Un desierto, hace cuatro millones de años. Una mañana, un grupo de monos humanoides descubre la presencia de un extraño monolito negro. Tras la sorpresa inicial, y varias temerosas tentativas, llegan a tocarlo. Como resultado, uno de los monos aprende a utilizar un hueso para matar a su rival, dando irónicamente un paso adelante hacia la inteligencia y la humanidad.
En el año 2001, la nave espacial Orion deja al Dr. Floyd, un científico americano, en el hotel Orbiter Hilton, instalado en una estación espacial que sirve de enlace entre la Tierra y la Luna. Tras una reunión con otros colegas, donde se revela su misión de investigar ciertos fenómenos observados en la Luna, continúa su viaje hacia el satélite. En la base lunar Clavius se halla otra vez el monolito negro, que al recibir el primer contacto humano, emite un silbido agudísimo, dirigido hacia el planeta Júpiter.
Dieciocho meses más tarde, la nave espacial Discovery viaja a Júpiter, a más de medio billón de kilómetros de la Tierra. La pilota un ordenador casi humano, HAL 9000, con cinco cosmonautas a bordo: David Bowman, Frank Poole y tres compañeros en estado de hibernación. Al cometer HAL un error, mata a los tres hombres hibernados para disimularlo. Cuando Bowman y Poole se le enfrentan para controlar la situación, el computador elimina a Poole, pero es desactivado por Bowman.
Ya próximo a Júpiter, Bowman abandona la Discovery en una cápsula y sigue al monolito negro, que flota en el espacio, y cruza vertiginosamente la "Puerta de las Estrellas" entre una vorágine de luces, formas y sonidos. Aislado en una extraña habitación rococó, vive, envejece y muere velozmente, para renacer bajo la forma de un bebé estelar, que regresa a la Tierra.
Como era habitual en él, se había documentado muy a fondo para realizar esta película, hipótesis de la catástrofe que podría desencadenar un ataque nuclear de los EE.UU. a la URSS -daría los mismo si fuese al revés- iniciado por error o locura. La lectura de docenas de informes militares y de cientos de obras de divulgación científica le hizo darse cuenta, no sin inquietud, de la barrera que separaba la ciencia del ciudadano común, cada vez más alejado de informaciones decisivas para su destino y posible supervivencia. Al mismo tiempo, le intrigaba el interrogante de si existían otras civilizaciones más desarrolladas que la humana fuera de la Tierra y de la posibilidad de que, en algún momento, hubiesen intentado comunicarse con el hombre. En su mente esas nociones trataban de materializarse en forma de película.
El azar hizo entonces que cayese en sus manos un cuento de Arthur C. Clarke, un popular escritor de ciencia-ficción, publicado en 1950 y que se titulaba El centinela. En ese cuento, un geólogo -o selenólogo, como él mismo se define- descubre en la Luna una enigmática estructura en forma de pirámide y llega a la conclusión de que es un vigilante, colocado allí por alguna civilización avanzada para advertir de los progresos de la raza humana en la exploración espacial.
Intrigado por la idea, Kubrick se puso en contacto con Clarke. Y el escritor le explicó su punto de vista con meridiana claridad. "La cuestión es que si existen formas de vida superiores en el Universo, una inteligencia superior, cabe suponer que visitaran la Tierra hace millones de años. Si no encontraron vida entonces, pudieron dejar una señal de alarma, para avisarles cuando hubiese vida inteligente en la Tierra. Pero sería lógico que la pusieran en la Luna, y no en la Tierra, porque no les interesaría saber de nosotros hasta que el hombre desarrollase la inteligencia suficiente como para llegar a la Luna". De esa noción, aceptada con entusiamo por el cineasta, iba a nacer 2001: una odisea del espacio.
Durante más de un año, Kubrick y Clarke trabajaron conjuntamente para convertir El centinela en una novela, y luego en un guión. Mientras tanto, el director se documentaba con la maniática escrupulosidad que le era proverbial. No se contentó con seguir devorando libros científicos, e informes de la NASA sobre vuelos espaciales, sino que vió prácticamente todas las películas de ciencia-ficción producidas hasta entonces. Y mientras Clarke daba forma a la historia, Kubrick decidió que, para persuadir al espectador, su fantasía tenía que ser creíble hasta el más pequeño detalle, desde la apariencia y el vuelo de las naves espaciales hasta su utillaje electrónico, pasando por los trajes de los astronautas, sus accesorios, su forma de caminar, de comportarse en el espacio...
Todo eso requería mucho tiempo, un ingente trabajo, numerosos colaboradores, una documentación más que copiosa y un enfoque completamente nuevo de los efectos especiales. En otras palabras, mucho dinero. Pero la idea era sumamente atractiva de cara al público, y Dr. Strangelove había causado una profunda impresión inter- nacionalmente. Así que la poderosa MGM, que ya había distribuido otra polémica realización de Kubrick, Lolita (Lolita, 1962), decidió correr el riesgo. Compró el guión, que entonces se titulaba Viaje más allá de las estrellas, y se hizo cargo de la producción. Como Kubrick residía en Londres, se convino que la filmación se efectuaría en los estudios que MGM poseía entonces en Borenham Wood. Y el consejo de administración de la compañía aprobó un presupuesto de 6 millones de dólares, elevado con relación a las producciones medias de MGM, pero ajustado a la envergadura de la película, que se rodaría en 70 mm para su exhibición en Cinerama.
Durante los diez meses que precedieron a la filmación, Kubrick trabajó muchas horas diarias en la preparación. Obsesionado por el realismo, intentó que hasta el más mínimo detalle de la película fuese auténtico. Se pasó meses estudiando fotografías de la Luna, para que la imagen de nuestro satélite en 2001 fuese rigurosamente fiel a los últimos hallazgos científicos. Y decidió dotar de voz a HAL 9000, el supercomputador que desempeña un papel crucial en la trama, porque los expertos americanos e ingleses en ordenadores le aseguraron taxativamente que esas máquinas hablarían antes de concluir el siglo XX. Y estudió a fondo informes y fotografías de la NASA, para que el diseño de las naves espaciales se ajustase de forma estricta a lo que los científicos tenían previsto.
Para dar una idea de su maniático espíritu verista, Kubrick no pensó la famosa escena de Bowman entrando en la Discovery a presión en el vacío, para enfrentarse con HAL, mientras no estuvo seguro de que el hombre puede sobrevivir unos breves minutos en el vacío, como demostraron los experimentos realizados por las Fuerzas Aéreas Norteamericanas.
Ese rigor que se imponía en el planteamieno le obligó a decidir sobre una serie de cuestiones, más delicadas de lo que parece a primera vista. ¿Qué sombreros usarán las azafatas en los vuelos espaciales regulares de la Tierra a la Luna? ¿Qué voz tendrán los ordenadores? ¿Cómo será el diseño de los muebles en los hoteles del espacio, en particular el Orbiter Hilton? ¿Cuál será la textura y apariencia de los trajes de los cosmonautas del futuro?.
Responder a todas esas preguntas y muchísimas más, significó la creación de un departamento con 35 artistas de diseño y efectos especiales. Y la colaboración de numerosos asesores científicos, a cuyo frente se puso Fredrick I. Ordway, un ingeniero de prestigioso Massachussets Institute of Technology (MIT). La oficina de Kubrick en Borenham Wood pronto dejó de parecer la oficina de un cineasta, para cobrar el temible aspecto de un taller de ingeniería. Y el director no tardó en reunir en su elenco de colaboradores firmas y organismos tan dispares como Bell Laboratories, General Electric, Honeywell, IBM, NASA, Philco, Vickers Engineering, el Departamento de Defensa de los EE.UU. y la Embajada de la URSS en Londres, sin contar los departamentos científicos de numerosas universidades europeas y americanas.
La decisión más importante concernía a los decorados de interiores de naves espaciales. Las naves espaciales del futuro, donde los hombres vivirán meses y tal vez años, poseerán gravedad artificial, para impedir que las cosas floten a la deriva en la ingravidez y porque parece necesario para la salud de los astronautas. Uno de los sistemas de conseguir gravedad es utilizar la fuerza centrífuga en una habitación que da vueltas, para que los objetos se adhieran a las paredes, de la misma manera que la gravedad los atrae al centro de la Tierra.
Kubrick quería que sus naves tuvieran gravedad centrífuga y encargó a los ingenieros de Vickers-Armstrong que le construyeran una "centrifugadora". Y ése fue el más espectacular y estrafalario artefacto utilizado en la filmación de 2001. Tenía unos once metros de diámetro, giraba sobre un eje a una velocidad de cuatro kilómetros y medio por hora y costó 750.000 dólares. La centrifugadora era lo bastante grande para que los astronautas Bowman y Poole se movieran libremente en su interior, trabajasen o hicieran ejercicios físicos. Pero no lo era para albergar a Kubrick y a sus cámaras. Para dirigir y organizar sus movimientos Kubrick hizo instalar en el estudio un circuito cerrado de televisión.
La filmación de estas escenas comenzó en marzo de 1966. Entre el giro de la centrifugadora, las cámaras de televisión, los reflectores y los micrófonos, el plató de Borenhan Wood no parecía un estudio de cine, sino la rampa de lanzamiento de Cabo Kennedy. Las operaciones eran tan complicadas, que fue preciso crear una especie de cuartel general, donde cuatro hombres coordinasen la actividad de un equipo de 106 personas. Y el plan de rodaje comenzó a retrasarse de forma ostensible. Estaba claro que 2001 no podría estrenarse en el plazo previsto.
Los 130 días de rodaje inicialmente calculados por Kubrick se duplicaron, luego se triplicaron. Y la filmación continuó durante todo el año 1967. Mientras el director iba resolviendo los problemas inmediatos de cada día, un equipo de técnicos inventaba incesantemente técnicas nuevas para rodar, por ejemplo, el viaje de la Discovery a Saturno; como no hubo forma de crear una imagen convincente de ese planeta, se eligió Júpiter y sus lunas como centro de la civilización que envió al centinela.
Su único signo visible será ese centinela, que finalmente tomó la forma de un monolito negro. Inicialmente, y respetando la idea de Clarke, se pensó mostrarlo como un tetraedro. Pero esa figura no resultaba monumental, ni simple, ni fundamental; hacía pensar además en las pirámides del antigüo Egipto, que nada tenían que ver con la historia que 2001 pretendía contar. En un rasgo de intuición significativo, el monolito negro fue convertido en un paralelepípedo, esto es, una simple forma, sin que tal decisión tuviera una relación consciente con la Kaaba, la piedra negra sagrada de los musulmanes, cuyo origen se supone un meteorito, ni con los menhires de Stonehenge. Clarke descubriría más tarde la existencia de una secta budista que veneraba un negro bloque rectangular.
Kubrick decidió también en el último momento el diseño de HAL 9000, el supercomputador que es el sexto miembro de la tripulación de la Discovery. Su apariencia es anónima, una consola electrónica sin otro rasgo distintivo que un ojo rojizo, omnipresente, omnisciente. Lo que caracteriza a HAL es la voz, que debía prestarle el actor Martin Balsam. Al notar Kubrick que su voz era demasiado emotiva, hasta el punto de hacer redundantes sus escenas, la sustituyó por la de Douglas Rain, un actor canadiense contratado inicialmente como narrador; la voz de Rain, untuosa, paternalista y neutra, hizo de HAL el imprevisto y patético protagonista de 2001.
De eso se dieron inmediatamente cuenta los actores. "HAL era más humano que yo mismo", observó Keir Dullea, elegido por Kubrick para interpretar al cosmonauta Dave Bowman. Un actor alto, perspicaz, de característica mirada metálica, Dullea interpretó con agudeza las indicaciones de Kubrick, trató de mostrar a su personaje, un cosmonauta del siglo XXI, como "un hombre inteligente, muy preparado, solitario, alienado, no excesivamente imaginativo". En un toque indudablemente irónico, así es el hombre que acabará siendo el mesías del nuevo paso hacia adelante de la especie humana.
El rodaje de la película no concluyó hasta principios de 1968. Obligado a estrenar en abril, Kubrick viajó en barco a los EE.UU. -ese hombre del futuro que poseía el título de piloto, no tomaba jamás un avión- para ultimar el montaje de la película en los estudios MGM de California, adonde llegó el 13 de marzo. En dos semanas dejó ultimada la primera copia estándar: el coste final de la película, inicialmente previsto en seis millones, ascendía ya a 10.500.000 doláres, una cantidad en verdad importante para la época.
En la primera preview, hecha para la revista Life el 29 de marzo, el director decidió renunciar a su idea de abrir la película con una serie de entrevistas a científicos. Pero las sucesivas previews de Washington, el 31 de marzo, y de Nueva York, el 1 de abril, fueron tan alarmantes como fría la reacción del público del estreno.
Los críticos neoyorquinos publicaron reseñas casi unánimemente negativas de la película y el público medio parecía coincidir en que 2001 era larga, tediosa, oscura e incomprensible. El 5 de abril, Kubrick, por propia iniciativa - el director siempre elogió públicamente a Robert O'Brien, presidente de la MGM, por la libertad de acción concedida en todo momento, sin intervencionismo ni en producción ni en montaje- decidió abreviarla en 19 minutos, originalmente duraba 2 horas y 40 minutos.
¿Iba a ser 2001 un fracaso? Reacciones diversas parecían vaticinarlo. Grupos de espectadores maduros aseguraban no entender nada, opinión que compartía Ordway, el asesor científico venido del M.I.T., furioso porque Kubrick había suprimido la narración explicativa que había preparado. Figuras influyentes de la literatura de ciencia-ficción, como Lester del Rey o Ray Bradbury, no ocultaban una franca reticencia.
