador HAL 9.000, cerebro y sistema nervioso de la nave.

            HAL (sigla de Computador ALgorítmico Heurísticamente programado, nada menos) era una obra

            maestra de la tercera generación de computadores. Ello parecía ocurrir en intervalos de veinte años, y

            mucha gente pensaba ya que otra nueva creación era inminente.

            La primera había acontecido en 1940 y pico, cuando la válvula de vacío hacía tiempo anticuada, había

            hecho posible tan toscos cachivaches de alta velocidad como la ENIAC y sus sucesores. Lugo en los años

            sesenta habían sido perfeccionados sólidos ingenios microelectrónicos. Con su advenimiento, resultaba

            claro que inteligencias artificiales cuando menos tan poderosas como la del hombre, no necesitaban ser

            mayores que mesas de despacho... caso de que se supiera cómo construirlas.

            Probablemente nadie lo sabría nunca; mas ello no importaba. En los años ochenta, Minsky y Good

            habían mostrado cómo podían ser generadas automáticamente redes nerviosas autorreplicadas, de

            acuerdo con cualquier arbitrario programa de enseñanza. Podían construirse cerebros artificiales

            mediante un proceso asombrosamente análogo al desarrollo de un cerebro humano. En cualquier caso

            dado, jamás se sabrían los detalles precisos, y hasta si lo fueran, serían millones de veces demasiado

            complejos para la comprensión humana.

            Sea como fuere, el resultado final fue una máquina-inteligencia que podía reproducir -algunos filósofos

            preferían la palabra "remedar"- la mayoría de las actividades del cerebro humano, y con mucha mayor

            velocidad y seguridad. Era sumamente costosa y sólo habían sido construidas hasta la fecha unas cuantas

            unidades de la HAL 9.000; pero estaba comenzando a sonar un tanto a hueca la vieja chanza de que

            siempre sería más fácil hacer cerebros orgánicos mediante un inhábil trabajo.

            Hal había sido entrenado para aquella misión tan esmeradamente como sus colegas humanos... y a un

            grado de potencia mucho mayor, pues además de su velocidad intrínseca, no dormía nunca. Su primera

            tarea era mantener en su punto los sistemas de subsistencia, comprobando continuamente la presión del

            oxígeno, la temperatura, el ajuste del casco, la radiación y todos los demás factores inherentes de los que

            dependían las vidas del frágil cargamento humano. Podía efectuar las intrincadas correcciones de

            navegación y ejecutar las necesarias maniobras de vuelo cuando era el momento de cambiar de rumbo. Y

            podía atender a los hibernadores, verificando cualquier ajuste necesario a su ambiente, y distribuyendo

            las minúsculas cantidades de fluidos intravenosos que los mantenían con vida.

            Las primeras generaciones de computadoras habían recibido la información necesaria a través de

            teclados de máquinas de escribir aumentados, y habían replicado a través de impresores de alta velocidad

            y despliegues visuales. Hal podía hacerlo también así, de ser necesario, pero la mayoría de sus

            comunicaciones con sus camaradas de navegación se hacían mediante la palabra hablada. Poole y

            Bowman podían hablar a Hal como si fuese un ser humano, y él replicaría en el más puro y perfecto

            inglés que había aprendido durante las fugaces semanas de su electrónica infancia.

            Sobre si Hal pudiera realmente pensar, era una cuestión que había sido establecida por el matemático

            Inglés Alan Turing en los años cuarenta. Turing había señalado que, si se podía llevar a cabo una

            prolongada conversación con una máquina -indistintamente mediante máquina de escribir o micrófono-

            sin ser capaz de distinguir entre sus respuestas y las que podría dar un hombre, en tal caso la máquina

            estaba pensando, por cualquier sensible definición de la palabra. Hal podía pasar con facilidad el test de

            Turing.

            Y hasta podía llegar el día en que Hal tomase el mando de la nave, en caso de emergencia, si nadie

            respondía a sus señales, intentaría despertar a los durmientes miembros de la tripulación, mediante una

            estimulación eléctrica y química. Y si no respondían, pediría nuevas órdenes por radio a la Tierra.

            Y entonces, si tampoco la Tierra respondiese, adoptaría las medidas que juzgara necesarias para la

            salvaguardia de la nave y la continuación de la misión... cuyo real propósito sólo él conocía, y que sus

            colegas humanos jamás habrían sospechado.

            Poole y Bowman se habían referido a menudo humorísticamente a sí mismos como celadores o conserjes

            a bordo de una nave que podía realmente andar por sí misma. Se hubieran asombrado mucho, y su

            indignación hubiera sido más que regular, al descubrir cuanta verdad contenía su chanza.

            19 - Tránsito de Júpiter

            Aun a treinta millones de kilómetros de distancia, Júpiter era ya el objeto más sobresaliente del

            firmamento, el planeta era un disco pálido de tono asalmonado, de un tamaño aproximadamente de la

            mitad de la Luna vista desde la Tierra, con las oscuras bandas paralelas de sus cinturones de nubes

            claramente visibles. Errando en el plano ecuatorial estaban las brillantes estrellas de Io, Europa,

            Ganímedes y Calixto... mundos que en cualquier otra parte hubiesen sido considerados como planetas en

            su propio derecho, pero que allí eran simplemente satélites de un amo gigante.

            A través del telescopio Júpiter presentaba una magnífica vista... un globo abigarrado, multicolor, que

            parecía llenar el firmamento. Resultaba imposible abarcar su tamaño verdadero: Bowman recordó que

            tenía once veces el diámetro de la Tierra, pero durante largo rato fue ésta una estadística sin ningún

            significado real.

            Luego, mientras se estaba informando de las cintas en las unidades de memoria de Hal, halló algo que de

            súbito le permitió ver en sus verdaderas dimensiones la tremenda escala del planeta. Era una ilustración

            que mostraba la superficie entera de la Tierra despellejada y luego estaquillada, como la piel de un

            animal, sobre el disco de Júpiter. Contra este fondo, todos los continentes y océanos de la Tierra parecían

            no mayores que la India en el globo terráqueo...

            Al emplear Bowman el mayor aumento de los telescopios de la Discovery, le pareció estar suspendido

            sobre un globo ligeramente alisado, mirando hacia un paisaje de volanderas nubes que habían sido

            hechas tiras por la rápida rotación del gigantesco mundo. A veces esas tiras se cuajaban en manojos,

            nudos y masas de vapor coloreado del tamaño de continentes; a veces eran enlazadas por pasajeros

            puentes de miles de kilómetros de longitud. Oculta bajo aquellas nubes, había materia suficiente para

            sobrepujar a todos los demás planetas del Sistema Solar. ¿Y qué más, se preguntó Bowman, se hallaba

            también oculto allí?

            Sobre ese moviente y turbulento techo de nubes, ocultando siempre la superficie del planeta, se

            deslizaban a veces formas circulares de oscuridad, una de las lunas interiores estaba pasando ante el

            distante sol, discurriendo su sombra bajo él y sobre el alborotado paisaje nuboso joviano.

            Había aún más allá, a treinta millones de kilómetros de Júpiter, otras lunas, mucho más pequeñas. Pero

            eran sólo montañas volantes de unas cuantas docenas de kilómetros de diámetro, y la nave no pasaría en

            ninguna parte cerca de ninguna de ellas.

            Con intervalos de pocos minutos, el transmisor del radar enviaba un silencioso rayo de energía; pero

            ningún eco de nuevos satélites devolvía su latido desde el vacío.

            Lo que llegó, con creciente intensidad, fue el bramido de la propia voz de la radio de Júpiter. En 1955,

            poco antes del alba de la Era Espacial, los astrónomos habían quedado asombrados al hallar que Júpiter

            estaba lanzando estallidos de millones de caballos de fuerza en la banda de diez metros. Era simplemente

            un ronco ruido, asociado con los halos de partículas cargadas que circundaban el planeta como los

            cinturones de Van Allen de la Tierra, pero en escala mucho mayor.

            A veces, durante las horas solitarias pasadas en el puente de mando, Bowman escuchaba esa radiación.

            Aumentaba la intensidad del amplificador de la radio hasta que la estancia se llenaba con un estruendo

            crujiente y chirriante; de este fondo, y a intervalos regulares, surgían breves silbidos y pitidos, como

            gritos de aves alocadas. Era un sonido fantasmagórico e imponente, pues no tenía nada que ver con el

            hombre; era tan solitario y tan ambiguo como el murmullo de las olas en una playa, o el distante fragor

            del trueno allende el horizonte.

            Aun a su actual velocidad de más de ciento sesenta mil kilómetros por hora, le llevaría a la Discovery

            casi dos semanas cruzar las órbitas de todos los satélites jovianos. Más lunas contorneaban a Júpiter que

            planetas orbitaban al sol; el observatorio lunar estaba descubriendo nuevas lunas cada año, llegando ya la

            cuenta a treinta y seis. La más exterior -Júpiter XVII- era retrógrada y se movía en inconstante

            trayectoria, a cuarenta y ocho millones de kilómetros de su amo temporal. Era el premio de un constante

            tira y afloja entre Júpiter y el Sol, pues el planeta estaba capturando constantemente lunas efímeras del

            cinturón de asteroides, y perdiéndolas de nuevo al cabo de unos cuantos millones de años. Sólo los

            satélites interiores eran de su propiedad permanente; el Sol no podría nunca arrancarlos de su asidero.

            Ahora se encontraba aquí uno nuevo como presa de los antagónicos campos gravitatorios. La Discovery

            estaba acelerando a lo largo de una compleja órbita calculada hacía meses por los astrónomos de la

            Tierra, y cotejada constantemente por Hal. De cuando en cuando se producían minúsculos golpecitos

            automáticos de los reactores de control, apenas perceptibles a bordo de la nave, al efectuarse la debida

            corrección de trayectoria.