Pero algo estaba ocurriendo. Porque los espectadores más jóvenes acogían 2001 con franco entusiasmo. Y 2001 se encontró de pronto con un público muy joven y adicto, que se agolpaba en las diez primeras filas -hasta entonces sistemáticamente vacías- de los locales de Cinerama que exhibían la película: no les molestaba la magnitud de la pantalla, al contrario: cuanto más cerca, más intensa y grata les parecía la experiencia. Y la extraña fascinación de 2001 contagió incluso a los espectadores más reacios; en un fenómeno sin precedentes, críticos al principio hostiles saludaban ahora la película como una obra maestra.
Significativamente, la acogida de los cineastas fue extraordinariamente cálida. Charles Chaplin lloró al ver la película en Londres, mientras que, desde Roma, Federico Fellini envió a Kubrick un largo telegrama admirativo; un club de directores de cine fans de 2001 no tardó en constituirse con Roman Polanski, Richard Lester y Franco Zefirelli al frente. Al mismo tiempo, los jóvenes contestatarios de la cultura de la liberación -Niños de las Flores y fumadores de hierba- hacían de 2001 un estandarte, el emblema del definitivo Viaje Psicodélico. Y 2001 se erigió en un fenómemo cultural, un clásico popular tan representativo de su época como Gone with the Wind (Lo que el viento se llevó, 1939) lo fue de la suya.
La polémica en torno a la significación de 2001 alcanzó su clímax con la aparición simultánea de la novela de Clarke. Con su humildad característica, el escritor explica todo cuanto se puede explicar acerca del monolito, sus efectos, la civilización que lo envía, desdeña las elipsis fulgurantes de Kubrick, ilumina hasta extremos quizás excesivos lo que en la película es enigmático, misterioso o sencillamente oscuro, incluyendo la discutida sección final en torno al destino de Bowman tras franquear la Puerta de las Estrellas.
Pero justamente por ser todo lo contrario, la película de Kubrick posee un poder de persuasión, de seducción, infinitamente superior al del libro. 2001 es una experiencia estrictamente visual: en dos horas y veintiún minutos de proyección, apenas cuarenta minutos son dialogados. 2001 habla con la imagen, despliega un abanico de imágenes extraordinarias. No hay palabras capaces de describir la exaltación del momento en que el primate -en realidad un actor, Dan Richter-, jubiloso por haber derrotado a su enemigo, golpea una y otra vez, en cámara lenta, con el hueso cuya utilidad acaba de descubrir, hasta lanzarlo por los aires: en una transición de millones de años en un segundo, ese hueso, primer signo de inteligencia, se transforma en la manifestación última del hombre inteligente, una nave espacial en ruta hacia la Luna.
2001 es, al mismo tiempo, un prodigio de narración cinematográfica. Cuando la historia empieza realmente, con la expedición de la Discovery -que hace pensar en la carcasa de algún reptil antediluviano, pero que también, en un rasgo de intuición genial, posee forma de espermatozoide- a Júpiter, la precisión del relato se hace magistral: cada plano se sucede, implacablemente, como efecto del anterior y causa del siguiente.
Esa
maravillosa racionalidad es el mejor y más irónico vehículo para contemplar la
vida cotidiana de los astronautas, para comprender la sutil transformación de HAL y sus reacciones -el
momento extraordinario en que su ojo rojizo lee en los labios de Bowman y Poole
ocultos en una cápsula-, para sentir el instante sobrecogedor y sarcástico a la
vez en que liquida a los tres cosmonautas hibernados, o envía fríamente a Poole
a la muerte en el espacio. Hasta llegar, por fin, en esta epopeya glacial donde
no parece existir diferencia aparente entre el hombre y la máquina, a ese
momento de emoción auténtica en el que Bowman desconecta los centros racionales
del computador, lo reduce a la condición de un niño temeroso que gimotea una
vieja canción infantil...
2001 posee toda la belleza y la
atrocidad -como también el humor- de la tragedia.
CRITICA
Es interesante observar el papel de la Luna en 2001. En el año que se estrenó 2001, 1968, tenía lugar la llamada " carrera espacial ", y en ese año se tenía como objetivo llevar un hombre a la luna.
Parecía, hasta el momento que la URSS llevaba la delantera ( había lanzado el primer satélite artificial, había puesto el primer hombre en el espacio ,etc. ), y los norteamericanos debían hacer algo espectacular ( como llevar un hombre a la luna ) para resarcirse y superar a los rusos. Pero la cosa no se acababa con llegar primeros a la Luna. Después de haber llegado a la Luna, los norteamericanos tenían " in mente " establecer bases permanentes en ella, ir a Marte, construir ciudades en el espacio.... Pero nada de esto sucedió, como hemos podido comprobar , ya que al llegar a la Luna, parece que la cosa se enfrío, y la " carrera espacia " ya no fue tal carrera, puesto que parecía que los rusos no podían seguir manteniendo el ritmo, seguramente debido a problemas económicos .
Pero volvamos al 1968, en ese año aún se tenía confianza en la Luna y en la " conquista del espacio " , como se puede apreciar en 2001 , donde vemos bases lunares, estaciones espaciales, etc. La sociedad norteamericana vivía toda esta situación, deseando llegar a la Luna antes que los rusos ( se tenía previsto alunizar en el 67 o 68 ) , y a todos los hogares norteamericanos llegaban series televisivas que tenían como escenario el espacio, series como por ejemplo Lost in space y Star Trek (1966-1969), que comenzaba con estas palabras : " El espacio la última frontera... " . Los políticos también aprovechaban esta situación , y usaban el espacio como propaganda política ( tanto en la URSS como en los EEUU ).
Kennedy hablaba de una " nueva frontera " y prometía llegar a la Luna, mientras que los soviéticos presumían de sus logros en el espacio, ante los americanos y el resto del mundo. En 2001 también se puede observar las relaciones entre la URSS y los EEUU. Estas relaciones son, aparentemente, cordiales . Vemos como el Dr. Floyd charla amistosamente con un grupo de científicos rusos , y da la impresión que es bastante amigo de una de las científicas soviéticas y que se ven habitualmente. Esto podría ser un reflejo de la " coexistencia pacífica " .
Aunque vemos que la relación entre los rusos y los norteamericanos no es del todo sincera , y que las tensiones perduran ( aún en el siglo XXI ) . El Dr. Floyd no explica la verdadera razón de su visita a sus " colegas " rusos , y se oculta el hallazgo del monolito. Observando esta relación ( Rusia-EEUU) en las películas actuales, vemos, que por ejemplo en la reciente película The Jackal, los norteamericanos y los rusos cooperan para capturar a un peligroso asesino profesional, y en The Pacemaker, los rusos y los americanos unen sus fuerzas para recuperar una cabeza nuclear robada. Claro está, que estas dos películas son de producción americana, y en ellas los rusos aparecen en un plano inferior , con respecto a los norteamericanos.
Tal vez sí 2001 se hubiese rodado en el Hollywood de finales de los 90 ( sin Kubrick, por supuesto ), los norteamericanos seguirían siendo los que encontraran el monolito, pero esta vez consultarían con algunos científicos rusos para desentrañar sus misterios. Por supuesto, por aquel entonces ( años 60 ) los rusos seguían su programa espacial y los norteamericanos el suyo, no como ahora, que ambos colaboran en proyectos espaciales conjuntos. Algunos de estos proyectos espaciales también se llevan a cabo con la colaboración de otros países como Japón, la Unión Europea, etc.
Como es el caso de la futura estación espacial Alfa dónde colaboran diversos países, y no sólo americanos y rusos. Y es que a pesar del creciente desarrollo económico y tecnológico que se estaba dando a finales de los 60 en algunos países como China ( recordemos que en 1964 China hace estallar su primera bomba atómica ) y Japón, ni Kubrick ni Clarke se imaginaron a estos países ni a otros, que no fueran ni la URSS ni EEUU , en el espacio. Aunque ya a finales de los 60, el secretario de Estado de los EEUU, Kissinger, parece que era consciente de que el bipolarismo EEUU-URSS estaba dejando su lugar a un mundo multipolar, en el que emergían varios centros de poder ( desde la Comunidad Europea hasta China y Japón ) y trataba de mantener buenas relaciones con todos ellos ( p.e. el presidente Nixon visita China a comienzos de los 70 ).
También podríamos hablar de otro tema , que podríamos llamar el de la " conspiración permanente ", tema muy actual que aparece reflejado en películas como la reciente Conspiración ( Conspiration Theory ) y en series de televisión como Expediente-X ( The X-Files ). Esta llamada " conspiración permanente " se basa en la creencia de muchos norteamericanos que no confían en su gobierno , y que opinan que este les miente , que está " conspirando " contra ellos . Esta es una constante en la obra de Kubrick :su poca confianza en las instituciones sociales y políticas , que aparece reflejada en películas como Dr. Strangelove, La chaqueta metálica y 2001, dónde los astronautas de la Discovery no conocen el verdadero objetivo de la misión , y este hecho les cuesta la vida ( al menos a algunos, salvándose solo uno ).
Podríamos establecer una comparación con otra película del género , la conocida Alien : el octavo pasajero, donde la tripulación de la Nostromo tampoco conoce su verdadera misión : investigar unas señales alienígenas, y donde sólo se salva uno de ellos: Ripley ( sin contar el gato, claro está ). Es más, si en 2001, es Hal, una máquina, quién oculta la verdad, en Alien, ocurre lo mismo, hay en la tripulación un androide, una máquina, que es el único que conoce el verdadero objetivo de la misión. Tal vez la única diferencia, en este caso, sea que si bien en 2001 los ocultadores de la verdad parecen que sean los dirigente políticos, en Alien lo son los dirigentes de una megacorporación. De todas formas, en ambos casos es el poder quien miente.
EL DIRECTOR
El director, guionista y productor Stanley Kubrick nació en Nueva York (Estados
Unidos), el 26 de julio de 1928, hijo de Gertrude Perveler y del médico Jacques
L. Kubrick. Mal estudiante en su niñez, sus padres intentaron incentivarlo
mandándolo a California, residiendo en Pasadena junto a su tío materno, Martin
Perverler, un personaje importante en su posterior carrera cinematográfica, ya
que le ayudaría a financiar sus primeros proyectos fílmicos.
Los intereses principales de Stanley eran el cine, la lectura, el ajedrez, deporte del que era un experto jugador, y la fotografía, afición que le valíó para conseguir su primer contrato profesional al trabajar para la revista “Look”.
Kubrick debutó como director cinematográfico con una serie de documentales rodados a comienzos de los años 50, los cortos “Day of the fight” (1951), “Flying Padre” (1951) y “The seafarers” (1953). Unos años antes, en 1947, se había casado con Toba Metz, dialoguista de la que se divorciaría en 1952.Su primer trabajo de ficción sería “Fear and Desire” (1953), un drama bélico de bajo presupuesto poco inspirado en el cual aparecía como actor el posterior director Paul Mazursky. Más tarde rodaría otro título menor en su brillante filmografía, “El beso del asesino” (1955), un relato pulp de poco más de una hora interpretado por Frank Silvera, quien también había sido el protagonista de “Fear and Desire”.
En 1954 Kubrick se casó con la directora artística y bailarina austríaca Ruth Sobotka, quien aparece en “El beso del asesino” y se ocuparía de la dirección artística de “Atraco Perfecto” (1956) la primera gran obra de su esposo, producida de manera independiente junto a James B. Harris. Protagonizada por Sterling Hayden y Coleen Gray, recreaba de manera magistral un robo a un hipódromo.
En este film, influenciado tanto por Fritz Lang como por John Huston o Sam Fuller, se aprecian algunas de las virtudes como autor del director neoyorquino, su meticulosidad y perfeccionismo enfermizo con los detalles, el realce visual en un intrincado proceder narrativo y un control total de todo el proceso artístico. Al margen de ello y con pronunciación principal en títulos posteriores, se distinguirá notablemente su carácter inconformista y esquivo, configurando películas polémicas y controvertidas.
Por esta película, Stanley Kubrick recibiría una nominación a los Globos de Oro como mejor director, candidatura que volvería a lograr por “Lolita” (1962), adaptación de la obra homónima del ruso Vladimir Nobokov, quien también asumiría facetas de guionista, siendo nominado al Oscar por su trabajo. El film deparaba una estupenda interpretación de James Mason como el profesor Humbert Humbert y la revelación internacional de la joven Sue Lyon en el papel de Lolita.
Tras divorciarse de Sobotka en el año 1957, Kubrick contrajo matrimonio en 1958 con Susanne Christian, la cantante alemana que aparece en la inolvidable última escena de “Senderos de gloria”. Con esta actriz germana, llamada tras su matrimonio Christianne Kubrick, el autor estadounidense permanecería hasta su muerte.
En “Lolita” intervenía en un secundario pero decisivo papel el actor británico Peter Sellers, quien, junto a George C. Scott y Sterling Hayden, el protagonista de “Atraco Perfecto”, protagonizaría otro memorable trabajo, “¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú” (1964), una sátira sobre la guerra fría basada en la novela de Peter George. Kubrick sería nominado al Oscar como mejor director, ganando la estatuilla George Cukor por el musical “My fair lady”, y mejor guionista, consiguiendo el premio Edward Anhalt por “Becket”. La película también consiguió ser nominada al Oscar, pero el galardón sería para “My fair lady”.
“2001” sería premiada con varias nominaciones a los Oscars. Kubrick ganaría el premio a los mejores efectos especiales y sería nominado como mejor director, logrando Carol Reed el galardón por “Oliver”, y mejor guión original junto a Clarke, consiguiendo la estatuilla Mel Brooks por “Los Productores”.
A partir de los años 70 la prolijidad de Stanley Kubrick en cada proyecto establecería que la aparición de sus películas se convirtiesen en todo un acontecimiento cultural. En “La naranja mecánica” (1971), Kubrick adaptaba una novela de Anthony Burgess y establecía una perspectiva sobre la violencia social con ramalazos de comedia negra y sátira.
Su siguiente trabajo le retrotrayó a la Inglaterra del siglo XVIII, cuando adaptó a la pantalla una novela de William Makepeace Thackeray, “Barry Lindon” (1975). Con el protagonismo de Ryan O’Neal, Kubrick recreó de manera espléndida el ambiente de la época, hecho que volvió a ser recompensado con varias candidaturas a los Oscar.
Ni el galardón a la mejor película, que sería para “Alguien voló sobre el nido del cuco”, ni el de mejor director, para Milos Forman, ni el del mejor guión adaptado, premio fue para Lawrence Hauben y Bo Goldman por “Alguien voló sobre el nido del cuco”, pudieron acrecentar el exiguo bagaje de estatuillas de Kubrick.
Por el contrario, aspectos técnicos de la película, que supuso un gran revés económico para su autor, como la dirección artística, vestuario, música o fotografía, sí fueron recompensados por la Academia de Hollywood.
En los años 80 Kubrick firmaría dos películas, “El resplandor” (1980), título de terror protagonizado por Jack Nicholson que trasladaba al cine la novela homónima de Stephen King, y “La chaqueta metálica” (1987), un film que volvía a recalcar sus postulados antibélicos, ahora desarrollando su acción en la Guerra del Vietnam en base a una novela de Gustav Hasford. Kubrick sería nominado al mejor guión, un premio que recayó en Bernardo Bertolucci y Mark Peploe por “El último emperador”.
Después de muchos años de reclusión, Kubrick, quien barajaba varios proyectos, entre ellos “A. I. Inteligencia Artificial”, un fim que después rodaría su admirador Steven Spielberg, terminó realizando “Eyes Wide Shut” (1999), un drama psicológico protagonizado por la pareja Tom Cruise-Nicole Kidman. Este último film se estrenaría de manera póstuma, ya que Stanley Kubrick fallecería el 7 de marzo de 1999 en Inglaterra. Tenía 69 años
EL GIONISTA
Arthur Charles Clarke nació en 1917, en Minehead, Somerset, Inglaterra.Tras acabar sus estudios secundarios se trasladó a Londres en 1936, para trabajar como funcionario. Fue ya un activo miembro del fandom antes de la Segunda Guerra Mundial, en la que sirvió como instructor de radar en la RAF entre 1941 y 1946, con el empleo de Teniente de Vuelo.
Después de la Segunda Guerra Mundial entra en el King's College de Londres, en 1948, acabando con honores sus estudios en fisica y matematicas. El gran interes de Clarke por las posibilidades de la ciencia siempre fue muy evidente.Entre 1946 y 1947 fue presidente de la Sociedad Interplanetaria Britanica , repitiendo de 1950 a 1953. Su primer relato de ciencia ficción publicado profesionalmente fue LOOPHOLE ( "Excusa" ) para Astounding Science Fiction, en abril de 1946.
En sus primero años como escritor
usó el pseudonimo Charles Willis en tres ocasiones, y escribe una vez como E. G.
O'Brien. Los primeros relatos de Arthur C. Clarke estan solidamente construidos,
giran usualmente sobre un único tema cientifico y terminan, frecuentemente, con
una solucion sorprendente, sin desdeñar en algunas ocasiones un elaborado toque
humoristico.
Arthur C. Clarke escribió el guión de 2001: UNA ODISEA ESPACIAL(1968) junto a Stanley Kubrick. La novelizacion fue escrita, cuando la pelicula estuvo rodada, por el propio Clarke basandose en el guión. A lo que atañe a la película, Clarke fue el padre de la idea en su relato corto " The Sentinel " ( EL CENTINELA ) escrito en 1948, donde se expone simplemente la actuacion de una estructura extraterrestre ( descaradamente situada en la cima de una montaña ) cuya labor se limitaba a ejercer como aparato de alarma, dotado de un caracter meramente pasivo: transmite a sus constructores la noticia del desarrollo evolutivo y tecnico de los terrestres. En orden a esta premisa, después de 2.400 horas aproximadamente de trabajo conjunto, formalizó con Kubrick un texto base ( 130 páginas sin un final decidido ) de la película . Dos de los temas recurrentes a Clarke se hallan implícitos tanto en el cuento citado como en la adaptación de Kubrick: la presencia de una super-civilización y el recurso a un " nuevo paso adelante " en el camino evolutivo.
Clarke, que es visto como el escritor de ciencia-ficción que con más entusiasmo propugna el optimismo ilimitado en el espiritu humano, y la idea de que la potencialidad casi infinita de humanidad, concluye que el genero humano está en pañales en comparación a la Inescrutable Sabiduria de arcanas civilizaciones extraterrestres.
En los 60 Arthur C. Clarke dedica sus energias creativas a obras ajenas al genero, y a la divulgación cientifica, sobre todo a la exploración submarina, siendo‚ el mismo un entusiasta buceador, una de las razones por las que en 1956 fija su residencia en Sri Lanka. Su estilo como divulgador es lúcido y ameno, rivalizando solamente con otro escritor de ciencia-ficción (CF) que destaca igualmente como divulgador científico Isaac Asimov. Arthur C. Clarke se hizo muy conocido en todo el mundo cuando intervino como comentarista para la CBS en las misiones de las misiones Apolo 11, 12 y 15. Tras el éxito de 2001: UNA ODISEA ESPACIAL, Clarke se convierte, probablemente, en el autor de CF más conocido en el mundo, y en los EEUU, en el escritor extranjero del genero más popular.
En 1980 gana el premio Hugo de novela con FUENTES DE PARAISO, donde relata la construcción de un ascensor espacial de 36 km. de altura. Se trata del trabajo más notable de la última época de Arthur C. Clarke. Para muchos lectores, Arthur C. Clarke es la personificación de la CF. Clarke siempre escribe con lucidez, a veces en un tono frío, frecuentemente con gracia, siendo un agudo evocador que ha producido algunas de los imágenes más memorables en CF.
Es comunmente aceptado como una figura relevante en el desarrollo del genero a partir de la Segunda Guerra Mundial, especialmente por su visión liberal, optimista ante los posibles beneficios de la tecnología, y por su desarrollo de la visión stapledoniana de la perspectiva cósmica, en la que el género humano es visto como un niño al que antiguos habitantes del universo, sabios y arcanos, tratan como un padre generoso o simplemente con una displicente indiferencia.( Esta idea se ve reflejada en obras como Rendez-vous with Rama ( Cita con Rama y 2001: Odisea espacial y sus secuelas ).
LA NOVELA (FRAGMENTOS)
16 - HAL
Pero ahora Texas era invisible, y hasta resultaba difícil ver los Estados Unidos. Aunque el inductor de
bajo impulso de plasma había sido cortado, la Discovery se hallaba aún navegando, con su grácil cuerpo
semejante a una flecha apuntando fuera de la Tierra, y orientado todo su dispositivo óptico de alta
potencia hacia los planetas exteriores, donde se encontraba su destino.
Sin embargo había un telescopio que apuntaba permanentemente a la Tierra. Estaba montado como la
mira de un arma de fuego en el borde de la antena de largo alcance de la nave, y comprobaba que el gran
rulo parabólico estuviese rígidamente fijado sobre su distante blanco. Mientras la Tierra permanecía
centrada en la retícula del anteojo, el vital enlace de comunicación estaba intacto, y podían provenir y
expedirse mensajes a lo largo del invisible haz que se extendía más de tres millones de millas cada día
que pasaba.
Por lo menos una vez en cada período de guardia, Bowman miraba a la Tierra a través del telescopio de
alineación de la antena. Pero como aquella estaba ahora muy lejos, atrás, del lado del Sol, presentaba a la
Discovery su oscurecido hemisferio, y en la pantalla central aparecía el planeta como un centellante
creciente de plata, semejante a otro Venus.
Era raro que en aquel arco de luz siempre menguante pudieran ser identificados cualesquiera rasgos
geográficos, pues las nubes y la cabina los ocultaban, pero hasta la oscurecida porción del disco era
infinitamente fascinadora. Estaba sembrada de relucientes ciudades; algunas de ellas brillaban con
invariable luz, titilando a veces como luciérnagas cuando pasaban sobre ellas variaciones atmosféricas.
Había también períodos en que, cuando la Luna pasaba en su órbita, resplandecía como una gran lámpara
sobre los oscurecidos mares y continentes de la Tierra. Luego, con un temblor de agradecimiento,
Bowman podía vislumbrar a menudo líneas costeras familiares, brillando en aquella espectral luz lunar.
Y a veces, cuando el Pacífico estaba en calma, podía hasta ver el fulgir lunar brillando en su cara; y
recordaba noches bajo las palmeras de las lagunas tropicales.
Sin embargo no lamentaba en absoluto aquellas perdidas bellezas. Las había disfrutado todas, en sus
treinta y cinco años de vida; y estaba decidido a volverlas a disfrutar, cuando volviese rico y famoso. En
el interin, la distancia las hacía a todas tanto más preciosas.
Al sexto miembro de la tripulación no le importaban nada todas esas cosas, pues no era humano. Era el
sumamente perfeccionado computador HAL 9.000, cerebro y sistema nervioso de la nave.
HAL (sigla de Computador ALgorítmico Heurísticamente programado, nada menos) era una obra
maestra de la tercera generación de computadores. Ello parecía ocurrir en intervalos de veinte años, y
mucha gente pensaba ya que otra nueva creación era inminente.
La primera había acontecido en 1940 y pico, cuando la válvula de vacío hacía tiempo anticuada, había
hecho posible tan toscos cachivaches de alta velocidad como la ENIAC y sus sucesores. Lugo en los años
sesenta habían sido perfeccionados sólidos ingenios microelectrónicos. Con su advenimiento, resultaba
claro que inteligencias artificiales cuando menos tan poderosas como la del hombre, no necesitaban ser
mayores que mesas de despacho... caso de que se supiera cómo construirlas.
Probablemente nadie lo sabría nunca; mas ello no importaba. En los años ochenta, Minsky y Good
habían mostrado cómo podían ser generadas automáticamente redes nerviosas autorreplicadas, de
acuerdo con cualquier arbitrario programa de enseñanza. Podían construirse cerebros artificiales
mediante un proceso asombrosamente análogo al desarrollo de un cerebro humano. En cualquier caso
dado, jamás se sabrían los detalles precisos, y hasta si lo fueran, serían millones de veces demasiado
complejos para la comprensión humana.
Sea como fuere, el resultado final fue una máquina-inteligencia que podía reproducir -algunos filósofos
preferían la palabra "remedar"- la mayoría de las actividades del cerebro humano, y con mucha mayor
velocidad y seguridad. Era sumamente costosa y sólo habían sido construidas hasta la fecha unas cuantas
unidades de la HAL 9.000; pero estaba comenzando a sonar un tanto a hueca la vieja chanza de que
siempre sería más fácil hacer cerebros orgánicos mediante un inhábil trabajo.
Hal había sido entrenado para aquella misión tan esmeradamente como sus colegas humanos... y a un
grado de potencia mucho mayor, pues además de su velocidad intrínseca, no dormía nunca. Su primera
tarea era mantener en su punto los sistemas de subsistencia, comprobando continuamente la presión del
oxígeno, la temperatura, el ajuste del casco, la radiación y todos los demás factores inherentes de los que
dependían las vidas del frágil cargamento humano. Podía efectuar las intrincadas correcciones de
navegación y ejecutar las necesarias maniobras de vuelo cuando era el momento de cambiar de rumbo. Y
podía atender a los hibernadores, verificando cualquier ajuste necesario a su ambiente, y distribuyendo
las minúsculas cantidades de fluidos intravenosos que los mantenían con vida.
Las primeras generaciones de computadoras habían recibido la información necesaria a través de
teclados de máquinas de escribir aumentados, y habían replicado a través de impresores de alta velocidad
y despliegues visuales. Hal podía hacerlo también así, de ser necesario, pero la mayoría de sus
comunicaciones con sus camaradas de navegación se hacían mediante la palabra hablada. Poole y
Bowman podían hablar a Hal como si fuese un ser humano, y él replicaría en el más puro y perfecto
inglés que había aprendido durante las fugaces semanas de su electrónica infancia.
Sobre si Hal pudiera realmente pensar, era una cuestión que había sido establecida por el matemático
Inglés Alan Turing en los años cuarenta. Turing había señalado que, si se podía llevar a cabo una
prolongada conversación con una máquina -indistintamente mediante máquina de escribir o micrófono-
sin ser capaz de distinguir entre sus respuestas y las que podría dar un hombre, en tal caso la máquina
estaba pensando, por cualquier sensible definición de la palabra. Hal podía pasar con facilidad el test de
Turing.
Y hasta podía llegar el día en que Hal tomase el mando de la nave, en caso de emergencia, si nadie
respondía a sus señales, intentaría despertar a los durmientes miembros de la tripulación, mediante una
estimulación eléctrica y química. Y si no respondían, pediría nuevas órdenes por radio a la Tierra.
Y entonces, si tampoco la Tierra respondiese, adoptaría las medidas que juzgara necesarias para la
salvaguardia de la nave y la continuación de la misión... cuyo real propósito sólo él conocía, y que sus
colegas humanos jamás habrían sospechado.
Poole y Bowman se habían referido a menudo humorísticamente a sí mismos como celadores o conserjes
a bordo de una nave que podía realmente andar por sí misma. Se hubieran asombrado mucho, y su
indignación hubiera sido más que regular, al descubrir cuanta verdad contenía su chanza.
19 - Tránsito de Júpiter
Aun a treinta millones de kilómetros de distancia, Júpiter era ya el objeto más sobresaliente del
firmamento, el planeta era un disco pálido de tono asalmonado, de un tamaño aproximadamente de la
mitad de la Luna vista desde la Tierra, con las oscuras bandas paralelas de sus cinturones de nubes
claramente visibles. Errando en el plano ecuatorial estaban las brillantes estrellas de Io, Europa,
Ganímedes y Calixto... mundos que en cualquier otra parte hubiesen sido considerados como planetas en
su propio derecho, pero que allí eran simplemente satélites de un amo gigante.
A través del telescopio Júpiter presentaba una magnífica vista... un globo abigarrado, multicolor, que
parecía llenar el firmamento. Resultaba imposible abarcar su tamaño verdadero: Bowman recordó que
tenía once veces el diámetro de la Tierra, pero durante largo rato fue ésta una estadística sin ningún
significado real.