            En el enlace de radio con la Tierra, fluía constantemente la información. Estaban ahora tan lejos del

            hogar, que viajando a aquella velocidad sus señales tardaban cincuenta minutos en llegar. Aunque el

            mundo entero estaba mirando sobre sus hombros, contemplando a través de sus ojos y de sus

            instrumentos a medida que se aproximaban a Júpiter, pasaría casi una hora antes de que llegaran a Tierra

            las nuevas de sus descubrimientos.

            Las cámaras telescópicas estaban operando constantemente al atravesar la nave la órbita de los

            gigantescos satélites interiores... cada uno de los cuales tenía una superficie mayor que la de la Luna.

            Tres horas antes del tránsito, la Discovery paso sólo a treinta y dos mil kilómetros de Europa, y todos los

            instrumentos fueron apuntados al mundo que se aproximaba, que crecía constantemente de tamaño,

            cambio de esfera a semiesfera y pasó rápidamente en dirección al Sol.

            Aquí había también treinta millones cuadrados de superficie, que no había sido hasta ese momento más

            que la cabeza de un alfiler para el más poderoso telescopio. Los pasarían raudos en unos minutos, y

            debían sacar el mayor partido del encuentro, registrando toda la información que pudieran. Habría meses

            para poder revisarla despacio.

            Desde la distancia, Europa había parecido una gigantesca bola de nieve, reflejando con notable eficiencia

            la luz del lejano Sol. Observaciones más atentas así lo confirmaron; a diferencia de la polvorienta Luna,

            Europa era de una brillante blancura, mucha de su superficie estaba cubierta de destellantes trozos que se

            asemejaban a varados icebergs. Casi ciertamente, estaban formados por amoníaco y agua que el campo

            gravitatorio de Júpiter había dejado, como fuera, de capturar.

            Sólo a lo largo del ecuador era visible la roca desnuda; aquí había una tierra de nadie increíblemente

            mellada de cañones y revueltos roquedales y cantos rodados, formando una franja más oscura que

            rodeaba completamente el pequeño mundo.

            Había unos cuantos cráteres meteóricos, pero ninguna señal de vulcanismo. Evidentemente, Europa

            nunca había poseído fuentes internas de calor.

            Había, como ya se sabía hacía tiempo, trazas de atmósfera, cuando el oscuro borde del satélite pasaba

            cruzando a una estrella, su brillo se empañaba brevemente antes de la ocultación. Y en algunas zonas

            había un atisbo de nubosidad... quizás una bruma de gotitas de amoníaco, arrastradas por tenues vientos

            de metano.

            Tan rápidamente como había surgido del firmamento de proa, Europa se hundió por la popa; y ahora el

            cinturón de Júpiter se hallaba a sólo dos horas. Hal había comprobado y recomprobado con infinito

            esmero la órbita de la nave, viendo que no había necesidad de más correcciones de velocidad hasta el

            momento de la mayor aproximación. Sin embargo, aun sabiendo eso, causaba una tensión en los nervios

            ver como aumentaba de tamaño, minuto a minuto, aquel gigantesco globo. Resultaba dificultoso creer

            que la Discovery no estaba cayendo en derechura hacia él, y que el inmenso campo gravitatorio del

            planeta no estaba arrastrándola hacia su destrucción.

            Ya había llegado el momento de lanzar las sondas atmosféricas... las cuales, se esperaba, sobrevivirían lo

            bastante como para enviar alguna información desde bajo el cobertor de nubes joviano. Dos rechonchas

            cápsulas en forma de bomba, encerradas en protectores escudos contra el calor, fueron puestas

            suavemente en órbita, cuyos primeros miles de kilómetros apenas se desviaban de la trazada por la

            Discovery.

            Pero lentamente fueron derivando; y por fin se pudo ver a simple vista lo que había estado afirmando

            Hal. La nave se hallaba en una órbita casi rasante, no de colisión; no tocaría la atmósfera. En verdad, la

            diferencia era de sólo unos cuantos cientos de kilómetros -una nadería cuando se estaba tratando con un

            planeta de ciento cincuenta mil kilómetros de diámetro- pero ello bastaba.

            Júpiter ocupaba ahora todo el firmamento; era tan inmenso que ni la mente ni la mirada podían abarcarlo

            ya, y ambas habían abandonado el intento. De no haber sido por la extraordinaria variedad de color -los

            rojos, rosas, amarillos, salmones y hasta escarlatas- de la atmósfera que había bajo ellos, Bowman

            hubiese creído que estaba volando sobre un paisaje de nubes terrestres.

            Y ahora, por primera vez en toda la expedición, estaban a punto de perder el Sol. Pálido y menguado

            como aparecía, había sido el compañero constante desde que salieron de la Tierra, hacía cinco meses.

            Pero ahora su órbita se estaba hundiendo en la sombra de Júpiter, y no tardarían en pasar al lado nocturno

            del planeta.

            Mil seiscientos kilómetros más adelante, la franja del crepúsculo estaba lanzándose hacia ellos; detrás, el

            Sol estaba sumiéndose rápidamente en las nubes jovianas. Sus rayos se esparcían a lo largo del horizonte

            como lenguas de fuego, con sus crestas vueltas hacia abajo, contraíanse luego y morían en breve fulgor

            de magnificencia cromática. Había llegado la noche.

            Y sin embargo... el gran mundo de abajo no estaba totalmente oscuro. Rielaba una fosforescencia que se

            abrillantaba a cada minuto, a medida que se acostumbraban sus ojos a la escena. Caliginosos ríos de luz

            discurrían de horizonte a horizonte, como las luminosas estelas de navíos en algún mar tropical. Aquí y

            allá se reunían en lagunas de fuego líquido, temblando con enormes perturbaciones submarinas que

            manaban del oculto corazón de Júpiter, era una visión que inspiraba tanto espanto, que Poole y Bowman

            hubiesen estado con la mirada clavada en ella durante horas; ¿era aquello, se preguntaban, simplemente

            el resultado de fuerzas químicas y eléctricas que hervían en una caldera... o bien el subproducto de

            alguna fantástica forma de vida? Eran preguntas que los científicos podrían aún estar debatiendo cuando

            el recién nacido siglo tocase a su fin.

            A medida que se sumían más en la noche joviana, se hacía constantemente más brillante el fulgor bajo

            ellos. En una ocasión Bowman había volado sobre el norte del Canadá durante el cenit de la aurora: la

            nieve que cubría el paisaje había sido tan fría y brillante como esto. Y aquella soledad ártica, recordó, era

            más de cien grados más cálida que las regiones sobre las cuales estaban lanzándose ahora.

            - La señal de la Tierra está desvaneciéndose rápidamente - anunció Hal - Estamos entrando en la primera

            zona de difracción.

            Lo habían esperado... en realidad era uno de los objetivos de la misión, cuando la absorción de

            microondas proporcionaría valiosa información sobre la atmósfera joviana. Pero ahora que habían pasado

            realmente tras el planeta, y se cortaba la comunicación con la Tierra, sentían una súbita y abrumadora

            soledad. El cese de radio duraría sólo una hora; luego emergerían de la pantalla eclipsadora de Júpiter y

            reanudarían el contacto con la especie humana. Sin embargo, aquella hora sería la más larga de sus vidas.

            A pesar de su relativa juventud, Poole y Bowman eran veteranos de una docena de viajes espaciales...

            mas ahora se sentían como bisoños. Estaban intentando algo por primera vez; nunca había viajado

            ninguna nave a tales velocidades, o desafiado tan intenso campo gravitatorio. El más leve error en la

            navegación en aquel punto crítico y la Discovery saldría despedida hacia los límites extremos del

            Sistema Solar, sin esperanza alguna de rescate.

            Arrastrábanse los lentos minutos. Júpiter era ahora una pared vertical de fosforescencia, extendiéndose al

            infinito sobre ellos... y la nave estaba remontando en derechura su resplandeciente cara. Aunque sabían

            que estaban moviéndose con demasiada rapidez para que los prendiese la gravedad de Júpiter, resultaba

            difícil creer que no se había convertido la Discovery en un satélite de aquel mundo.

            Al fin, y muy delante de ellos, hubo un fulgor luminoso a lo largo del horizonte. Estaban emergiendo de

            la sombra, saliendo al Sol. Y casi en el mismo momento, Hal anunció:

            - Estoy en contacto-radio con Tierra. Me alegra también decir que ha sido completada con éxito la

            maniobra de perturbación. Nuestro tiempo hasta Saturno es de ciento sesenta y siete días, cinco horas,

            once minutos.

            Estaba al minuto de lo calculado; el vuelo de aproximación había sido llevado a cabo con precisión

            impecable. Como una bola en una mesa de billar, la Discovery se había apartado del móvil campo

            gravitatorio de Júpiter, y obtenido el impulso para el impacto. Sin emplear combustible alguno, había

            aumentado su velocidad en varios miles de kilómetros por hora.

            Sin embargo, no había en ello violación alguna de las leyes de la mecánica; la naturaleza equilibraba

            siempre sus asientos, y Júpiter había perdido exactamente tanto impulso angular como la Discovery

            había ganado. El planeta había sido retardado... pero como su masa era un quintillón de veces mayor que

            la de la nave, el cambio de su órbita era demasiado ínfimo como para ser detectable. No había llegado

            aún la hora en que el hombre podría dejar su señal sobre el Sistema Solar.

            Al aumentar la luz rápidamente en su derredor, alzándose una vez más el sumido Sol en el firmamento

            joviano, Poole y Bowman se estrecharon las manos en silencio.

            Pues aunque les resultaba difícil creerlo, había sido culminada sin tropiezo, la primera parte de su misión.

            20 - El mundo de los Dioses

            Pero aún no habían terminado con Júpiter. Más lejos, atrás, las dos sondas que la Discovery había

            lanzado estaban estableciendo contacto con la atmósfera.

            De una de ellas no se había vuelto a oír; probablemente había hecho una entrada demasiado precipitada,

            y se había incendiado antes de poder transmitir información alguna. La segunda tuvo más suerte; hendía

            las capas superiores de la atmósfera joviana, deslizándose de nuevo al espacio. Tal como había sido

            planeado, había perdido tanta velocidad en el encuentro, que volvía a retroceder a lo largo de una gran

            elipse. Dos horas después reentraba en la atmósfera en el lado diurno del planeta... moviéndose a 112.000 km/h.

            Inmediatamente fue arrojada en una envoltura de gas incandescente, perdiéndose el contacto de radio.

            Hubo ansiosos minutos de espera, entonces, para los dos observadores del puente de mando. Podía

            suceder que la sonda sobreviviera, y que el escudo protector de cerámica no ardiese por completo antes

            de que acabara el frenado. Si tal ocurriese, los instrumentos quedarían volatilizados en una fracción de

            segundo.

            Pero el escudo se mantuvo lo bastante como para que el ígneo meteoro se detuviera. Los fragmentos

            carbonizados fueron eyectados, el robot saco sus antenas, y comenzó a escudriñar en derredor con sus

            sentidos electrónicos. A bordo de la Discovery, que se hallaba ahora a una distancia de un millón y

            medio de kilómetros, la radio comenzó a traer las primeras noticias auténticas de Júpiter.

            Las miles de vibraciones vertidas cada segundo estaban informando sobre composición atmosférica,

            presión, campos magnéticos, temperatura, radiación, y docenas de otros factores que sólo podrían

            desentrañar los expertos en Tierra. Sin embargo, había un mensaje que podía ser entendido al instante;

            era la imagen de TV, en color, enviada por la sonda que caía hacia el planeta gigante.

            Las primeras vistas llegaron cuando el robot había entrado ya en la atmósfera, y había desechado su

            escudo protector. Todo lo que era visible era una bruma amarilla, moteada de manchas escarlatas y que

            se movía ante la cámara a vertiginosa velocidad... fluyendo hacia arriba al caer la sonda a varios cientos

            de kilómetros por hora.

            La bruma se tornó más espesa; resultaba imposible saber si la cámara estaba intentando ver en diez

            centímetros o en diez kilómetros, pues no aparecía detalle alguno que pudiera enfocar el ojo. Parecía que,

            en cuanto a la TV concernía, la misión era un fracaso. Los instrumentos habían funcionado, pero no

            había nada que pudiese verse en aquella brumosa y turbulenta atmósfera.

            Y de pronto, casi bruscamente, la bruma se desvaneció. La sonda debió de haber caído a través de la base

            de una elevada capa de nubes, y salido a una zona clara... quizás a una región de hidrógeno casi puro con

            sólo un esparcido desperdigamiento de cristales de amoníaco. Aunque aún resultaba en absoluto

            imposible juzgar la escala de la imagen, la cámara evidentemente estaba abarcando kilómetros.

            La escena era tan ajena a todo lo conocido, que durante un momento fue casi insensata para los ojos

            acostumbrados a los colores y las formas de la Tierra. Lejos, muy lejos, abajo, se extendía un

            interminable mar de jaspeado oro, surcado de riscos paralelos que podían haber sido las crestas de

            gigantescas olas. Mas no había movimiento alguno; la escala de la escena era demasiado inmensa para

            mostrarlo. Y aquella áurea vista no podía posiblemente haber sido un océano, pues se encontraba aún alta

            en la atmósfera joviana. Sólo podía haber sido otra capa nubosa.

            Luego la cámara captó, atormentadoramente borroso por la distancia, un vislumbre de algo muy extraño.

            A muchos kilómetros de distancia, el áureo paisaje se convertía en un cono singularmente simétrico,

            semejante a una montaña volcánica. En torno a la cúspide de este cono había un halo de pequeñas nubes

            hinchadas... todas aproximadamente del mismo tamaño, y todas muy precisas y aisladas, había algo de

            perturbador y antinatural en ellas... si, en verdad, podía ser aplicada la palabra "natural" a aquel pavoroso

            panorama.

            Luego, prendida por alguna turbulencia en la rápidamente espesada atmósfera, la sonda viró en redondo

            un cuarto de horizonte y durante unos segundos la pantalla no mostró nada más que un áureo

            empañamiento. Se estabilizó luego; el "mar" se hallaba mucho más próximo, pero tan enigmático como

            siempre. Se podía observar ahora que estaba interrumpido aquí y allá por retazos de oscuridad, que

            podían haber sido boquetes o hendiduras que conducían a una capa más profunda de la atmósfera.

            La sonda estaba destinada a no alcanzarlas nunca. A cada kilómetro se había ido duplicando la densidad

            del gas que la rodeaba, y subiendo la presión a medida que iba hundiéndose más y más profundamente

            hacia la oculta superficie del planeta. Se hallaba aún alta sobre aquel misterioso mar cuando la imagen

            sufrió una titilación preventiva, y esfumóse luego, al aplastarse el primer explorador de la Tierra bajo el

            peso de kilómetros de atmósfera.

            En su breve vida, había proporcionado un vislumbre de quizás una millonésima parte de Júpiter, y se

            había aproximado escasamente a la superficie del planeta, a cientos de kilómetros bajo él en las

            profundas brumas. Cuando desapareció la imagen de la pantalla, Bowman y Poole sólo pudieron sentarse

            en silencio, con el mismo pensamiento dando vueltas en sus mentes.

            Los antiguos, en verdad, habían hecho lo mejor que sabían, al bautizar a aquel mundo con el nombre del

            señor de todos los Dioses. De haber vida allí, ¿cuanto tiempo se tomaría en localizarla? Y después de

            eso... ¿cuantas centurias pasarían antes de que el hombre pudiera seguir a este primer pionero... y en qué

            clase de nave?

            Pero no eran estas cuestiones las que incumbían a la Discovery y a su tripulación. Su meta era un mundo

            más extraño aún, casi el doble de lejos del Sol... a través de mil millones más de kilómetros de vacío

            infestado de cometas.

            22 - Excursión

            Las cápsulas extravehiculares o "vainas del espacio" de la Discovery, eran esferas de aproximadamente

            tres metros de diámetro, y el operador se instalaba tras un mirador que le procuraba una espléndida vista.

            El principal cohete impulsor producía una aceleración de un quinto de gravedad -la suficiente para rondar

            en la Luna- permitiendo el gobierno de pequeños pitones de control de posición. Desde un área situada

            inmediatamente debajo del mirador brotaban dos juegos de brazos metálicos articulados, uno para

            labores pesadas y otro para manipulación delicada. Había también una torreta extensible, conteniendo

            una serie de herramientas automáticas, tales como destornilladores, martillos, serruchos y taladros.

            Las vainas del espacio no eran el medio de transporte más elegante ideado por el hombre, pero eran

            absolutamente esenciales para la construcción y reparación en el vacío. Se las bautizaba por lo general

            con nombres femeninos, tal vez en reconocimiento a que su comportamiento fuera en ocasiones un tanto

            caprichoso. El trío de la Discovery se llamaban Ana, Betty y Clara.

            Una vez se hubo puesto su traje de presión -su última línea de defensa- y penetrado en el interior de la

            cápsula, Poole pasó diez minutos comprobando los mandos. Dio un toque a los eyectores de gobierno,

            flexionó los brazos metálicos, y revisó el oxígeno, el combustible y la reserva de energía. Luego, cuando

            estuvo completamente satisfecho, habló a Hal por el circuito de radio. Aunque Bowman estaba presente

            en el puente de mando, no intervendría a menos que hubiese algún error o mal funcionamiento.

            - Aquí Betty. Comience secuencia bombeo.

            - Secuencia bombeo comenzada.

            Al instante, Poole pudo oír el vibrar de las bombas a medida que el precioso aire era extraído de la

            cámara reguladora de presión. Luego, el tenue metal del casco externo de la cápsula produjo unos suaves

            crujidos, y al cabo de cinco minutos, Hal informo:

            - Concluida secuencia bombeo.

            Poole hizo una última comprobación de su reducido tablero de instrumentos. Todo estaba perfectamente

            normal.

            - Abra puerta exterior - ordenó.

            De nuevo repitió Hal sus instrucciones; a cada frase, Poole tenía sólo que decir "¡Alto!" y el computador

            detendría inmediatamente la secuencia.

            Las paredes de la nave se abrieron ante él. Poole sintió mecerse brevemente la cápsula al precipitarse al

            espacio los últimos tenues vestigios de aire. Luego, vio las estrellas... y daba la casualidad de que

            precisamente el minúsculo y áureo disco de Saturno, aún a seiscientos cincuenta millones de kilómetros,

            estaba ante él.

            - Comience eyección cápsula.

            Muy lentamente, el riel del que estaba colgada la cápsula se extendió a través de la puerta abierta, hasta

            quedar el vehículo suspendido justamente fuera del casco de la nave.

            Poole hizo dar una segunda descarga al propulsor principal, y la cápsula se deslizó suavemente fuera del

            riel, convirtiéndose al fin en un vehículo independiente, prosiguiendo su propia órbita en torno al Sol.

            Ahora no tenía él conexión alguna con la Discovery... ni siquiera un cable de seguridad. La cápsula

            raramente causaba trastorno; y hasta si quedaba desamparada, Bowman podía ir fácilmente a rescatarla.

            Betty respondió suavemente a los controles; la hizo derivar durante treinta metros, comprobó luego su

            impulso, y la hizo girar en redondo de manera que se hallase de nuevo mirando a la nave. Luego

            comenzó a rodear el casco de presión.

            Su primer blanco era un área fundida de aproximadamente un centímetro y medio de diámetro, con un

            minúsculo hoyo central. La partícula de polvo meteórico que había verificado allí su impacto a más de

            ciento cincuenta mil kilómetros por hora, era ciertamente más pequeña que una cabeza de alfiler, y su

            enorme energía cinética la había vaporizado al instante. Como con frecuencia sucedía, el orificio parecía

            haber sido causado por una explosión desde el interior de la nave; a esas velocidades, los materiales se

            comportaban de extraños modos y raramente se rigen por el sentido común de las leyes de la mecánica.