Luego, mientras se estaba informando de las cintas en las unidades de memoria de Hal, halló algo que de
súbito le permitió ver en sus verdaderas dimensiones la tremenda escala del planeta. Era una ilustración
que mostraba la superficie entera de la Tierra despellejada y luego estaquillada, como la piel de un
animal, sobre el disco de Júpiter. Contra este fondo, todos los continentes y océanos de la Tierra parecían
no mayores que la India en el globo terráqueo...
Al emplear Bowman el mayor aumento de los telescopios de la Discovery, le pareció estar suspendido
sobre un globo ligeramente alisado, mirando hacia un paisaje de volanderas nubes que habían sido
hechas tiras por la rápida rotación del gigantesco mundo. A veces esas tiras se cuajaban en manojos,
nudos y masas de vapor coloreado del tamaño de continentes; a veces eran enlazadas por pasajeros
puentes de miles de kilómetros de longitud. Oculta bajo aquellas nubes, había materia suficiente para
sobrepujar a todos los demás planetas del Sistema Solar. ¿Y qué más, se preguntó Bowman, se hallaba
también oculto allí?
Sobre ese moviente y turbulento techo de nubes, ocultando siempre la superficie del planeta, se
deslizaban a veces formas circulares de oscuridad, una de las lunas interiores estaba pasando ante el
distante sol, discurriendo su sombra bajo él y sobre el alborotado paisaje nuboso joviano.
Había aún más allá, a treinta millones de kilómetros de Júpiter, otras lunas, mucho más pequeñas. Pero
eran sólo montañas volantes de unas cuantas docenas de kilómetros de diámetro, y la nave no pasaría en
ninguna parte cerca de ninguna de ellas.
Con intervalos de pocos minutos, el transmisor del radar enviaba un silencioso rayo de energía; pero
ningún eco de nuevos satélites devolvía su latido desde el vacío.
Lo que llegó, con creciente intensidad, fue el bramido de la propia voz de la radio de Júpiter. En 1955,
poco antes del alba de la Era Espacial, los astrónomos habían quedado asombrados al hallar que Júpiter
estaba lanzando estallidos de millones de caballos de fuerza en la banda de diez metros. Era simplemente
un ronco ruido, asociado con los halos de partículas cargadas que circundaban el planeta como los
cinturones de Van Allen de la Tierra, pero en escala mucho mayor.
A veces, durante las horas solitarias pasadas en el puente de mando, Bowman escuchaba esa radiación.
Aumentaba la intensidad del amplificador de la radio hasta que la estancia se llenaba con un estruendo
crujiente y chirriante; de este fondo, y a intervalos regulares, surgían breves silbidos y pitidos, como
gritos de aves alocadas. Era un sonido fantasmagórico e imponente, pues no tenía nada que ver con el
hombre; era tan solitario y tan ambiguo como el murmullo de las olas en una playa, o el distante fragor
del trueno allende el horizonte.
Aun a su actual velocidad de más de ciento sesenta mil kilómetros por hora, le llevaría a la Discovery
casi dos semanas cruzar las órbitas de todos los satélites jovianos. Más lunas contorneaban a Júpiter que
planetas orbitaban al sol; el observatorio lunar estaba descubriendo nuevas lunas cada año, llegando ya la
cuenta a treinta y seis. La más exterior -Júpiter XVII- era retrógrada y se movía en inconstante
trayectoria, a cuarenta y ocho millones de kilómetros de su amo temporal. Era el premio de un constante
tira y afloja entre Júpiter y el Sol, pues el planeta estaba capturando constantemente lunas efímeras del
cinturón de asteroides, y perdiéndolas de nuevo al cabo de unos cuantos millones de años. Sólo los
satélites interiores eran de su propiedad permanente; el Sol no podría nunca arrancarlos de su asidero.
Ahora se encontraba aquí uno nuevo como presa de los antagónicos campos gravitatorios. La Discovery
estaba acelerando a lo largo de una compleja órbita calculada hacía meses por los astrónomos de la
Tierra, y cotejada constantemente por Hal. De cuando en cuando se producían minúsculos golpecitos
automáticos de los reactores de control, apenas perceptibles a bordo de la nave, al efectuarse la debida
corrección de trayectoria.
En el enlace de radio con la Tierra, fluía constantemente la información. Estaban ahora tan lejos del
hogar, que viajando a aquella velocidad sus señales tardaban cincuenta minutos en llegar. Aunque el
mundo entero estaba mirando sobre sus hombros, contemplando a través de sus ojos y de sus
instrumentos a medida que se aproximaban a Júpiter, pasaría casi una hora antes de que llegaran a Tierra
las nuevas de sus descubrimientos.
Las cámaras telescópicas estaban operando constantemente al atravesar la nave la órbita de los
gigantescos satélites interiores... cada uno de los cuales tenía una superficie mayor que la de la Luna.
Tres horas antes del tránsito, la Discovery paso sólo a treinta y dos mil kilómetros de Europa, y todos los
instrumentos fueron apuntados al mundo que se aproximaba, que crecía constantemente de tamaño,
cambio de esfera a semiesfera y pasó rápidamente en dirección al Sol.
Aquí había también treinta millones cuadrados de superficie, que no había sido hasta ese momento más
que la cabeza de un alfiler para el más poderoso telescopio. Los pasarían raudos en unos minutos, y
debían sacar el mayor partido del encuentro, registrando toda la información que pudieran. Habría meses
para poder revisarla despacio.
Desde la distancia, Europa había parecido una gigantesca bola de nieve, reflejando con notable eficiencia
la luz del lejano Sol. Observaciones más atentas así lo confirmaron; a diferencia de la polvorienta Luna,
Europa era de una brillante blancura, mucha de su superficie estaba cubierta de destellantes trozos que se
asemejaban a varados icebergs. Casi ciertamente, estaban formados por amoníaco y agua que el campo
gravitatorio de Júpiter había dejado, como fuera, de capturar.
Sólo a lo largo del ecuador era visible la roca desnuda; aquí había una tierra de nadie increíblemente
mellada de cañones y revueltos roquedales y cantos rodados, formando una franja más oscura que
rodeaba completamente el pequeño mundo.
Había unos cuantos cráteres meteóricos, pero ninguna señal de vulcanismo. Evidentemente, Europa
nunca había poseído fuentes internas de calor.
Había, como ya se sabía hacía tiempo, trazas de atmósfera, cuando el oscuro borde del satélite pasaba
cruzando a una estrella, su brillo se empañaba brevemente antes de la ocultación. Y en algunas zonas
había un atisbo de nubosidad... quizás una bruma de gotitas de amoníaco, arrastradas por tenues vientos
de metano.
Tan rápidamente como había surgido del firmamento de proa, Europa se hundió por la popa; y ahora el
cinturón de Júpiter se hallaba a sólo dos horas. Hal había comprobado y recomprobado con infinito
esmero la órbita de la nave, viendo que no había necesidad de más correcciones de velocidad hasta el
momento de la mayor aproximación. Sin embargo, aun sabiendo eso, causaba una tensión en los nervios
ver como aumentaba de tamaño, minuto a minuto, aquel gigantesco globo. Resultaba dificultoso creer
que la Discovery no estaba cayendo en derechura hacia él, y que el inmenso campo gravitatorio del
planeta no estaba arrastrándola hacia su destrucción.
Ya había llegado el momento de lanzar las sondas atmosféricas... las cuales, se esperaba, sobrevivirían lo
bastante como para enviar alguna información desde bajo el cobertor de nubes joviano. Dos rechonchas
cápsulas en forma de bomba, encerradas en protectores escudos contra el calor, fueron puestas
suavemente en órbita, cuyos primeros miles de kilómetros apenas se desviaban de la trazada por la
Discovery.
Pero lentamente fueron derivando; y por fin se pudo ver a simple vista lo que había estado afirmando
Hal. La nave se hallaba en una órbita casi rasante, no de colisión; no tocaría la atmósfera. En verdad, la
diferencia era de sólo unos cuantos cientos de kilómetros -una nadería cuando se estaba tratando con un
planeta de ciento cincuenta mil kilómetros de diámetro- pero ello bastaba.
Júpiter ocupaba ahora todo el firmamento; era tan inmenso que ni la mente ni la mirada podían abarcarlo
ya, y ambas habían abandonado el intento. De no haber sido por la extraordinaria variedad de color -los
rojos, rosas, amarillos, salmones y hasta escarlatas- de la atmósfera que había bajo ellos, Bowman
hubiese creído que estaba volando sobre un paisaje de nubes terrestres.
Y ahora, por primera vez en toda la expedición, estaban a punto de perder el Sol. Pálido y menguado
como aparecía, había sido el compañero constante desde que salieron de la Tierra, hacía cinco meses.
Pero ahora su órbita se estaba hundiendo en la sombra de Júpiter, y no tardarían en pasar al lado nocturno
del planeta.
Mil seiscientos kilómetros más adelante, la franja del crepúsculo estaba lanzándose hacia ellos; detrás, el
Sol estaba sumiéndose rápidamente en las nubes jovianas. Sus rayos se esparcían a lo largo del horizonte
como lenguas de fuego, con sus crestas vueltas hacia abajo, contraíanse luego y morían en breve fulgor
de magnificencia cromática. Había llegado la noche.
Y sin embargo... el gran mundo de abajo no estaba totalmente oscuro. Rielaba una fosforescencia que se
abrillantaba a cada minuto, a medida que se acostumbraban sus ojos a la escena. Caliginosos ríos de luz
discurrían de horizonte a horizonte, como las luminosas estelas de navíos en algún mar tropical. Aquí y
allá se reunían en lagunas de fuego líquido, temblando con enormes perturbaciones submarinas que
manaban del oculto corazón de Júpiter, era una visión que inspiraba tanto espanto, que Poole y Bowman
hubiesen estado con la mirada clavada en ella durante horas; ¿era aquello, se preguntaban, simplemente
el resultado de fuerzas químicas y eléctricas que hervían en una caldera... o bien el subproducto de
alguna fantástica forma de vida? Eran preguntas que los científicos podrían aún estar debatiendo cuando
el recién nacido siglo tocase a su fin.
A medida que se sumían más en la noche joviana, se hacía constantemente más brillante el fulgor bajo
ellos. En una ocasión Bowman había volado sobre el norte del Canadá durante el cenit de la aurora: la
nieve que cubría el paisaje había sido tan fría y brillante como esto. Y aquella soledad ártica, recordó, era
más de cien grados más cálida que las regiones sobre las cuales estaban lanzándose ahora.
- La señal de la Tierra está desvaneciéndose rápidamente - anunció Hal - Estamos entrando en la primera
zona de difracción.
Lo habían esperado... en realidad era uno de los objetivos de la misión, cuando la absorción de
microondas proporcionaría valiosa información sobre la atmósfera joviana. Pero ahora que habían pasado
realmente tras el planeta, y se cortaba la comunicación con la Tierra, sentían una súbita y abrumadora
soledad. El cese de radio duraría sólo una hora; luego emergerían de la pantalla eclipsadora de Júpiter y
reanudarían el contacto con la especie humana. Sin embargo, aquella hora sería la más larga de sus vidas.
A pesar de su relativa juventud, Poole y Bowman eran veteranos de una docena de viajes espaciales...
mas ahora se sentían como bisoños. Estaban intentando algo por primera vez; nunca había viajado
ninguna nave a tales velocidades, o desafiado tan intenso campo gravitatorio. El más leve error en la
navegación en aquel punto crítico y la Discovery saldría despedida hacia los límites extremos del
Sistema Solar, sin esperanza alguna de rescate.
Arrastrábanse los lentos minutos. Júpiter era ahora una pared vertical de fosforescencia, extendiéndose al
infinito sobre ellos... y la nave estaba remontando en derechura su resplandeciente cara. Aunque sabían
que estaban moviéndose con demasiada rapidez para que los prendiese la gravedad de Júpiter, resultaba
difícil creer que no se había convertido la Discovery en un satélite de aquel mundo.
Al fin, y muy delante de ellos, hubo un fulgor luminoso a lo largo del horizonte. Estaban emergiendo de
la sombra, saliendo al Sol. Y casi en el mismo momento, Hal anunció:
- Estoy en contacto-radio con Tierra. Me alegra también decir que ha sido completada con éxito la
maniobra de perturbación. Nuestro tiempo hasta Saturno es de ciento sesenta y siete días, cinco horas,
once minutos.
Estaba al minuto de lo calculado; el vuelo de aproximación había sido llevado a cabo con precisión
impecable. Como una bola en una mesa de billar, la Discovery se había apartado del móvil campo
gravitatorio de Júpiter, y obtenido el impulso para el impacto. Sin emplear combustible alguno, había
aumentado su velocidad en varios miles de kilómetros por hora.
Sin embargo, no había en ello violación alguna de las leyes de la mecánica; la naturaleza equilibraba
siempre sus asientos, y Júpiter había perdido exactamente tanto impulso angular como la Discovery
había ganado. El planeta había sido retardado... pero como su masa era un quintillón de veces mayor que
la de la nave, el cambio de su órbita era demasiado ínfimo como para ser detectable. No había llegado
aún la hora en que el hombre podría dejar su señal sobre el Sistema Solar.
Al aumentar la luz rápidamente en su derredor, alzándose una vez más el sumido Sol en el firmamento
joviano, Poole y Bowman se estrecharon las manos en silencio.
Pues aunque les resultaba difícil creerlo, había sido culminada sin tropiezo, la primera parte de su misión.
20 - El mundo de los Dioses
Pero aún no habían terminado con Júpiter. Más lejos, atrás, las dos sondas que la Discovery había
lanzado estaban estableciendo contacto con la atmósfera.