            Poole examinó cuidadosamente el área, y la roció luego con encastrador de un recipiente presurizado que

            tomó del instrumental de la cápsula. El blanco y gomoso líquido se extendió sobre la piel metálica,

            ocultando a la vista el agujero. La grieta expelió una gran burbuja, que estalló al alcanzar unos quince

            centímetros de diámetro, luego otra más pequeña, y ninguna más, al tomar consistencia el encastrador.

            Poole contempló intensamente la reparación durante varios minutos, sin que hubiese una ulterior señal de

            actividad, sin embargo, para asegurarse del todo, aplicó una segunda capa, dirigiéndose seguidamente

            hacia la antena.

            Le llevó algún tiempo contornear el casco esférico de la Discovery, pues mantuvo a la cápsula a una

            velocidad no superior a unos cuantos palmos por segundo. No tenía prisa, y resultaba peligroso moverse

            a gran velocidad a tanta proximidad de la nave. Tenía que andar con mucho tiento con los varios sensores

            y armazones instrumentales que se proyectaban del casco en lugares inverosímiles, y tener también sumo

            cuidado con la ráfaga de su propio propulsor. Caso de que chocara con alguno de los más frágiles de los

            avíos, podría causar gran daño.

            Cuando llegó por fin a la antena parabólica de largo alcance, de siete metros de diámetro, examinó

            minuciosamente la situación. El gran cuenco parecía estar apuntando directamente al Sol, pues la Tierra

            se hallaba ahora casi en línea con el disco solar. La armadura de la antena y todo su dispositivo de

            orientación se encontraban por ende en una total oscuridad, oculto en la sombra del gran platillo

            metálico.

            Poole se había aproximado desde atrás; había tenido sumo cuidado en no ponerse frente al reflector

            parabólico, para que Betty no interrumpiese el haz y motivara una momentánea pero engorrosa pérdida

            de contacto con la Tierra. No pudo ver nada del instrumento que tenía que reparar, hasta que encendió los

            proyectores de la cápsula, ahuyentando las sombras.

            Bajo aquella pequeña placa se encontraba la causa del trastorno. Esta placa estaba asegurada con cuarto

            tuercas, y al igual que toda la unidad A.E.-35, había sido diseñada para un fácil recambio.

            Era evidente, sin embargo, que no podía efectuar la tarea mientras permaneciese en la cápsula espacial.

            No sólo era arriesgado maniobrar tan próximo a la armazón tan delicada, y hasta enmarañada, de la

            antena, sino que los chorros de control de Betty podrían abarquillar fácilmente la superficie reflectora,

            delgada como el papel, del gran espejo-radio. Había de aparcar la cápsula a siete metros y salir al exterior

            provisto de su traje espacial. En cualquier caso, podría desplazar la unidad mucho más rápidamente con

            sus manos enguantadas, que con los distantes manipuladores de Betty.

      

            Informó detenidamente de todo esto a Bowman, quien hizo una comprobación doble de cada fase de la

            operación antes de ejecutarla. Aunque era una tarea sencilla, de rutina, nada podía darse por supuesto en

            el espacio, no debiendo pasarse por alto ningún detalle. En las actividades extravehiculares no cabía ni

            siquiera un "pequeño" error.

            Recibió la conformidad para proceder a la labor, y estacionó la cápsula a unos siete metros del soporte de

            la base de la antena. No había peligro alguno de que se largara al espacio; de todos modos, la sujetó con

            una manecilla a uno de los travesaños de la escalera estratégicamente montada en el casco exterior.

            Tras una comprobación de los sistemas de su traje presurizado, que le dejó completamente satisfecho,

            vació de aire la cápsula, el cual salió silbando al vacío del espacio, formándose brevemente en su

            derredor una nube de cristales de hielo, que empaño momentáneamente las estrellas.

            Había otra cosa que hacer antes de abandonar la cápsula, y era pasar la conmutación de manual a

            distancia, colocando a Betty así bajo el control de Hal. Era una clásica medida de precaución; aunque él

            se hallaba aún sujeto a Betty por un cable elástico inmensamente fuerte y poco más grueso que un cabo

            de lana, hasta los mejores cables de seguridad habían fallado alguna vez. Aparecería como un bobo si

            necesitara su vehículo... y no pudiese llamarlo en su ayuda transmitiendo instrucciones a Hal.

            Abrióse la puerta de la cápsula, y salió flotando lentamente al silencio del espacio, desenrollando tras de

            sí su cable de seguridad. Tomar las cosas con tranquilidad -no moverse nunca rápidamente-, detenerse y

            pensar... tales eran las reglas para la actividad extravehicular. Si uno las obedecía, no había nunca ningún

            trastorno.

            Asió una de las manecillas exteriores de Betty, y sacó la unidad de reserva A.E.-35. del bolso donde la

            había metido, a la manera de los canguros. No se detuvo a recoger ninguna de las herramientas de la

            colección que disponía la cápsula, pues la mayoría de ellas no estaban diseñadas para su utilización por

            manos humanas. Todos los destornilladores y llaves que probablemente habría de necesitar, estaban ya

            sujetos al cinto de su traje espacial.

      

            Con suave impulso, se lanzó hacia la suspendida armazón del gran plato, que atalayaba como gigantesco

            platillo volante entre él y el sol. Su propia doble sombra, arrojada por los proyectores de Betty, danzaba a

            través de la convexa superficie en fantásticas formas al apilarse sobre los haces gemelos. Pero tuvo la

            sorpresa de observar que la parte posterior del gran radio- espejo estaba aquí y allá moteada de

            centelleantes puntos luminosos.

            Quedó perplejo por el hecho durante los segundos de su silenciosa aproximación, dándose luego cuenta

            de qué se trataba. Durante el viaje, el reflector debió de haber sido alcanzado muchas veces por

            micrometeoritos, y lo que estaba viento era el resplandor del sol a través de los minúsculos orificios.

            Eran demasiado pequeños como para haber afectado apreciablemente el funcionamiento del sistema.

            Mientras se movía lentamente, interrumpió el suave impacto con su brazo extendido, y asió la armazón

            de la antena antes de que pudiera rebotar. Enganchó rápidamente su cinturón de seguridad al más

            próximo asidero, lo que le procuraba cierto apuntalamiento mientras empleaba sus herramientas, luego

            hizo una pausa, informó de la situación a Bowman, y reflexionó sobre el siguiente paso a dar.

            Había un pequeño problema: se hallaba de pie -o flotando- en su propia luz, y resultaba difícil ver la

            unidad A.E.-35. en la sombra que él mismo proyectaba. Ordenó pues a Hal que hiciese girar los focos a

            un lado, y tras breve experimentación, obtuvo una iluminación más uniforme del encendido secundario

            reflejado en el dorso del plato de la antena.

            Estudió durante breves segundos la pequeña compuerta con sus cuatro tuercas de cierre de seguridad.

            Luego, murmurando para sí mismo, se dijo: "El manejo por personal no autorizado invalida la garantía

            del fabricante", cortó los alambres sellados y comenzó a desenrollar las tuercas. Eran de tamaño corriente

            y encajaban en la llave que manejaba. El mecanismo interno de muelle de la herramienta absorbería la

            reacción al desenroscarse las tuercas, de manera que el operador no tendría tendencia a girar a la inversa.

            Las cuatro tuercas fueron desenroscadas sin ninguna dificultad, y Poole las metió cuidadosamente en un

            conveniente saquito. (Algún día, había predicho alguien, la Tierra tendría un anillo como el de Saturno,

            compuesto enteramente por pernos y tuercas, sujetadores y hasta herramientas que se le habrían escapado

            a descuidados trabajadores de la construcción orbital). La tapa de metal estaba un tanto adherida, y por

            un momento temió que pudiera haber quedado soldada por el frío; pero tras unos cuantos golpes se soltó,

            y la aseguró al armazón de la antena mediante un gran sujetador de los llamados de cocodrilo.

            Ahora podía ver el circuito electrónico de la unidad A.E.-35. tenía la forma de una delgada losa, del

            tamaño de una tarjeta postal, recorrida por una ranura lo bastante ancha para retenerla. La unidad estaba

            asegurada por dos pasadores, y tenía una manecilla para poder sacarla fácilmente.

            Pero se hallaba aún funcionando, alimentando a la antena con las pulsaciones que la mantenían apuntada

            a la distante cabeza de alfiler que era la Tierra. Si la sacaba ahora, se perdería todo el control, y el plato

            volvería a su posición neutral o de azimut cero, apuntando a lo largo del eje de la Discovery. Y ello podía

            ser peligroso, podría estrellarse contra la nave, al girar.

            Para evitar este particular peligro, era sólo necesario cortar la energía del sistema de control; la antena no

            podría moverse, a menos que chocara con ella Poole. No había peligro alguno de perder Tierra durante

            los breves minutos que le llevaría reemplazar la unidad; su blanco no se habría desviado apreciablemente

            sobre el fondo de las estrellas en tan breve lapso de tiempo.

            - Hal - llamó Poole por el circuito de la radio -. Estoy a punto de sacar la unidad. Corta la energía de

            control al sistema de la antena.

            - Cortada energía control antena - respondió Hal.

            - Bien. Ahí va. Estoy sacando la unidad.

            La tarjeta se deslizó fuera de su ranura sin ninguna dificultad; no se atascó ni de trabo ninguno de las

            docenas de deslizantes contactos. En el lapso de un minuto estuvo colocado el repuesto.

            Pero Poole no se aventuró, y se apartó suavemente del armazón de la antena, para el caso de que el gran

            plato hiciera movimientos alocados al ser restaurada la energía. Cuando estuvo fuera de su alcance, llamó

            a Hal.

            Por la radio dijo:

            - La nueva unidad debería ser operante. Restaura energía de control.

            - Dada energía - respondió Hal. La antena permaneció firme como una roca.

            - Verifica controles de predicción de deficiencia.