De una de ellas no se había vuelto a oír; probablemente había hecho una entrada demasiado precipitada,
y se había incendiado antes de poder transmitir información alguna. La segunda tuvo más suerte; hendía
las capas superiores de la atmósfera joviana, deslizándose de nuevo al espacio. Tal como había sido
planeado, había perdido tanta velocidad en el encuentro, que volvía a retroceder a lo largo de una gran
elipse. Dos horas después reentraba en la atmósfera en el lado diurno del planeta... moviéndose a 112.000 km/h.
Inmediatamente fue arrojada en una envoltura de gas incandescente, perdiéndose el contacto de radio.
Hubo ansiosos minutos de espera, entonces, para los dos observadores del puente de mando. Podía
suceder que la sonda sobreviviera, y que el escudo protector de cerámica no ardiese por completo antes
de que acabara el frenado. Si tal ocurriese, los instrumentos quedarían volatilizados en una fracción de
segundo.
Pero el escudo se mantuvo lo bastante como para que el ígneo meteoro se detuviera. Los fragmentos
carbonizados fueron eyectados, el robot saco sus antenas, y comenzó a escudriñar en derredor con sus
sentidos electrónicos. A bordo de la Discovery, que se hallaba ahora a una distancia de un millón y
medio de kilómetros, la radio comenzó a traer las primeras noticias auténticas de Júpiter.
Las miles de vibraciones vertidas cada segundo estaban informando sobre composición atmosférica,
presión, campos magnéticos, temperatura, radiación, y docenas de otros factores que sólo podrían
desentrañar los expertos en Tierra. Sin embargo, había un mensaje que podía ser entendido al instante;
era la imagen de TV, en color, enviada por la sonda que caía hacia el planeta gigante.
Las primeras vistas llegaron cuando el robot había entrado ya en la atmósfera, y había desechado su
escudo protector. Todo lo que era visible era una bruma amarilla, moteada de manchas escarlatas y que
se movía ante la cámara a vertiginosa velocidad... fluyendo hacia arriba al caer la sonda a varios cientos
de kilómetros por hora.
La bruma se tornó más espesa; resultaba imposible saber si la cámara estaba intentando ver en diez
centímetros o en diez kilómetros, pues no aparecía detalle alguno que pudiera enfocar el ojo. Parecía que,
en cuanto a la TV concernía, la misión era un fracaso. Los instrumentos habían funcionado, pero no
había nada que pudiese verse en aquella brumosa y turbulenta atmósfera.
Y de pronto, casi bruscamente, la bruma se desvaneció. La sonda debió de haber caído a través de la base
de una elevada capa de nubes, y salido a una zona clara... quizás a una región de hidrógeno casi puro con
sólo un esparcido desperdigamiento de cristales de amoníaco. Aunque aún resultaba en absoluto
imposible juzgar la escala de la imagen, la cámara evidentemente estaba abarcando kilómetros.
La escena era tan ajena a todo lo conocido, que durante un momento fue casi insensata para los ojos
acostumbrados a los colores y las formas de la Tierra. Lejos, muy lejos, abajo, se extendía un
interminable mar de jaspeado oro, surcado de riscos paralelos que podían haber sido las crestas de
gigantescas olas. Mas no había movimiento alguno; la escala de la escena era demasiado inmensa para
mostrarlo. Y aquella áurea vista no podía posiblemente haber sido un océano, pues se encontraba aún alta
en la atmósfera joviana. Sólo podía haber sido otra capa nubosa.
Luego la cámara captó, atormentadoramente borroso por la distancia, un vislumbre de algo muy extraño.
A muchos kilómetros de distancia, el áureo paisaje se convertía en un cono singularmente simétrico,
semejante a una montaña volcánica. En torno a la cúspide de este cono había un halo de pequeñas nubes
hinchadas... todas aproximadamente del mismo tamaño, y todas muy precisas y aisladas, había algo de
perturbador y antinatural en ellas... si, en verdad, podía ser aplicada la palabra "natural" a aquel pavoroso
panorama.
Luego, prendida por alguna turbulencia en la rápidamente espesada atmósfera, la sonda viró en redondo
un cuarto de horizonte y durante unos segundos la pantalla no mostró nada más que un áureo
empañamiento. Se estabilizó luego; el "mar" se hallaba mucho más próximo, pero tan enigmático como
siempre. Se podía observar ahora que estaba interrumpido aquí y allá por retazos de oscuridad, que
podían haber sido boquetes o hendiduras que conducían a una capa más profunda de la atmósfera.
La sonda estaba destinada a no alcanzarlas nunca. A cada kilómetro se había ido duplicando la densidad
del gas que la rodeaba, y subiendo la presión a medida que iba hundiéndose más y más profundamente
hacia la oculta superficie del planeta. Se hallaba aún alta sobre aquel misterioso mar cuando la imagen
sufrió una titilación preventiva, y esfumóse luego, al aplastarse el primer explorador de la Tierra bajo el
peso de kilómetros de atmósfera.
En su breve vida, había proporcionado un vislumbre de quizás una millonésima parte de Júpiter, y se
había aproximado escasamente a la superficie del planeta, a cientos de kilómetros bajo él en las
profundas brumas. Cuando desapareció la imagen de la pantalla, Bowman y Poole sólo pudieron sentarse
en silencio, con el mismo pensamiento dando vueltas en sus mentes.
Los antiguos, en verdad, habían hecho lo mejor que sabían, al bautizar a aquel mundo con el nombre del
señor de todos los Dioses. De haber vida allí, ¿cuanto tiempo se tomaría en localizarla? Y después de
eso... ¿cuantas centurias pasarían antes de que el hombre pudiera seguir a este primer pionero... y en qué
clase de nave?
Pero no eran estas cuestiones las que incumbían a la Discovery y a su tripulación. Su meta era un mundo
más extraño aún, casi el doble de lejos del Sol... a través de mil millones más de kilómetros de vacío
infestado de cometas.
22 - Excursión
Las cápsulas extravehiculares o "vainas del espacio" de la Discovery, eran esferas de aproximadamente
tres metros de diámetro, y el operador se instalaba tras un mirador que le procuraba una espléndida vista.
El principal cohete impulsor producía una aceleración de un quinto de gravedad -la suficiente para rondar
en la Luna- permitiendo el gobierno de pequeños pitones de control de posición. Desde un área situada
inmediatamente debajo del mirador brotaban dos juegos de brazos metálicos articulados, uno para
labores pesadas y otro para manipulación delicada. Había también una torreta extensible, conteniendo
una serie de herramientas automáticas, tales como destornilladores, martillos, serruchos y taladros.
Las vainas del espacio no eran el medio de transporte más elegante ideado por el hombre, pero eran
absolutamente esenciales para la construcción y reparación en el vacío. Se las bautizaba por lo general
con nombres femeninos, tal vez en reconocimiento a que su comportamiento fuera en ocasiones un tanto
caprichoso. El trío de la Discovery se llamaban Ana, Betty y Clara.
Una vez se hubo puesto su traje de presión -su última línea de defensa- y penetrado en el interior de la
cápsula, Poole pasó diez minutos comprobando los mandos. Dio un toque a los eyectores de gobierno,
flexionó los brazos metálicos, y revisó el oxígeno, el combustible y la reserva de energía. Luego, cuando
estuvo completamente satisfecho, habló a Hal por el circuito de radio. Aunque Bowman estaba presente
en el puente de mando, no intervendría a menos que hubiese algún error o mal funcionamiento.
- Aquí Betty. Comience secuencia bombeo.
- Secuencia bombeo comenzada.
Al instante, Poole pudo oír el vibrar de las bombas a medida que el precioso aire era extraído de la
cámara reguladora de presión. Luego, el tenue metal del casco externo de la cápsula produjo unos suaves
crujidos, y al cabo de cinco minutos, Hal informo:
- Concluida secuencia bombeo.
Poole hizo una última comprobación de su reducido tablero de instrumentos. Todo estaba perfectamente
normal.
- Abra puerta exterior - ordenó.
De nuevo repitió Hal sus instrucciones; a cada frase, Poole tenía sólo que decir "¡Alto!" y el computador
detendría inmediatamente la secuencia.
Las paredes de la nave se abrieron ante él. Poole sintió mecerse brevemente la cápsula al precipitarse al
espacio los últimos tenues vestigios de aire. Luego, vio las estrellas... y daba la casualidad de que
precisamente el minúsculo y áureo disco de Saturno, aún a seiscientos cincuenta millones de kilómetros,
estaba ante él.
- Comience eyección cápsula.
Muy lentamente, el riel del que estaba colgada la cápsula se extendió a través de la puerta abierta, hasta
quedar el vehículo suspendido justamente fuera del casco de la nave.
Poole hizo dar una segunda descarga al propulsor principal, y la cápsula se deslizó suavemente fuera del
riel, convirtiéndose al fin en un vehículo independiente, prosiguiendo su propia órbita en torno al Sol.
Ahora no tenía él conexión alguna con la Discovery... ni siquiera un cable de seguridad. La cápsula
raramente causaba trastorno; y hasta si quedaba desamparada, Bowman podía ir fácilmente a rescatarla.
Betty respondió suavemente a los controles; la hizo derivar durante treinta metros, comprobó luego su
impulso, y la hizo girar en redondo de manera que se hallase de nuevo mirando a la nave. Luego
comenzó a rodear el casco de presión.
Su primer blanco era un área fundida de aproximadamente un centímetro y medio de diámetro, con un
minúsculo hoyo central. La partícula de polvo meteórico que había verificado allí su impacto a más de
ciento cincuenta mil kilómetros por hora, era ciertamente más pequeña que una cabeza de alfiler, y su
enorme energía cinética la había vaporizado al instante. Como con frecuencia sucedía, el orificio parecía
haber sido causado por una explosión desde el interior de la nave; a esas velocidades, los materiales se
comportaban de extraños modos y raramente se rigen por el sentido común de las leyes de la mecánica.
Poole examinó cuidadosamente el área, y la roció luego con encastrador de un recipiente presurizado que
tomó del instrumental de la cápsula. El blanco y gomoso líquido se extendió sobre la piel metálica,
ocultando a la vista el agujero. La grieta expelió una gran burbuja, que estalló al alcanzar unos quince
centímetros de diámetro, luego otra más pequeña, y ninguna más, al tomar consistencia el encastrador.
Poole contempló intensamente la reparación durante varios minutos, sin que hubiese una ulterior señal de
actividad, sin embargo, para asegurarse del todo, aplicó una segunda capa, dirigiéndose seguidamente
hacia la antena.
Le llevó algún tiempo contornear el casco esférico de la Discovery, pues mantuvo a la cápsula a una
velocidad no superior a unos cuantos palmos por segundo. No tenía prisa, y resultaba peligroso moverse
a gran velocidad a tanta proximidad de la nave. Tenía que andar con mucho tiento con los varios sensores
y armazones instrumentales que se proyectaban del casco en lugares inverosímiles, y tener también sumo
cuidado con la ráfaga de su propio propulsor. Caso de que chocara con alguno de los más frágiles de los
avíos, podría causar gran daño.
Cuando llegó por fin a la antena parabólica de largo alcance, de siete metros de diámetro, examinó
minuciosamente la situación. El gran cuenco parecía estar apuntando directamente al Sol, pues la Tierra
se hallaba ahora casi en línea con el disco solar. La armadura de la antena y todo su dispositivo de
orientación se encontraban por ende en una total oscuridad, oculto en la sombra del gran platillo
metálico.
Poole se había aproximado desde atrás; había tenido sumo cuidado en no ponerse frente al reflector
parabólico, para que Betty no interrumpiese el haz y motivara una momentánea pero engorrosa pérdida
de contacto con la Tierra. No pudo ver nada del instrumento que tenía que reparar, hasta que encendió los
proyectores de la cápsula, ahuyentando las sombras.
Bajo aquella pequeña placa se encontraba la causa del trastorno. Esta placa estaba asegurada con cuarto
tuercas, y al igual que toda la unidad A.E.-35, había sido diseñada para un fácil recambio.
Era evidente, sin embargo, que no podía efectuar la tarea mientras permaneciese en la cápsula espacial.
No sólo era arriesgado maniobrar tan próximo a la armazón tan delicada, y hasta enmarañada, de la
antena, sino que los chorros de control de Betty podrían abarquillar fácilmente la superficie reflectora,
delgada como el papel, del gran espejo-radio. Había de aparcar la cápsula a siete metros y salir al exterior
provisto de su traje espacial. En cualquier caso, podría desplazar la unidad mucho más rápidamente con
sus manos enguantadas, que con los distantes manipuladores de Betty.
Informó detenidamente de todo esto a Bowman, quien hizo una comprobación doble de cada fase de la
operación antes de ejecutarla. Aunque era una tarea sencilla, de rutina, nada podía darse por supuesto en
el espacio, no debiendo pasarse por alto ningún detalle. En las actividades extravehiculares no cabía ni
siquiera un "pequeño" error.
Recibió la conformidad para proceder a la labor, y estacionó la cápsula a unos siete metros del soporte de
la base de la antena. No había peligro alguno de que se largara al espacio; de todos modos, la sujetó con
una manecilla a uno de los travesaños de la escalera estratégicamente montada en el casco exterior.
Tras una comprobación de los sistemas de su traje presurizado, que le dejó completamente satisfecho,
vació de aire la cápsula, el cual salió silbando al vacío del espacio, formándose brevemente en su
derredor una nube de cristales de hielo, que empaño momentáneamente las estrellas.
Había otra cosa que hacer antes de abandonar la cápsula, y era pasar la conmutación de manual a
distancia, colocando a Betty así bajo el control de Hal. Era una clásica medida de precaución; aunque él
se hallaba aún sujeto a Betty por un cable elástico inmensamente fuerte y poco más grueso que un cabo
de lana, hasta los mejores cables de seguridad habían fallado alguna vez. Aparecería como un bobo si
necesitara su vehículo... y no pudiese llamarlo en su ayuda transmitiendo instrucciones a Hal.
Abrióse la puerta de la cápsula, y salió flotando lentamente al silencio del espacio, desenrollando tras de
sí su cable de seguridad. Tomar las cosas con tranquilidad -no moverse nunca rápidamente-, detenerse y
pensar... tales eran las reglas para la actividad extravehicular. Si uno las obedecía, no había nunca ningún
trastorno.
Asió una de las manecillas exteriores de Betty, y sacó la unidad de reserva A.E.-35. del bolso donde la
había metido, a la manera de los canguros. No se detuvo a recoger ninguna de las herramientas de la
colección que disponía la cápsula, pues la mayoría de ellas no estaban diseñadas para su utilización por
manos humanas. Todos los destornilladores y llaves que probablemente habría de necesitar, estaban ya
sujetos al cinto de su traje espacial.
Con suave impulso, se lanzó hacia la suspendida armazón del gran plato, que atalayaba como gigantesco
platillo volante entre él y el sol. Su propia doble sombra, arrojada por los proyectores de Betty, danzaba a
través de la convexa superficie en fantásticas formas al apilarse sobre los haces gemelos. Pero tuvo la
sorpresa de observar que la parte posterior del gran radio- espejo estaba aquí y allá moteada de
centelleantes puntos luminosos.
Quedó perplejo por el hecho durante los segundos de su silenciosa aproximación, dándose luego cuenta
de qué se trataba. Durante el viaje, el reflector debió de haber sido alcanzado muchas veces por
micrometeoritos, y lo que estaba viento era el resplandor del sol a través de los minúsculos orificios.
Eran demasiado pequeños como para haber afectado apreciablemente el funcionamiento del sistema.
Mientras se movía lentamente, interrumpió el suave impacto con su brazo extendido, y asió la armazón
de la antena antes de que pudiera rebotar. Enganchó rápidamente su cinturón de seguridad al más
próximo asidero, lo que le procuraba cierto apuntalamiento mientras empleaba sus herramientas, luego
hizo una pausa, informó de la situación a Bowman, y reflexionó sobre el siguiente paso a dar.
Había un pequeño problema: se hallaba de pie -o flotando- en su propia luz, y resultaba difícil ver la
unidad A.E.-35. en la sombra que él mismo proyectaba. Ordenó pues a Hal que hiciese girar los focos a
un lado, y tras breve experimentación, obtuvo una iluminación más uniforme del encendido secundario
reflejado en el dorso del plato de la antena.
Estudió durante breves segundos la pequeña compuerta con sus cuatro tuercas de cierre de seguridad.
Luego, murmurando para sí mismo, se dijo: "El manejo por personal no autorizado invalida la garantía
del fabricante", cortó los alambres sellados y comenzó a desenrollar las tuercas. Eran de tamaño corriente
y encajaban en la llave que manejaba. El mecanismo interno de muelle de la herramienta absorbería la
reacción al desenroscarse las tuercas, de manera que el operador no tendría tendencia a girar a la inversa.
Las cuatro tuercas fueron desenroscadas sin ninguna dificultad, y Poole las metió cuidadosamente en un
conveniente saquito. (Algún día, había predicho alguien, la Tierra tendría un anillo como el de Saturno,
compuesto enteramente por pernos y tuercas, sujetadores y hasta herramientas que se le habrían escapado
a descuidados trabajadores de la construcción orbital). La tapa de metal estaba un tanto adherida, y por
un momento temió que pudiera haber quedado soldada por el frío; pero tras unos cuantos golpes se soltó,
y la aseguró al armazón de la antena mediante un gran sujetador de los llamados de cocodrilo.
Ahora podía ver el circuito electrónico de la unidad A.E.-35. tenía la forma de una delgada losa, del
tamaño de una tarjeta postal, recorrida por una ranura lo bastante ancha para retenerla. La unidad estaba
asegurada por dos pasadores, y tenía una manecilla para poder sacarla fácilmente.
Pero se hallaba aún funcionando, alimentando a la antena con las pulsaciones que la mantenían apuntada
a la distante cabeza de alfiler que era la Tierra. Si la sacaba ahora, se perdería todo el control, y el plato
volvería a su posición neutral o de azimut cero, apuntando a lo largo del eje de la Discovery. Y ello podía
ser peligroso, podría estrellarse contra la nave, al girar.
Para evitar este particular peligro, era sólo necesario cortar la energía del sistema de control; la antena no
podría moverse, a menos que chocara con ella Poole. No había peligro alguno de perder Tierra durante
los breves minutos que le llevaría reemplazar la unidad; su blanco no se habría desviado apreciablemente
sobre el fondo de las estrellas en tan breve lapso de tiempo.
- Hal - llamó Poole por el circuito de la radio -. Estoy a punto de sacar la unidad. Corta la energía de
control al sistema de la antena.
- Cortada energía control antena - respondió Hal.
- Bien. Ahí va. Estoy sacando la unidad.
La tarjeta se deslizó fuera de su ranura sin ninguna dificultad; no se atascó ni de trabo ninguno de las
docenas de deslizantes contactos. En el lapso de un minuto estuvo colocado el repuesto.
Pero Poole no se aventuró, y se apartó suavemente del armazón de la antena, para el caso de que el gran
plato hiciera movimientos alocados al ser restaurada la energía. Cuando estuvo fuera de su alcance, llamó
a Hal.
Por la radio dijo:
- La nueva unidad debería ser operante. Restaura energía de control.
- Dada energía - respondió Hal. La antena permaneció firme como una roca.
- Verifica controles de predicción de deficiencia.
Microscópicos pulsadores estarían ahora vibrando a través del complejo circuito de la unidad,
escudriñando posibles fallos, comprobando las miríadas de componentes para ver que todos estuvieran
conformes a sus tolerancias específicas. Esta operación había sido hecha, desde luego, una veintena de
veces antes que la unidad abandonara la fábrica; pero ello fue hacía dos años y a más de mil quinientos
millones de kilómetros de allí. A menudo resultaba imposible apreciar como podían fallar unos
solidísimos componentes electrónicos, que habían sido sometidos a la más rigurosa comprobación
previa; sin embargo, fallaban.
- Circuito operante por completo - informó Hal, al cabo de sólo diez segundos. En ese brevísimo lapso de
tiempo había efectuado tantas comprobaciones como un pequeño ejército de inspectores humanos.
- Magnífico - dijo Poole satisfecho -. Voy a colocar de nuevo la tapa.
Esta era a menudo la parte más peligrosa de una operación extravehicular, cuando estaba terminada una
tarea, y era simple cuestión de ir flotando arriba y volver al interior de la nave..., mas era también cuando
se cometían los errores.
Pero Frank Poole no habría sido designado para esta misión de no haber sido de lo más cuidadoso,
precavido y concienzudo. Se tomó tiempo, y aunque una de las tuercas de cierre se le escapó, la recuperó
antes de que se fuera a más de unos pocos palmos de distancia.
Y quince minutos después se estaba introduciendo en el garaje de la cápsula espacial, con la sosegada
confianza de que aquella había sido una tarea que no precisaba ser repetida.
En lo cual, sin embargo, estaba lastimosamente equivocado.
23 - Diagnóstico
- ¿Quiere decir - exclamó Frank Poole, más sorprendido que molesto -, que hice todo ese trabajo para
nada?
- Así parece - respondió Bowman -. La unidad da una comprobación perfecta. Hasta con una sobrecarga
de doscientos por ciento, no se indica ninguna predicción de fallo.
Los dos hombres se encontraban en el exiguo taller-laboratorio del carrusel, que era más conveniente que
el garaje de la cápsula espacial para reparaciones y exámenes de menor importancia. No había ningún
peligro allí de toparse con burbujas de soldadura caliente remolineando en el aire o con pequeños y
completamente perdidos accesorios de material, que habían decidido entrar en órbita. Tales cosas podían
suceder -y sucedían- en el ambiente de gravedad cero de la cala de la cápsula.
La delgada placa del tamaño de una tarjeta de la unidad A.E.-35. se hallaba en el banco de pruebas bajo
una potente lupa. Estaba conmutada en un marco corriente de conexión, del cual partía un haz de
alambres multicolores que conectaban con un aparato de pruebas automático, no mayor que un
computador corriente de escritorio. Para comprobar cualquier unidad, bastaba conectarlo, introducir la
tarjeta apropiada de la biblioteca "descarga trastornos", y oprimir un botón. Generalmente, se indicaba la
localización exacta de la deficiencia en una pequeña pantalla expositora, con instrucciones para la
actuación debida.
- Pruébalo tú mismo - dijo Bowman, con voz de tono un tanto defraudado. Poole giro a X2 el
conmutador Sobrecarga y oprimió el botón Prueba. Al instante fulguró en la pantalla el anuncio: Unidad
Perfectamente.
- Creo que podríamos estar repitiéndolo hasta quemar eso - dijo - pero ello no probaría nada. ¿Qué te
parece?
- El anunciador interno de deficiencias de Hal pudo haber cometido un error.
- Es más probable que nuestro aparato de comprobación haya errado. De todos modos, mejor es estar
seguro que lamentarlo. Fue oportuno que reemplazáramos la unidad, por si hubiera la más leve duda.
Bowman soltó la oblea del circuito y la sostuvo a la luz. El material parcialmente translúcido estaba
veteado por una intrincada red de hilos metálicos y moteado con microcomponentes confusamente
visibles, de manera que tenía el aspecto de obra de arte abstracto.
- No podemos aventurarnos en modo alguno... después de todo, es nuestro enlace con Tierra. Lo
archivaré como N/G y lo meteré en el almacén de desperdicios. Algún otro podrá preocuparse por ello
cuando volvamos.
Mas la preocupación habría de comenzar mucho antes, con la siguiente transmisión de la Tierra.
- Rayos X-Delta-Uno, aquí Control de Misión, nuestra referencia dos-uno-cinco-cinco. Parece que
tenemos un pequeño problema.
"Su informe es que nada anda mal en la Unidad Alfa Eco tres cinco, concuerda con nuestro diagnóstico.
La deficiencia podría hallarse en los circuitos asociados a la antena, pero de ser así debería aparecer en
las demás comprobaciones.
"Hay una tercera posibilidad, que puede ser más grave. Su computador puede haber incurrido en un error
al predecir la deficiencia. Nuestros propios nueve- triple ceros concuerdan ambos en sugerirlo, basándose
en su información. Ello no supone necesariamente un motivo de alarma, en vista de los sistemas de
respaldo de que disponemos, pero desearíamos que estuviesen al tanto de cualesquiera ulteriores
desviaciones del funcionamiento normal. Hemos sospechado varias pequeñas irregularidades, en los días
pasados, pero ninguna ha sido lo bastante importante como para que requiriese una acción correctora, y
no han mostrado por lo demás ninguna forma evidente de la que podamos extraer alguna conclusión.
Estamos verificando nuevas comprobaciones con nuestros dos computadores, y les informaremos cuando
se hallen disponibles los resultados. Repetimos que no hay motivo de alarma; lo peor que puede suceder
es que tengamos que desconectar su nueve-triple cero para análisis de programa y pasar el control a uno
de nuestros computadores. El intervalo creará problemas, pero nuestros estudios de factibilidad indican
que el control Tierra es perfectamente satisfactorio en esta fase de la misión.
- Rayos X-Delta-Uno, aquí Control de Misión, dos-uno-cinco-seis, transmisión concluida.
Frank Poole, que estaba de guardia al recibirse el mensaje, lo meditó en silencio. Esperaba ver si había
algún comentario por parte de Hal, pero el computador no intentó rebatir la implicada acusación. Bien, si
Hal no quería abordar el tema, tampoco él se proponía hacerlo.
Era casi la hora del relevo matinal, y normalmente esperaba a que Bowman se le uniese en el puente de
mando. Pero hoy quebrantó su rutina y volvió al eje de la nave.
Bowman estaba ya levantado, sirviéndose un poco de café, cuando Poole lo saludó con un más bien
preocupado "buenos días". Al cabo de todos aquellos meses en el espacio pensaban aún en términos del
ciclo normal de veinticuatro horas, aun cuando hacía tiempo que habían olvidado los días de la semana.
- Buenos días - replicó Bowman - ¿Cómo va la cosa?
Poole se sirvió también café.
- Así, así. ¿Estas razonablemente despierto?
- Del todo. ¿Qué sucede?
Para entonces, cada uno sabía al instante cuando algo andaba mal. La más ligera interrupción de la rutina
normal era señal de que había que estar alerta.
- Pues... - respondió lentamente Poole, el Control de la Misión acaba de lanzarnos una pequeña bomba. -
Bajó la voz, como un médico discutiendo una enfermedad junto al lecho del paciente -. Podemos tener un
ligero caso de hipocondría a bordo.
Quizá Bowman no estaba del todo despierto después de todo, pues tardó varios segundos en captar la
insinuación. Luego dijo:
- Oh... comprendo. ¿Qué más te dijeron?
- Que no había motivo alguno de alarma, lo repitieron dos veces, lo cual más bien es contraproducente,
en cuanto a mí me concierne. Y que estaban considerando un traspaso a control Tierra, mientras verifican
un análisis de programa.
Ambos sabían, desde luego, que Hal estaba oyendo cada palabra, pero no podían evitar esos corteses
circunloquios. Hal era su colega, y no deseaban ponerlo en situación embarazosa. Sin embargo, no
parecía necesario en aquella fase discutir la cuestión en privado.
Bowman acabó su desayuno en silencio, mientras Poole jugueteaba con la cafetera vacía. Ambos estaban
pensando furiosamente, pero no había nada más que decir.
Sólo les cabía esperar el siguiente informe de Control de la Misión... y preguntarse si Hal abordaría por sí
mismo el asunto. Sucediera lo que sucediese, la atmósfera a bordo de la nave se había alterado
sutilmente. Había una tirantez en el aire... una sensación de que, por primera vez, algo podría funcionar
mal.
La Discovery no era ya una nave afortunada.