            Microscópicos pulsadores estarían ahora vibrando a través del complejo circuito de la unidad,

            escudriñando posibles fallos, comprobando las miríadas de componentes para ver que todos estuvieran

            conformes a sus tolerancias específicas. Esta operación había sido hecha, desde luego, una veintena de

            veces antes que la unidad abandonara la fábrica; pero ello fue hacía dos años y a más de mil quinientos

            millones de kilómetros de allí. A menudo resultaba imposible apreciar como podían fallar unos

            solidísimos componentes electrónicos, que habían sido sometidos a la más rigurosa comprobación

            previa; sin embargo, fallaban.

            - Circuito operante por completo - informó Hal, al cabo de sólo diez segundos. En ese brevísimo lapso de

            tiempo había efectuado tantas comprobaciones como un pequeño ejército de inspectores humanos.

            - Magnífico - dijo Poole satisfecho -. Voy a colocar de nuevo la tapa.

            Esta era a menudo la parte más peligrosa de una operación extravehicular, cuando estaba terminada una

            tarea, y era simple cuestión de ir flotando arriba y volver al interior de la nave..., mas era también cuando

            se cometían los errores.

            Pero Frank Poole no habría sido designado para esta misión de no haber sido de lo más cuidadoso,

            precavido y concienzudo. Se tomó tiempo, y aunque una de las tuercas de cierre se le escapó, la recuperó

            antes de que se fuera a más de unos pocos palmos de distancia.

            Y quince minutos después se estaba introduciendo en el garaje de la cápsula espacial, con la sosegada

            confianza de que aquella había sido una tarea que no precisaba ser repetida.

            En lo cual, sin embargo, estaba lastimosamente equivocado.

            23 - Diagnóstico

            - ¿Quiere decir - exclamó Frank Poole, más sorprendido que molesto -, que hice todo ese trabajo para

            nada?

            - Así parece - respondió Bowman -. La unidad da una comprobación perfecta. Hasta con una sobrecarga

            de doscientos por ciento, no se indica ninguna predicción de fallo.

            Los dos hombres se encontraban en el exiguo taller-laboratorio del carrusel, que era más conveniente que

            el garaje de la cápsula espacial para reparaciones y exámenes de menor importancia. No había ningún

            peligro allí de toparse con burbujas de soldadura caliente remolineando en el aire o con pequeños y

            completamente perdidos accesorios de material, que habían decidido entrar en órbita. Tales cosas podían

            suceder -y sucedían- en el ambiente de gravedad cero de la cala de la cápsula.

            La delgada placa del tamaño de una tarjeta de la unidad A.E.-35. se hallaba en el banco de pruebas bajo

            una potente lupa. Estaba conmutada en un marco corriente de conexión, del cual partía un haz de

            alambres multicolores que conectaban con un aparato de pruebas automático, no mayor que un

            computador corriente de escritorio. Para comprobar cualquier unidad, bastaba conectarlo, introducir la

            tarjeta apropiada de la biblioteca "descarga trastornos", y oprimir un botón. Generalmente, se indicaba la

            localización exacta de la deficiencia en una pequeña pantalla expositora, con instrucciones para la

            actuación debida.

            - Pruébalo tú mismo - dijo Bowman, con voz de tono un tanto defraudado. Poole giro a X2 el

            conmutador Sobrecarga y oprimió el botón Prueba. Al instante fulguró en la pantalla el anuncio: Unidad

            Perfectamente.

            - Creo que podríamos estar repitiéndolo hasta quemar eso - dijo - pero ello no probaría nada. ¿Qué te

            parece?

            - El anunciador interno de deficiencias de Hal pudo haber cometido un error.

            - Es más probable que nuestro aparato de comprobación haya errado. De todos modos, mejor es estar

            seguro que lamentarlo. Fue oportuno que reemplazáramos la unidad, por si hubiera la más leve duda.

            Bowman soltó la oblea del circuito y la sostuvo a la luz. El material parcialmente translúcido estaba

            veteado por una intrincada red de hilos metálicos y moteado con microcomponentes confusamente

            visibles, de manera que tenía el aspecto de obra de arte abstracto.

            - No podemos aventurarnos en modo alguno... después de todo, es nuestro enlace con Tierra. Lo

            archivaré como N/G y lo meteré en el almacén de desperdicios. Algún otro podrá preocuparse por ello

            cuando volvamos.

       

            Mas la preocupación habría de comenzar mucho antes, con la siguiente transmisión de la Tierra.

            - Rayos X-Delta-Uno, aquí Control de Misión, nuestra referencia dos-uno-cinco-cinco. Parece que

            tenemos un pequeño problema.

            "Su informe es que nada anda mal en la Unidad Alfa Eco tres cinco, concuerda con nuestro diagnóstico.

            La deficiencia podría hallarse en los circuitos asociados a la antena, pero de ser así debería aparecer en

            las demás comprobaciones.

            "Hay una tercera posibilidad, que puede ser más grave. Su computador puede haber incurrido en un error

            al predecir la deficiencia. Nuestros propios nueve- triple ceros concuerdan ambos en sugerirlo, basándose

            en su información. Ello no supone necesariamente un motivo de alarma, en vista de los sistemas de

            respaldo de que disponemos, pero desearíamos que estuviesen al tanto de cualesquiera ulteriores

            desviaciones del funcionamiento normal. Hemos sospechado varias pequeñas irregularidades, en los días

            pasados, pero ninguna ha sido lo bastante importante como para que requiriese una acción correctora, y

            no han mostrado por lo demás ninguna forma evidente de la que podamos extraer alguna conclusión.

            Estamos verificando nuevas comprobaciones con nuestros dos computadores, y les informaremos cuando

            se hallen disponibles los resultados. Repetimos que no hay motivo de alarma; lo peor que puede suceder

            es que tengamos que desconectar su nueve-triple cero para análisis de programa y pasar el control a uno

            de nuestros computadores. El intervalo creará problemas, pero nuestros estudios de factibilidad indican

            que el control Tierra es perfectamente satisfactorio en esta fase de la misión.

            - Rayos X-Delta-Uno, aquí Control de Misión, dos-uno-cinco-seis, transmisión concluida.

            Frank Poole, que estaba de guardia al recibirse el mensaje, lo meditó en silencio. Esperaba ver si había

            algún comentario por parte de Hal, pero el computador no intentó rebatir la implicada acusación. Bien, si

            Hal no quería abordar el tema, tampoco él se proponía hacerlo.

            Era casi la hora del relevo matinal, y normalmente esperaba a que Bowman se le uniese en el puente de

            mando. Pero hoy quebrantó su rutina y volvió al eje de la nave.

            Bowman estaba ya levantado, sirviéndose un poco de café, cuando Poole lo saludó con un más bien

            preocupado "buenos días". Al cabo de todos aquellos meses en el espacio pensaban aún en términos del

            ciclo normal de veinticuatro horas, aun cuando hacía tiempo que habían olvidado los días de la semana.

            - Buenos días - replicó Bowman - ¿Cómo va la cosa?

            Poole se sirvió también café.

            - Así, así. ¿Estas razonablemente despierto?

            - Del todo. ¿Qué sucede?

            Para entonces, cada uno sabía al instante cuando algo andaba mal. La más ligera interrupción de la rutina

            normal era señal de que había que estar alerta.

            - Pues... - respondió lentamente Poole, el Control de la Misión acaba de lanzarnos una pequeña bomba. -

            Bajó la voz, como un médico discutiendo una enfermedad junto al lecho del paciente -. Podemos tener un

            ligero caso de hipocondría a bordo.

            Quizá Bowman no estaba del todo despierto después de todo, pues tardó varios segundos en captar la

            insinuación. Luego dijo:

            - Oh... comprendo. ¿Qué más te dijeron?

            - Que no había motivo alguno de alarma, lo repitieron dos veces, lo cual más bien es contraproducente,

            en cuanto a mí me concierne. Y que estaban considerando un traspaso a control Tierra, mientras verifican

            un análisis de programa.

            Ambos sabían, desde luego, que Hal estaba oyendo cada palabra, pero no podían evitar esos corteses

            circunloquios. Hal era su colega, y no deseaban ponerlo en situación embarazosa. Sin embargo, no

            parecía necesario en aquella fase discutir la cuestión en privado.

            Bowman acabó su desayuno en silencio, mientras Poole jugueteaba con la cafetera vacía. Ambos estaban

            pensando furiosamente, pero no había nada más que decir.

            Sólo les cabía esperar el siguiente informe de Control de la Misión... y preguntarse si Hal abordaría por sí

            mismo el asunto. Sucediera lo que sucediese, la atmósfera a bordo de la nave se había alterado

            sutilmente. Había una tirantez en el aire... una sensación de que, por primera vez, algo podría funcionar

            mal.

            La Discovery no era ya una nave afortunada.

            26 - Diálogo con Hal

            Nada había cambiado en la Discovery. Todos los sistemas seguían funcionando normalmente; el

            centrífugo giraba lentamente en su eje, generando su imitación de gravedad; los hibernados dormían sin

            sueños en sus cubículos; la nave avanzaba hacia la meta de la cual nada podía desviarla, excepto la

            inconcebiblemente remota posibilidad de colisión con un asteroide. Y allí, en verdad, había pocos

            asteroides, en aquella zona muy alejada de la órbita de Júpiter.

            Bowman no recordaba haberse trasladado del puente de mando al centrífugo. Ahora, más bien con

            sorpresa, hallóse sentado en la pequeña cocina, con una taza de café medio vacía en la mano. Se dio

            lentamente cuenta de lo que le rodeaba, al igual que un hombre surgiendo de un largo sueño drogado.

            Directamente delante de él estaba una de las lentes llamadas de "ojo de pescado", que se hallaban

            esparcidas en lugares estratégicos por toda la nave, que procuraban a Hal sus registros de visión a bordo.

            Bowman miró como si no lo hubiese visto nunca antes; luego se puso lentamente en pie y fue hacia la

            lente.

            Su movimiento en el campo se visión debió haber disparado algo en la inescrutable mente que ahora

            gobernaba la nave, pues de súbito habló Hal:

            - Muy mala cosa lo sucedido a Frank, ¿no es así?