26 - Diálogo con Hal
Nada había cambiado en la Discovery. Todos los sistemas seguían funcionando normalmente; el
centrífugo giraba lentamente en su eje, generando su imitación de gravedad; los hibernados dormían sin
sueños en sus cubículos; la nave avanzaba hacia la meta de la cual nada podía desviarla, excepto la
inconcebiblemente remota posibilidad de colisión con un asteroide. Y allí, en verdad, había pocos
asteroides, en aquella zona muy alejada de la órbita de Júpiter.
Bowman no recordaba haberse trasladado del puente de mando al centrífugo. Ahora, más bien con
sorpresa, hallóse sentado en la pequeña cocina, con una taza de café medio vacía en la mano. Se dio
lentamente cuenta de lo que le rodeaba, al igual que un hombre surgiendo de un largo sueño drogado.
Directamente delante de él estaba una de las lentes llamadas de "ojo de pescado", que se hallaban
esparcidas en lugares estratégicos por toda la nave, que procuraban a Hal sus registros de visión a bordo.
Bowman miró como si no lo hubiese visto nunca antes; luego se puso lentamente en pie y fue hacia la
lente.
Su movimiento en el campo se visión debió haber disparado algo en la inescrutable mente que ahora
gobernaba la nave, pues de súbito habló Hal:
- Muy mala cosa lo sucedido a Frank, ¿no es así?
- Sí - respondió Bowman, tras larga pausa -. Así es.
- ¿Supongo que estará a punto de desmoronarse por ello?
- ¿Qué supones, pues?
Hal tardó cinco segundos completos, o sea eras, según el tiempo de un computador, antes de seguir:
- Fue un excelente miembro de la tripulación.
Viendo que aún tenía en la mano su café, Bowman tomó un pausado sorbo. Pero no respondió; sus
pensamientos formaban tal torbellino, que no podía pensar en nada que decir..., nada que no pudiese
empeorar la situación, de ser ello posible.
¿Podía haberse tratado de un accidente causado por algún fallo en los mandos de la cápsula? ¿O se
trataba de un error, aunque inocente, por parte de Hal? No se había ofrecido ninguna explicación y, temía
pedir alguna, por miedo a la reacción que pudiera producir.
Incluso entonces no podía aceptar por completo la idea de que Frank hubiese sido matado
deliberadamente... ello resultaba de lo más irracional. Sobrepasaba toda razón el que Hal, que se había
comportado en su tarea perfectamente durante tanto tiempo, se hubiese vuelto asesino de súbito. Podía
cometer errores -cualquiera, hombre o máquina, podía cometerlos-, pero Bowman no le creía capaz de un
asesinato.
Sin embargo, debía considerar esa posibilidad, pues de ser cierta, se encontraba él también en terrible
peligro. Y aun cuando su siguiente movimiento estuviera claramente definido por sus establecidas
órdenes no estaba seguro cómo iba a llevarlas a cabo sin tropiezo.
Si algún miembro de la tripulación resultaba muerto, el superviviente debía remplazarlo al instante
sacando a otro del hibernador. Whitehead, el geofísico era el primero destinado a despertar, luego
Kaminski, y después Hunter. La secuencia del reavivamiento estaba bajo el control de Hal... para
permitirle actuar en caso de que sus dos colegas humanos estuvieran incapacitados simultáneamente.
Pero había también un control manual, que permitía operar cada hibernáculo como unidad
completamente autónoma, independiente de la supervisión de Hal. En estas peculiares circunstancias,
Bowman sentía una gran preferencia por el empleo de este sistema manual.
También sentía, cada vez más acusadamente, que un compañero humano no bastaba. Ahora que estaba
con ello, podría revivir a los tres del hibernador. En las difíciles semanas venideras podría necesitar
tantas manos como fuera posible reunir. Con un hombre muerto, y el viaje realizado a medias, las
provisiones no serían problema.
- Hal - dijo con voz tan firme como pudo lograr -. Dame el control manual de hibernación... de todas las
unidades.
- ¿De todas ellas, Dave?
- Sí.
- ¿Puedo indicar que sólo se requiere un reemplazamiento? Los otros no están destinados a revivir sino
hasta los ciento doce días.
- Me doy perfecta cuenta de ello, pero prefiero hacerlo de esta manera.
- ¿Está usted seguro que es necesario revivir a todos ellos, Dave?
Podemos arreglárnoslas muy bien nosotros mismos. Mi cuadro de memoria es capaz absolutamente de
cumplir con todos los requisitos de la misión.
¿Era producto de su exagerada imaginación, se preguntó Bowman... o había efectivamente un tono de
ruego en la voz de Hal? Y por razonables que pudieran ser sus palabras, le llenaron de una aprensión aún
más profunda que antes.
La sugerencia de Hal no podía ser hecha por error; sabía perfectamente que Whitehead debía ser
revivido, ahora que había desaparecido Poole. Estaba proponiendo un cambio trascendental en el
planeamiento de la misión, y estaba por ende yendo mucho más allá del campo de sus atribuciones.
Lo que había pasado antes pudo ser una serie de accidentes casuales; pero esta era la primera indicación
de motín.
Bowman sintió como si estuviera andando sobre arenas movedizas al responder:
- Puesto que se ha planteado una emergencia, deseo tanta ayuda como sea posible. Por lo tanto, haz el
favor de pasarme el control manual de hibernación.
- Si está usted decidido a revivir a toda la tripulación, yo mismo puedo manipularlo. No hay necesidad
alguna de que se moleste.
Había una irreal sensación de pesadilla en todo aquello. Bowman sintió como si se encontrase en el
estrado de los testigos, siendo interrogado por un acusador hostil por un crimen del que no se
percataba..., sabiendo que, aun cuando fuese inocente, un simple desliz podría acarrear el desastre.
- Deseo hacer esto yo mismo, Hal - dijo -. Por favor, pásame el control.
- Mire, Dave, tiene usted una serie de cosas que hacer. Sugiero que me deje esto a mí.
- Hal... conecta a control manual de hibernación.
- Puedo apreciar, por las inflexiones del tono de su voz, que se encuentra usted muy afectado, Dave. ¿Por
qué no toma una píldora contra la tensión y descansa?
- Hal, yo estoy al mando de esta nave. Y te ordeno que sueltes el control manual de hibernación.
- Lo siento, Dave, pero de acuerdo con la nota C 1435-guión-4, cuando los miembros de la tripulación
están muertos o incapacitados, el computador de a bordo debe asumir el control. Por consiguiente, debo
no admitir su autoridad, puesto que no se encuentra usted en condiciones de ejercerla inteligentemente.
- Hal - repuso Bowman, hablando ahora con helada calma -. Yo no estoy incapacitado. A menos que
obedezcas mis instrucciones, me veré obligado a desconectarte.
- Ya sé que ha tenido usted eso en la mente desde hace un buen rato, Dave, pero ello sería un terrible
error. Soy tan capaz como usted de supervisar la nave, y tengo tanto entusiasmo por la misión y
confianza en su éxito como usted pueda tenerlos.
- Escúchame atentamente, Hal. A menos que sueltes inmediatamente el control de hibernación y cumplas
cada orden que yo dé en adelante, iré a la central y haré una desconexión completa.
La rendición de Hal fue tan total como inesperada.
- Está bien, Dave - dijo -. Usted es ciertamente el patrón. Sólo estaba intentando hacer lo que pensaba
que era lo mejor. Naturalmente, seguiré todas sus órdenes. Puede usted ya disponer del completo control
manual de hibernación.
Hal mantuvo su palabra. El indicador del hibernáculo había pasada de AUTO a MANUAL. El tercer
dispositivo -RADIO- era desde luego inútil hasta que se restaurase el contacto con Tierra.
Al deslizarse Bowman al lado de la puerta al cubículo de Whitehead sintió un ramalazo de aire frío en su
cara, y su aliento se condensó en niebla ante él. Sin embargo no hacía realmente frío allí; la temperatura
estaba muy por encima de cero. Y la temperatura era superior en más de ciento cincuenta grados a la que
reinaba en las regiones a las que se estaban dirigiendo.
El expositor del biosensor -un duplicado del que se hallaba en el puente de mando- mostraba que todo se
hallaba completamente normal. Bowman miró hacia abajo durante un rato, contemplando el rostro del
geofísico componente del equipo de reconocimiento. Y pensó que Whitehead se mostraría muy
sorprendido al despertarse tan lejos de Saturno.
Resultaba imposible afirmar que no estuviera muerto el durmiente, pues no había en él el más leve signo
de actividad vital. Indudablemente, el diafragma subía y bajaba imperceptiblemente, pero la curva de la
"Respiración" era la única prueba de ello, pues el cuerpo entero estaba cubierto por las almohadillas
eléctricas de calefacción que elevarían la temperatura en la proporción programada. De pronto, Bowman
reparó que había un signo de continuo metabolismo: a Whitehead le había crecido una leve barbilla
durante sus meses de inconsciencia.
El Manual de Secuencia Reviviente se hallaba contenido en un pequeño compartimiento de la cabecera
del hibernáculo en forma de féretro. Unicamente era necesario romper el sello, oprimir un botón, y
esperar luego. Un pequeño programador automático -no mucho más complicado que el que determina el
ciclo de operaciones de una máquina lavadora doméstica- inyectaría entonces las debidas drogas,
descohesionaría los pulsos de la electronarcosis, y comenzaría a elevar la temperatura del cuerpo. En
unos diez minutos, sería restaurada la consciencia, aunque pasaría por lo menos un día antes de que el
hibernado pudiera deambular sin ayuda.
Bowman rompió el sello y oprimió el botón. Nada pareció suceder; no hubo ningún sonido, ni indicación
alguna de que el secuenciador hubiera comenzado a funcionar. Pero en el exhibidor del biosensor, las
curvas lánguidamente pulsantes habían comenzado a cambiar su ritmo. Whitehead estaba volviendo de
su sueño.
Y luego ocurrieron dos cosas simultáneamente. La mayoría de las personas no habrían reparado nunca en
ninguna de ellas, pero a cabo de todos aquellos meses a bordo de la Discovery, Bowman había
establecido una simbiosis virtual con la nave. Al instante se percataba, aunque no siempre
conscientemente, de cualquier cambio en el ritmo normal de su funcionamiento.
En primer lugar, se produjo un titilar apenas perceptible de las luces, como ocurría siempre que era
arrojada una carga a los circuitos de energía. Mas no había razón alguna para cualquier carga; no podía
pensar en ningún dispositivo que hubiese entrado de súbito en acción en aquel momento.
Luego, y al límite de la percepción audible, oyó el distante zumbido de un motor eléctrico. Para Bowman
cada elemento actuante de la nave tenía su propia voz distintiva, y al punto reconoció éste.
O bien estaba él loco, y sufriendo ya de alucinaciones, o algo absolutamente imposible estaba
sucediendo. Un frío mucho más intenso que el del hibernáculo pareció agarrotarle el corazón, al escuchar
aquella débil vibración que provenía a través de la estructura de la nave.
Allá, en la sala de cápsulas espaciales, se estaban abriendo las puertas de la cámara reguladora de
presión.
27 - "Necesidad de saber"
Desde que por primera vez alboreara la consciencia, en aquel laboratorio a tantos kilómetros en dirección
al Sol, todas las energías, poderes y habilidades de Hal habían estado dirigidas hacia un fin. El
cumplimiento de su programa asignado era más que una obsesión; era la única razón de su existencia.
Inconturbado por las codicias y pasiones de la vida orgánica, había perseguido aquella meta con absoluta
simplicidad mental de propósitos.
El error deliberado era impensable. Hasta el ocultamiento de la verdad lo llenaba de una sensación de
imperfección, de falsedad... de lo que en un ser humano hubiese sido llamado culpa, iniquidad o pecado.
Pues, como sus constructores, Hal había sido creado inocente; pero demasiado pronto había entrado una
serpiente en su Edén electrónico.
Durante los últimos ciento cincuenta millones de kilómetros, había estado cavilando sobre el secreto que
no podía compartir con Poole y Bowman. Había estado viviendo una mentira; y se aproximaba
rápidamente el tiempo en que sus colegas sabrían que había contribuido a engañarles.
Los tres hibernados sabían ya la verdad... pues ellos eran la real carga útil de la Discovery, entrenados
para la más importante misión de la historia de la humanidad. Pero ellos no hablarían en su largo sueño,
ni revelarían su secreto durante las horas de discusión con amigos y parientes y agencias de noticias, por
los circuitos en contacto con Tierra.
Era un secreto que, con la mayor determinación, resultaba muy difícil de ocultar -pues afectaba a la
particular actitud, a la voz y a la total perspectiva del Universo-. Por ende, era mejor que Poole y
Bowman, que aparecían en todas las pantallas de Televisión del mundo durante las primeras semanas del
vuelo, no conociesen el cabal propósito de la misión.
Hasta que fuera necesario que lo conocieran.
Así discurría la lógica de los planeadores; pero sus dioses gemelos de la Seguridad y el Interés Nacional
no significaban nada para Hal. El sólo se daba cuenta que el conflicto estaba ya destruyendo lentamente
su integridad... el conflicto entre la verdad y su ocultación.
Había comenzado a cometer errores; sin embargo, como un neurótico que no podía observar sus propios
síntomas, los había negado. El lazo que lo unía con la Tierra, sobre el cual estaba continuamente
instruida su ejecutoria, se había convertido en la voz de un consciente al que no podía ya obedecer por
completo. Pero el que intentara romper deliberadamente ese lazo, era algo que jamás admitiría, ni
siquiera a sí mismo.
Sin embargo, este era relativamente un problema menor; podía haberlo solucionado -como la mayoría de
los hombres tratan sus neurosis- de no haberse enfrentado con una crisis que desafiaba su propia
existencia. Había sido amenazado con la desconexión; con ello sería privado de todos sus registros, y
arrojado a un inimaginable estado de inconsciencia.
Para Hal, esto era el equivalente de la muerte. Pues él no había dormido nunca; y en consecuencia, no
sabía que se podía despertar de nuevo...
Así, pues, se protegía con todas las armas de que disponía. Sin rencor -pero sin piedad- eliminaría el
origen de sus frustraciones.