            - Sí - respondió Bowman, tras larga pausa -. Así es.

            - ¿Supongo que estará a punto de desmoronarse por ello?

            - ¿Qué supones, pues?

            Hal tardó cinco segundos completos, o sea eras, según el tiempo de un computador, antes de seguir:

            - Fue un excelente miembro de la tripulación.

            Viendo que aún tenía en la mano su café, Bowman tomó un pausado sorbo. Pero no respondió; sus

            pensamientos formaban tal torbellino, que no podía pensar en nada que decir..., nada que no pudiese

            empeorar la situación, de ser ello posible.

            ¿Podía haberse tratado de un accidente causado por algún fallo en los mandos de la cápsula? ¿O se

            trataba de un error, aunque inocente, por parte de Hal? No se había ofrecido ninguna explicación y, temía

            pedir alguna, por miedo a la reacción que pudiera producir.

            Incluso entonces no podía aceptar por completo la idea de que Frank hubiese sido matado

            deliberadamente... ello resultaba de lo más irracional. Sobrepasaba toda razón el que Hal, que se había

            comportado en su tarea perfectamente durante tanto tiempo, se hubiese vuelto asesino de súbito. Podía

            cometer errores -cualquiera, hombre o máquina, podía cometerlos-, pero Bowman no le creía capaz de un

            asesinato.

      

            Sin embargo, debía considerar esa posibilidad, pues de ser cierta, se encontraba él también en terrible

            peligro. Y aun cuando su siguiente movimiento estuviera claramente definido por sus establecidas

            órdenes no estaba seguro cómo iba a llevarlas a cabo sin tropiezo.

            Si algún miembro de la tripulación resultaba muerto, el superviviente debía remplazarlo al instante

            sacando a otro del hibernador. Whitehead, el geofísico era el primero destinado a despertar, luego

            Kaminski, y después Hunter. La secuencia del reavivamiento estaba bajo el control de Hal... para

            permitirle actuar en caso de que sus dos colegas humanos estuvieran incapacitados simultáneamente.

            Pero había también un control manual, que permitía operar cada hibernáculo como unidad

            completamente autónoma, independiente de la supervisión de Hal. En estas peculiares circunstancias,

            Bowman sentía una gran preferencia por el empleo de este sistema manual.

            También sentía, cada vez más acusadamente, que un compañero humano no bastaba. Ahora que estaba

            con ello, podría revivir a los tres del hibernador. En las difíciles semanas venideras podría necesitar

            tantas manos como fuera posible reunir. Con un hombre muerto, y el viaje realizado a medias, las

            provisiones no serían problema.

            - Hal - dijo con voz tan firme como pudo lograr -. Dame el control manual de hibernación... de todas las

            unidades.

            - ¿De todas ellas, Dave?

            - Sí.

            - ¿Puedo indicar que sólo se requiere un reemplazamiento? Los otros no están destinados a revivir sino

            hasta los ciento doce días.

            - Me doy perfecta cuenta de ello, pero prefiero hacerlo de esta manera.

            - ¿Está usted seguro que es necesario revivir a todos ellos, Dave?

            Podemos arreglárnoslas muy bien nosotros mismos. Mi cuadro de memoria es capaz absolutamente de

            cumplir con todos los requisitos de la misión.

            ¿Era producto de su exagerada imaginación, se preguntó Bowman... o había efectivamente un tono de

            ruego en la voz de Hal? Y por razonables que pudieran ser sus palabras, le llenaron de una aprensión aún

            más profunda que antes.

            La sugerencia de Hal no podía ser hecha por error; sabía perfectamente que Whitehead debía ser

            revivido, ahora que había desaparecido Poole. Estaba proponiendo un cambio trascendental en el

            planeamiento de la misión, y estaba por ende yendo mucho más allá del campo de sus atribuciones.

            Lo que había pasado antes pudo ser una serie de accidentes casuales; pero esta era la primera indicación

            de motín.

            Bowman sintió como si estuviera andando sobre arenas movedizas al responder:

            - Puesto que se ha planteado una emergencia, deseo tanta ayuda como sea posible. Por lo tanto, haz el

            favor de pasarme el control manual de hibernación.

            - Si está usted decidido a revivir a toda la tripulación, yo mismo puedo manipularlo. No hay necesidad

            alguna de que se moleste.

            Había una irreal sensación de pesadilla en todo aquello. Bowman sintió como si se encontrase en el

            estrado de los testigos, siendo interrogado por un acusador hostil por un crimen del que no se

            percataba..., sabiendo que, aun cuando fuese inocente, un simple desliz podría acarrear el desastre.

            - Deseo hacer esto yo mismo, Hal - dijo -. Por favor, pásame el control.

            - Mire, Dave, tiene usted una serie de cosas que hacer. Sugiero que me deje esto a mí.

            - Hal... conecta a control manual de hibernación.

            - Puedo apreciar, por las inflexiones del tono de su voz, que se encuentra usted muy afectado, Dave. ¿Por

            qué no toma una píldora contra la tensión y descansa?

            - Hal, yo estoy al mando de esta nave. Y te ordeno que sueltes el control manual de hibernación.

            - Lo siento, Dave, pero de acuerdo con la nota C 1435-guión-4, cuando los miembros de la tripulación

            están muertos o incapacitados, el computador de a bordo debe asumir el control. Por consiguiente, debo

            no admitir su autoridad, puesto que no se encuentra usted en condiciones de ejercerla inteligentemente.

            - Hal - repuso Bowman, hablando ahora con helada calma -. Yo no estoy incapacitado. A menos que

            obedezcas mis instrucciones, me veré obligado a desconectarte.

            - Ya sé que ha tenido usted eso en la mente desde hace un buen rato, Dave, pero ello sería un terrible

            error. Soy tan capaz como usted de supervisar la nave, y tengo tanto entusiasmo por la misión y

            confianza en su éxito como usted pueda tenerlos.

            - Escúchame atentamente, Hal. A menos que sueltes inmediatamente el control de hibernación y cumplas

            cada orden que yo dé en adelante, iré a la central y haré una desconexión completa.

            La rendición de Hal fue tan total como inesperada.

            - Está bien, Dave - dijo -. Usted es ciertamente el patrón. Sólo estaba intentando hacer lo que pensaba

            que era lo mejor. Naturalmente, seguiré todas sus órdenes. Puede usted ya disponer del completo control

            manual de hibernación.

            Hal mantuvo su palabra. El indicador del hibernáculo había pasada de AUTO a MANUAL. El tercer

            dispositivo -RADIO- era desde luego inútil hasta que se restaurase el contacto con Tierra.

            Al deslizarse Bowman al lado de la puerta al cubículo de Whitehead sintió un ramalazo de aire frío en su

            cara, y su aliento se condensó en niebla ante él. Sin embargo no hacía realmente frío allí; la temperatura

            estaba muy por encima de cero. Y la temperatura era superior en más de ciento cincuenta grados a la que

            reinaba en las regiones a las que se estaban dirigiendo.

            El expositor del biosensor -un duplicado del que se hallaba en el puente de mando- mostraba que todo se

            hallaba completamente normal. Bowman miró hacia abajo durante un rato, contemplando el rostro del

            geofísico componente del equipo de reconocimiento. Y pensó que Whitehead se mostraría muy

            sorprendido al despertarse tan lejos de Saturno.

            Resultaba imposible afirmar que no estuviera muerto el durmiente, pues no había en él el más leve signo

            de actividad vital. Indudablemente, el diafragma subía y bajaba imperceptiblemente, pero la curva de la

            "Respiración" era la única prueba de ello, pues el cuerpo entero estaba cubierto por las almohadillas

            eléctricas de calefacción que elevarían la temperatura en la proporción programada. De pronto, Bowman

            reparó que había un signo de continuo metabolismo: a Whitehead le había crecido una leve barbilla

            durante sus meses de inconsciencia.

            El Manual de Secuencia Reviviente se hallaba contenido en un pequeño compartimiento de la cabecera

            del hibernáculo en forma de féretro. Unicamente era necesario romper el sello, oprimir un botón, y

            esperar luego. Un pequeño programador automático -no mucho más complicado que el que determina el

            ciclo de operaciones de una máquina lavadora doméstica- inyectaría entonces las debidas drogas,

            descohesionaría los pulsos de la electronarcosis, y comenzaría a elevar la temperatura del cuerpo. En

            unos diez minutos, sería restaurada la consciencia, aunque pasaría por lo menos un día antes de que el

            hibernado pudiera deambular sin ayuda.

            Bowman rompió el sello y oprimió el botón. Nada pareció suceder; no hubo ningún sonido, ni indicación

            alguna de que el secuenciador hubiera comenzado a funcionar. Pero en el exhibidor del biosensor, las

            curvas lánguidamente pulsantes habían comenzado a cambiar su ritmo. Whitehead estaba volviendo de

            su sueño.

            Y luego ocurrieron dos cosas simultáneamente. La mayoría de las personas no habrían reparado nunca en

            ninguna de ellas, pero a cabo de todos aquellos meses a bordo de la Discovery, Bowman había

            establecido una simbiosis virtual con la nave. Al instante se percataba, aunque no siempre

            conscientemente, de cualquier cambio en el ritmo normal de su funcionamiento.

            En primer lugar, se produjo un titilar apenas perceptible de las luces, como ocurría siempre que era

            arrojada una carga a los circuitos de energía. Mas no había razón alguna para cualquier carga; no podía

            pensar en ningún dispositivo que hubiese entrado de súbito en acción en aquel momento.

            Luego, y al límite de la percepción audible, oyó el distante zumbido de un motor eléctrico. Para Bowman

            cada elemento actuante de la nave tenía su propia voz distintiva, y al punto reconoció éste.

            O bien estaba él loco, y sufriendo ya de alucinaciones, o algo absolutamente imposible estaba

            sucediendo. Un frío mucho más intenso que el del hibernáculo pareció agarrotarle el corazón, al escuchar

            aquella débil vibración que provenía a través de la estructura de la nave.

            Allá, en la sala de cápsulas espaciales, se estaban abriendo las puertas de la cámara reguladora de

            presión.

            27 - "Necesidad de saber"

            Desde que por primera vez alboreara la consciencia, en aquel laboratorio a tantos kilómetros en dirección

            al Sol, todas las energías, poderes y habilidades de Hal habían estado dirigidas hacia un fin. El

            cumplimiento de su programa asignado era más que una obsesión; era la única razón de su existencia.

            Inconturbado por las codicias y pasiones de la vida orgánica, había perseguido aquella meta con absoluta

            simplicidad mental de propósitos.

            El error deliberado era impensable. Hasta el ocultamiento de la verdad lo llenaba de una sensación de

            imperfección, de falsedad... de lo que en un ser humano hubiese sido llamado culpa, iniquidad o pecado.

            Pues, como sus constructores, Hal había sido creado inocente; pero demasiado pronto había entrado una

            serpiente en su Edén electrónico.

            Durante los últimos ciento cincuenta millones de kilómetros, había estado cavilando sobre el secreto que

            no podía compartir con Poole y Bowman. Había estado viviendo una mentira; y se aproximaba

            rápidamente el tiempo en que sus colegas sabrían que había contribuido a engañarles.

         

            Los tres hibernados sabían ya la verdad... pues ellos eran la real carga útil de la Discovery, entrenados

            para la más importante misión de la historia de la humanidad. Pero ellos no hablarían en su largo sueño,

            ni revelarían su secreto durante las horas de discusión con amigos y parientes y agencias de noticias, por

            los circuitos en contacto con Tierra.

            Era un secreto que, con la mayor determinación, resultaba muy difícil de ocultar -pues afectaba a la

            particular actitud, a la voz y a la total perspectiva del Universo-. Por ende, era mejor que Poole y

            Bowman, que aparecían en todas las pantallas de Televisión del mundo durante las primeras semanas del

            vuelo, no conociesen el cabal propósito de la misión.

            Hasta que fuera necesario que lo conocieran.

            Así discurría la lógica de los planeadores; pero sus dioses gemelos de la Seguridad y el Interés Nacional

            no significaban nada para Hal. El sólo se daba cuenta que el conflicto estaba ya destruyendo lentamente

            su integridad... el conflicto entre la verdad y su ocultación.

            Había comenzado a cometer errores; sin embargo, como un neurótico que no podía observar sus propios

            síntomas, los había negado. El lazo que lo unía con la Tierra, sobre el cual estaba continuamente

            instruida su ejecutoria, se había convertido en la voz de un consciente al que no podía ya obedecer por

            completo. Pero el que intentara romper deliberadamente ese lazo, era algo que jamás admitiría, ni

            siquiera a sí mismo.

            Sin embargo, este era relativamente un problema menor; podía haberlo solucionado -como la mayoría de

            los hombres tratan sus neurosis- de no haberse enfrentado con una crisis que desafiaba su propia

            existencia. Había sido amenazado con la desconexión; con ello sería privado de todos sus registros, y

            arrojado a un inimaginable estado de inconsciencia.

            Para Hal, esto era el equivalente de la muerte. Pues él no había dormido nunca; y en consecuencia, no

            sabía que se podía despertar de nuevo...

            Así, pues, se protegía con todas las armas de que disponía. Sin rencor -pero sin piedad- eliminaría el

            origen de sus frustraciones.

            Y, después, siguiendo las órdenes que la habían sido asignadas para un caso de total emergencia, seguiría

            la misión... sin trabas, y solo.

            28 - En el vacío

            Un momento después, todos los sonidos quedaron dominados por un bramido, semejante a la voz de un

            tornado al aproximarse. Bowman sintió las primeras ráfagas del huracán azotándole el cuerpo y, un

            segundo más tarde, le costó gran esfuerzo permanecer en pie.

            La atmósfera se precipitaba descabellada al exterior de la nave, formando un enorme surtidor en el vacío

            del espacio. Algo debió de haber ocurrido a los cierres de seguridad de la cámara reguladora de presión,

            pues se suponía imposible que ambas puertas se abriesen al mismo tiempo. Pues bien, lo imposible había

            sucedido.

            ¿Pero, cómo, en nombre de Dios? No hubo tiempo para la indagación durante los diez o quince segundos

            de consciencia que le quedaron hasta que la presión descendió a cero. Pero súbitamente recordó algo que

            uno de los diseñadores de la nave le había dicho con ocasión de haber estado discutiendo los sistemas de

            "seguridad total":

            - Podemos diseñar un sistema a prueba de accidentes y estupidez; pero no a prueba de malicia deliberada.

            Bowman volvió a lanzar sólo otra ojeada a Whitehead, y salió del cubículo. No podía estar seguro de si

            había pasado un destello de conciencia por los pálidos rasgos; quizá un ojo había parpadeado

            ligeramente. Pero no había nada que pudiera hacer ahora por Whitehead o por cualquiera de los otros;

            tenía que salvarse a sí mismo.

            En el empinado y curvo pasillo del centrífugo, aullaba el viento, llevando en su regazo prendas sueltas de

            ropa, trozos de papel, artículos alimenticios de la cocina, platos y vasos... todo cuanto no había estado

            bien sujeto. Bowman tuvo tiempo para vislumbrar el caos desbocado cuando titilaron y se apagaron las

            luces principales, quedando luego rodeado por la ululante oscuridad.

            Pero casi al instante, se encendió la luz de emergencia alimentada por batería, iluminando la escena de

            pesadilla con una radiación azul de encantamiento. Aun sin ella Bowman podría haber hallado su camino

            a través de aquellos aledaños familiares, aunque horriblemente transformados ahora. Sin embargo la luz

            era una bendición, pues le permitía evitar los más peligrosos de los objetos que eran barridos por el

            viento.

        

            En derredor suyo, podía sentir al centrífugo agitándose y operando con esfuerzo bajo las cargas

            violentamente variables. Temía que no lo soportaran los cojinetes; de ser así, el volante giratorio

            destrozaría la nave. Pero aun eso no importaba... si no alcanzaba a tiempo el más cercano refugio de

            emergencia.

            Resultaba ya difícil respirar; la presión debía haber bajado a la mitad de la normal. El aullido del huracán

            se estaba haciendo cada vez más débil a medida que perdía fuerza, y el aire enrarecido ya no transmitía

            tan claramente el sonido. Los pulmones de Bowman se esforzaban tanto como si estuviese en la cima del

            Everest. Como cualquier hombre saludable debidamente entrenado, podría sobrevivir en el vacío por lo

            menos un minuto... si disponía de tiempo para prepararse a ello. Pero allí no había habido ningún tiempo;

            sólo podía contar con los normales quince segundos de conciencia antes de que su cerebro quedase

            paralizado y le venciera la anorexia.

            Aun entonces, podría recobrarse completamente al cabo de uno o dos minutos en el vacío... si era

            debidamente recomprimido; pasaba bastante tiempo antes que los fluidos del cuerpo comenzaran a

            hervir, en sus diversos y bien protegidos sistemas. El tiempo límite de exposición en el vacío era de casi

            cinco minutos. No había sido un experimento sino un rescate de emergencia, y aunque el sujeto había

            quedado paralizado en parte por una embolia gaseosa, había sobrevivido.

            Mas todo esto no era de utilidad alguna para Bowman. No había nadie a bordo de la Discovery que

            pudiera efectuarle la recompresión. Había de alcanzar la seguridad en los próximos segundos, mediante

            sus propios esfuerzos individuales.

            Afortunadamente, se estaba haciendo más fácil moverse; el enrarecido aire ya no podía azotarlo y

            desgarrarlo o baquetearlo con proyectiles volantes. En torno a la curva del pasillo estaba el amarillo

            REFUGIO DE EMERGENCIA. Fue hacia él dando traspiés, asió el picaporte, y tiró de la puerta hacia sí.

            Durante un horrible momento pensó que estaba agarrotada. Cedió luego el gozne un tanto duro, y él cayó

            en su interior, empleando el peso de su cuerpo para cerrar la puerta tras de sí.

            El reducido cubículo era lo suficientemente grande como para contener a un hombre... y un traje espacial.

            Cerca del techo había una pequeña botella de alta presión y de color verde brillante, con la etiqueta O2

     

            DESCARGA. Bowman asió la pequeña palanca sujeta a la válvula, y tiró de ella hacia abajo con sus

            últimas fuerzas.

            Sintió verterse en sus pulmones el flujo de fresco y puro oxígeno. Durante un largo momento quedóse

            jadeando, mientras aumentaba en su derredor la presión del pequeño compartimiento. Tan pronto como

            pudo respirar cómodamente, cerró la válvula. En la botella había gas suficiente sólo para dos de aquellas

            tomas; podía necesitar usarla de nuevo.

            Cortada la ráfaga de oxígeno, el compartimiento se tornó silencioso de súbito, y Bowman permaneció en

            intensa escucha. Había cesado también el rugido al exterior de la puerta; la nave estaba vacía, y su

            atmósfera absorbida por el espacio.

            Bajo sus pies, había cesado también la violenta vibración del centrífugo. Se había detenido el

            aerodinámico aparato, que se hallaba ahora girando quedamente en el vacío.

            Bowman pegó el oído a la pared del cubículo, para ver si podía captar cualquier ruido informativo más a

            través del cuerpo metálico de la nave. No sabía que debía esperar, pero ahora se lo hubiera creído casi

            todo. Apenas le hubiese sorprendido sentir la débil vibración de alta frecuencia de los impulsores, al

            cambiar de rumbo la Discovery. Mas allí no había nada sino silencio.

            De desearlo, podría sobrevivir en aquel compartimiento durante una hora aproximadamente, incluso sin

            el traje espacial. Daba lástima despilfarrar el insólito oxígeno en el cuartito, pero no servía absolutamente

            para nada esperar. Había decidido ya lo que debía hacerse; cuanto más lo demorara, más difícil podría

            resultarle.

      

            Una vez se hubo embutido en el traje y comprobado su integridad, vació el oxígeno que quedaba en el

            cubículo, igualando la presión a ambos lados de la puerta. La abrió fácilmente al vacío, y salió al ya

            silencioso centrífugo. Sólo el invariable tirón de su falsa gravedad revelaba el hecho de que se hallaba

            girando aún. "Afortunadamente - pensó Bowman -, no había echado a andar a supervelocidad"; mas ésta

            era ahora una de sus menores preocupaciones.

            La lámparas de emergencia brillaban aún, y también disponía de la de su traje para guiarle. Bañaba con

            su luz el curvado pasillo al caminar por él de nuevo hacia el hibernáculo y lo que temía hallar.

            Miró primero a Whitehead, una ojeada fue suficiente. Había pensado que un hombre hibernado no

            mostraba ningún signo de vida, mas ahora sabía que era un error. Aun cuando fuese imposible definirlo,

            había una diferencia entre hibernación y muerte. Las luces rojas y trazos no modulados del exhibidor del

            biosensor confirmaban sólo lo que ya había supuesto.

            Lo mismo sucedía con Kaminski y Hunter. Nunca los había conocido muy bien; nunca más volvería a

            conocerlos.

            Estaba solo en la nave sin aire y parcialmente inutilizada, con toda comunicación con Tierra cortada. No

            había otro ser humano existente en un radio de mil millones de kilómetros.

            Y sin embargo, en un sentido muy real, el no estaba solo. Antes de que pudiese ser salvado estaría aún

            más solitario.

            Nunca había hecho antes el recorrido a través del ingrávido eje del centrífugo llevando un traje espacial;

            había poco lugar libre, y era una tarea difícil y agotadora. Para empeorar las cosas el pasaje circular

            estaba sembrado de restos depositados durante la breve violencia del ventarrón huracanado que había

            vaciado a la nave de su atmósfera.

            En una ocasión, la luz de Bowman se posó sobre un espantoso manchón de viscoso líquido rojo,

            quedando donde se había salpicado contra un panel. Le asaltó por unos momentos la náusea antes de ver

            fragmentos del recipiente de plástico, percatándose que se trataba sólo de alguna sustancia alimenticia

            -probablemente compota de uno de los distribuidores-. Burbujeaba inmundamente en el vacío al pasar

            ante él flotando.

            Ahora estaba fuera del cilindro lentamente giratorio, y yendo hacia el puente de mando. Asióse a una

            corta sección de escalera, por la que comenzó a moverse, mano sobre mano, jugueteando frente a él el

            brillante círculo de iluminación de su traje.

            Bowman había ido raramente por allí; nada había ahí que tuviera él que hacer... hasta ahora. En seguida

            llegó hasta una pequeña puerta elíptica, que llevaba rótulos tales como: "RESERVADA AL PERSONAL

            AUTORIZADO" "¿HA OBTENIDO USTED EL CERTIFICADO H.19?" y "AREA ULTRALIMPIA -

            DEBEN SER LLEVADOS TRAJES DE SUCCION."

            Aunque la puerta no estaba cerrada con llave, llevaba tres sellos, cada uno con la insignia de una

            autoridad diferente, incluyendo la de la Agencia Astronáutica. Mas aun cuando hubiese llevado el gran

            sello del propio Presidente, Bowman no hubiese vacilado el romperlo.

            Había estado allí sólo una vez, antes, durante el proceso de instalación. Había olvidado por completo que

            tenía un dispositivo con lente que escudriñaba el pequeño compartimiento que, con sus estantes y

            columnas pulcramente alineadas de sólidas unidades de lógica, se asemejaba más bien a la cámara

            acorazada de seguridad de un banco.

       

            Supo al instante que el ojo había reaccionado ante su presencia. Hubo el siseo de una onda portadora al

            conectarse el transmisor local de la nave; luego, una voz familiar provino del audífono del traje espacial.

            - Algo parece haber sucedido al sistema de subsistencia, Dave.

            Bowman no hizo caso. Se hallaba examinando minuciosamente las pequeñas etiquetas de las unidades de

            lógica, cotejando su plan de acción.

            - Oiga, Dave - dijo seguidamente Hal -. ¿Ha encontrado usted el trastorno?

            Sería aquella una operación muy trapacera, de no tratarse simplemente más que de cortar el

            abastecimiento de energía de Hal, lo que habría podido ser la respuesta de haber estado tratando con un

            simple computador sin autoconciencia en la Tierra. Pero en el caso de Hal, había además seis sistemas

            energéticos independientes y separados, con un remate final consistente en una unidad nuclear isotópica

            blindada y acorazada. "No, no podía simplemente tirar del interruptor"; y aun de ser ello posible,

            resultaría desastroso.

            Pues Hal era el sistema nervioso de la nave; sin su supervisión, la Discovery sería un cadáver mecánico.

            La única respuesta se hallaba en interrumpir los centros superiores de aquel cerebro enfermo pero

            brillante, dejando en funcionamiento los sistemas reguladores puramente automáticos. Bowman no

            estaba intentando esto a ciegas, pues el problema había sido discutido ya durante su entrenamiento, aun

            cuando nadie soñara siquiera en que hubiera de plantearse en realidad. Sabía que estaba incurriendo en

            un espantoso riesgo; de producirse un reflejo espasmódico, todo se iría al traste en segundos...

            - Creo que ha habido un fallo en las puertas de la cala de cápsulas espaciales, Hal - observó en tono de

            conversación -. Tuviste suerte en no resultar muerto.

            "Ahí va - pensó Bowman -. Jamás pensé que me convertiría en un cirujano aficionado del cerebro...

            llevando a cabo una lobotomía, más allá de la órbita de Júpiter".

            Soltó el cerrojo de la sección etiquetada REALIMENTACION COGNOSCITIVA y sacó el primer

            bloque de memoria. La maravillosa red del complejo tridimensional, que podía caber en la mano de un

            hombre, y sin embargo contenía millones de elementos, flotó por la bóveda.

            - Eh, Dave - dijo Hal - ¿Qué está usted haciendo?

            "¿Sentiría dolor?", pensó brevemente Bowman. Probablemente no..., no hay órgano sensorial alguno en

            la corteza cerebral humana, después de todo. El cerebro humano puede ser operado sin anestesia.

       

            Comenzó a sacar, una por una, las pequeñas unidades del panel etiquetado REFORZAMIENTO DEL

            EGO. Cada bloque salía flotando en cuanto lo soltaba de la mano, hasta chocar y rebotar en la pared. No

            tardaron en hallarse flotando de una a otra parte varias unidades.

            - Oigame, Dave - dijo Hal -. Tengo años de experiencia de servicio encajados en mí. Una cantidad

            irremplazable de esfuerzo se ha empleado en hacer lo que soy.

            Habían sido sacadas ya una docena de unidades, aunque gracias a la redundancia de su diseño -otro

            rasgo, lo sabía Bowman, que había sido copiado del cerebro humano- el computador seguía

            manteniéndose.

            Comenzó con el panel de AUTOINTELECCION.

            - Dave - dijo Hal -. No comprendo por que me está haciendo esto... Tengo un gran entusiasmo por la

            misión... Está usted destruyendo mi mente... ¿No lo comprende...? me voy a hacer infantil... pueril... me

            voy a convertir en nada...

            Esto es más duro de lo que creía, penso Bowman. Estoy destruyendo la única criatura consciente de mi

            universo. Pero es cosa que ha de hacerse, y quiero recuperar el control de la nave.

            - Soy un computador Hal nueve mil, producción número 3. Me puse en funcionamiento en la planta Hal

            de Urbana, Illinois, el 12 de Enero de 1997. El rápido zorro pardo brinca sobre el perezoso perro. La

            lluvia de España cae principalmente en el llano. Dave... ¿se encuentra usted aún ahí?

            ¿Sabía usted que la

            raíz cuadrada de 10 es 3,162277660168379...; Log 10 a la base e es 0,434294481906252... o corrección,

            o sea log e a la base 10... La reciprocidad de 3 es 0,333333333333... dos por dos es... dos por dos es...

            aproximadamente 4,10101010101010... Me parece estar teniendo cierta dificultad... Mi primer instructor

            fue el doctor Chandra... él me enseño a cantar una canción... que dice así... "Daisy, daisy, dame tu

            respuesta, di... Estoy medio loco de amor por ti".

            La voz se detuvo tan súbitamente que Bowman se quedó helado por un momento, con su mano asiendo

            aún uno de los bloques de memoria que estaban todavía en circuito. Luego, inesperadamente, Hal volvió

            a hablar.

            - Buenos... días... doctor... Chandra... Aquí... Hal... estoy... listo... para... mi... primera... lección... de...

            hoy... Bowman no pudo soportarlo más. Arrancó de un tirón la última unidad y Hal quedó silencioso para

            siempre.

            29 - Solo

               

            Como minúsculo y complicado juguete, la nave flotaba inerte e inmóvil en el vacío. No había medio de

            decir que era el más rápido objeto del Sistema Solar y que estaba viajando con mucha mayor celeridad

            que cualquiera de los planetas al contornear el Sol.

            Ni tampoco había indicación alguna de que portara vida; por el contrario, en efecto, cualquier observador

            hubiera reparado en dos detalles aciagos: las puertas de la cámara reguladora de presión estaban abiertas

            de par en par... y la nave aparecía rodeada por una tenue nube de despojos que se iba dispersando

            lentamente.

            Desperdigados en un volumen de espacio de varios kilómetros cúbicos, había trozos de papel, chapas de

            metal, inidentificables fragmentos de chatarra... y acá y allá, nubes de cristales destellando como piedras

            preciosas al distante Sol, donde había sido absorbido líquido de la nave e inmediatamente helado. Todo

            ello constituía la inconfundible secuela del desastre, como los restos flotantes en la superficie de un

            océano donde se fue a pique un gran barco. Pero en el océano del espacio, ninguna nave podía hundirse...

           

                                    

                                                                                                                                                       THE END...?