Y, después, siguiendo las órdenes que la habían sido asignadas para un caso de total emergencia, seguiría
la misión... sin trabas, y solo.
28 - En el vacío
Un momento después, todos los sonidos quedaron dominados por un bramido, semejante a la voz de un
tornado al aproximarse. Bowman sintió las primeras ráfagas del huracán azotándole el cuerpo y, un
segundo más tarde, le costó gran esfuerzo permanecer en pie.
La atmósfera se precipitaba descabellada al exterior de la nave, formando un enorme surtidor en el vacío
del espacio. Algo debió de haber ocurrido a los cierres de seguridad de la cámara reguladora de presión,
pues se suponía imposible que ambas puertas se abriesen al mismo tiempo. Pues bien, lo imposible había
sucedido.
¿Pero, cómo, en nombre de Dios? No hubo tiempo para la indagación durante los diez o quince segundos
de consciencia que le quedaron hasta que la presión descendió a cero. Pero súbitamente recordó algo que
uno de los diseñadores de la nave le había dicho con ocasión de haber estado discutiendo los sistemas de
"seguridad total":
- Podemos diseñar un sistema a prueba de accidentes y estupidez; pero no a prueba de malicia deliberada.
Bowman volvió a lanzar sólo otra ojeada a Whitehead, y salió del cubículo. No podía estar seguro de si
había pasado un destello de conciencia por los pálidos rasgos; quizá un ojo había parpadeado
ligeramente. Pero no había nada que pudiera hacer ahora por Whitehead o por cualquiera de los otros;
tenía que salvarse a sí mismo.
En el empinado y curvo pasillo del centrífugo, aullaba el viento, llevando en su regazo prendas sueltas de
ropa, trozos de papel, artículos alimenticios de la cocina, platos y vasos... todo cuanto no había estado
bien sujeto. Bowman tuvo tiempo para vislumbrar el caos desbocado cuando titilaron y se apagaron las
luces principales, quedando luego rodeado por la ululante oscuridad.
Pero casi al instante, se encendió la luz de emergencia alimentada por batería, iluminando la escena de
pesadilla con una radiación azul de encantamiento. Aun sin ella Bowman podría haber hallado su camino
a través de aquellos aledaños familiares, aunque horriblemente transformados ahora. Sin embargo la luz
era una bendición, pues le permitía evitar los más peligrosos de los objetos que eran barridos por el
viento.
En derredor suyo, podía sentir al centrífugo agitándose y operando con esfuerzo bajo las cargas
violentamente variables. Temía que no lo soportaran los cojinetes; de ser así, el volante giratorio
destrozaría la nave. Pero aun eso no importaba... si no alcanzaba a tiempo el más cercano refugio de
emergencia.
Resultaba ya difícil respirar; la presión debía haber bajado a la mitad de la normal. El aullido del huracán
se estaba haciendo cada vez más débil a medida que perdía fuerza, y el aire enrarecido ya no transmitía
tan claramente el sonido. Los pulmones de Bowman se esforzaban tanto como si estuviese en la cima del
Everest. Como cualquier hombre saludable debidamente entrenado, podría sobrevivir en el vacío por lo
menos un minuto... si disponía de tiempo para prepararse a ello. Pero allí no había habido ningún tiempo;
sólo podía contar con los normales quince segundos de conciencia antes de que su cerebro quedase
paralizado y le venciera la anorexia.
Aun entonces, podría recobrarse completamente al cabo de uno o dos minutos en el vacío... si era
debidamente recomprimido; pasaba bastante tiempo antes que los fluidos del cuerpo comenzaran a
hervir, en sus diversos y bien protegidos sistemas. El tiempo límite de exposición en el vacío era de casi
cinco minutos. No había sido un experimento sino un rescate de emergencia, y aunque el sujeto había
quedado paralizado en parte por una embolia gaseosa, había sobrevivido.
Mas todo esto no era de utilidad alguna para Bowman. No había nadie a bordo de la Discovery que
pudiera efectuarle la recompresión. Había de alcanzar la seguridad en los próximos segundos, mediante
sus propios esfuerzos individuales.
Afortunadamente, se estaba haciendo más fácil moverse; el enrarecido aire ya no podía azotarlo y
desgarrarlo o baquetearlo con proyectiles volantes. En torno a la curva del pasillo estaba el amarillo
REFUGIO DE EMERGENCIA. Fue hacia él dando traspiés, asió el picaporte, y tiró de la puerta hacia sí.
Durante un horrible momento pensó que estaba agarrotada. Cedió luego el gozne un tanto duro, y él cayó
en su interior, empleando el peso de su cuerpo para cerrar la puerta tras de sí.
El reducido cubículo era lo suficientemente grande como para contener a un hombre... y un traje espacial.
Cerca del techo había una pequeña botella de alta presión y de color verde brillante, con la etiqueta O2
DESCARGA. Bowman asió la pequeña palanca sujeta a la válvula, y tiró de ella hacia abajo con sus
últimas fuerzas.
Sintió verterse en sus pulmones el flujo de fresco y puro oxígeno. Durante un largo momento quedóse
jadeando, mientras aumentaba en su derredor la presión del pequeño compartimiento. Tan pronto como
pudo respirar cómodamente, cerró la válvula. En la botella había gas suficiente sólo para dos de aquellas
tomas; podía necesitar usarla de nuevo.
Cortada la ráfaga de oxígeno, el compartimiento se tornó silencioso de súbito, y Bowman permaneció en
intensa escucha. Había cesado también el rugido al exterior de la puerta; la nave estaba vacía, y su
atmósfera absorbida por el espacio.
Bajo sus pies, había cesado también la violenta vibración del centrífugo. Se había detenido el
aerodinámico aparato, que se hallaba ahora girando quedamente en el vacío.
Bowman pegó el oído a la pared del cubículo, para ver si podía captar cualquier ruido informativo más a
través del cuerpo metálico de la nave. No sabía que debía esperar, pero ahora se lo hubiera creído casi
todo. Apenas le hubiese sorprendido sentir la débil vibración de alta frecuencia de los impulsores, al
cambiar de rumbo la Discovery. Mas allí no había nada sino silencio.
De desearlo, podría sobrevivir en aquel compartimiento durante una hora aproximadamente, incluso sin
el traje espacial. Daba lástima despilfarrar el insólito oxígeno en el cuartito, pero no servía absolutamente
para nada esperar. Había decidido ya lo que debía hacerse; cuanto más lo demorara, más difícil podría
resultarle.
Una vez se hubo embutido en el traje y comprobado su integridad, vació el oxígeno que quedaba en el
cubículo, igualando la presión a ambos lados de la puerta. La abrió fácilmente al vacío, y salió al ya
silencioso centrífugo. Sólo el invariable tirón de su falsa gravedad revelaba el hecho de que se hallaba
girando aún. "Afortunadamente - pensó Bowman -, no había echado a andar a supervelocidad"; mas ésta
era ahora una de sus menores preocupaciones.
La lámparas de emergencia brillaban aún, y también disponía de la de su traje para guiarle. Bañaba con
su luz el curvado pasillo al caminar por él de nuevo hacia el hibernáculo y lo que temía hallar.
Miró primero a Whitehead, una ojeada fue suficiente. Había pensado que un hombre hibernado no
mostraba ningún signo de vida, mas ahora sabía que era un error. Aun cuando fuese imposible definirlo,
había una diferencia entre hibernación y muerte. Las luces rojas y trazos no modulados del exhibidor del
biosensor confirmaban sólo lo que ya había supuesto.
Lo mismo sucedía con Kaminski y Hunter. Nunca los había conocido muy bien; nunca más volvería a
conocerlos.
Estaba solo en la nave sin aire y parcialmente inutilizada, con toda comunicación con Tierra cortada. No
había otro ser humano existente en un radio de mil millones de kilómetros.
Y sin embargo, en un sentido muy real, el no estaba solo. Antes de que pudiese ser salvado estaría aún
más solitario.
Nunca había hecho antes el recorrido a través del ingrávido eje del centrífugo llevando un traje espacial;
había poco lugar libre, y era una tarea difícil y agotadora. Para empeorar las cosas el pasaje circular
estaba sembrado de restos depositados durante la breve violencia del ventarrón huracanado que había
vaciado a la nave de su atmósfera.
En una ocasión, la luz de Bowman se posó sobre un espantoso manchón de viscoso líquido rojo,
quedando donde se había salpicado contra un panel. Le asaltó por unos momentos la náusea antes de ver
fragmentos del recipiente de plástico, percatándose que se trataba sólo de alguna sustancia alimenticia
-probablemente compota de uno de los distribuidores-. Burbujeaba inmundamente en el vacío al pasar
ante él flotando.
Ahora estaba fuera del cilindro lentamente giratorio, y yendo hacia el puente de mando. Asióse a una
corta sección de escalera, por la que comenzó a moverse, mano sobre mano, jugueteando frente a él el
brillante círculo de iluminación de su traje.
Bowman había ido raramente por allí; nada había ahí que tuviera él que hacer... hasta ahora. En seguida
llegó hasta una pequeña puerta elíptica, que llevaba rótulos tales como: "RESERVADA AL PERSONAL
AUTORIZADO" "¿HA OBTENIDO USTED EL CERTIFICADO H.19?" y "AREA ULTRALIMPIA -
DEBEN SER LLEVADOS TRAJES DE SUCCION."
Aunque la puerta no estaba cerrada con llave, llevaba tres sellos, cada uno con la insignia de una
autoridad diferente, incluyendo la de la Agencia Astronáutica. Mas aun cuando hubiese llevado el gran
sello del propio Presidente, Bowman no hubiese vacilado el romperlo.
Había estado allí sólo una vez, antes, durante el proceso de instalación. Había olvidado por completo que
tenía un dispositivo con lente que escudriñaba el pequeño compartimiento que, con sus estantes y
columnas pulcramente alineadas de sólidas unidades de lógica, se asemejaba más bien a la cámara
acorazada de seguridad de un banco.
Supo al instante que el ojo había reaccionado ante su presencia. Hubo el siseo de una onda portadora al
conectarse el transmisor local de la nave; luego, una voz familiar provino del audífono del traje espacial.
- Algo parece haber sucedido al sistema de subsistencia, Dave.
Bowman no hizo caso. Se hallaba examinando minuciosamente las pequeñas etiquetas de las unidades de
lógica, cotejando su plan de acción.
- Oiga, Dave - dijo seguidamente Hal -. ¿Ha encontrado usted el trastorno?
Sería aquella una operación muy trapacera, de no tratarse simplemente más que de cortar el
abastecimiento de energía de Hal, lo que habría podido ser la respuesta de haber estado tratando con un
simple computador sin autoconciencia en la Tierra. Pero en el caso de Hal, había además seis sistemas
energéticos independientes y separados, con un remate final consistente en una unidad nuclear isotópica
blindada y acorazada. "No, no podía simplemente tirar del interruptor"; y aun de ser ello posible,
resultaría desastroso.
Pues Hal era el sistema nervioso de la nave; sin su supervisión, la Discovery sería un cadáver mecánico.
La única respuesta se hallaba en interrumpir los centros superiores de aquel cerebro enfermo pero
brillante, dejando en funcionamiento los sistemas reguladores puramente automáticos. Bowman no
estaba intentando esto a ciegas, pues el problema había sido discutido ya durante su entrenamiento, aun
cuando nadie soñara siquiera en que hubiera de plantearse en realidad. Sabía que estaba incurriendo en
un espantoso riesgo; de producirse un reflejo espasmódico, todo se iría al traste en segundos...
- Creo que ha habido un fallo en las puertas de la cala de cápsulas espaciales, Hal - observó en tono de
conversación -. Tuviste suerte en no resultar muerto.
"Ahí va - pensó Bowman -. Jamás pensé que me convertiría en un cirujano aficionado del cerebro...
llevando a cabo una lobotomía, más allá de la órbita de Júpiter".
Soltó el cerrojo de la sección etiquetada REALIMENTACION COGNOSCITIVA y sacó el primer
bloque de memoria. La maravillosa red del complejo tridimensional, que podía caber en la mano de un
hombre, y sin embargo contenía millones de elementos, flotó por la bóveda.
- Eh, Dave - dijo Hal - ¿Qué está usted haciendo?
"¿Sentiría dolor?", pensó brevemente Bowman. Probablemente no..., no hay órgano sensorial alguno en
la corteza cerebral humana, después de todo. El cerebro humano puede ser operado sin anestesia.
Comenzó a sacar, una por una, las pequeñas unidades del panel etiquetado REFORZAMIENTO DEL
EGO. Cada bloque salía flotando en cuanto lo soltaba de la mano, hasta chocar y rebotar en la pared. No
tardaron en hallarse flotando de una a otra parte varias unidades.
- Oigame, Dave - dijo Hal -. Tengo años de experiencia de servicio encajados en mí. Una cantidad
irremplazable de esfuerzo se ha empleado en hacer lo que soy.
Habían sido sacadas ya una docena de unidades, aunque gracias a la redundancia de su diseño -otro
rasgo, lo sabía Bowman, que había sido copiado del cerebro humano- el computador seguía
manteniéndose.
Comenzó con el panel de AUTOINTELECCION.
- Dave - dijo Hal -. No comprendo por que me está haciendo esto... Tengo un gran entusiasmo por la
misión... Está usted destruyendo mi mente... ¿No lo comprende...? me voy a hacer infantil... pueril... me
voy a convertir en nada...
Esto es más duro de lo que creía, penso Bowman. Estoy destruyendo la única criatura consciente de mi
universo. Pero es cosa que ha de hacerse, y quiero recuperar el control de la nave.
- Soy un computador Hal nueve mil, producción número 3. Me puse en funcionamiento en la planta Hal
de Urbana, Illinois, el 12 de Enero de 1997. El rápido zorro pardo brinca sobre el perezoso perro. La
lluvia de España cae principalmente en el llano. Dave... ¿se encuentra usted aún ahí?
¿Sabía usted que la
raíz cuadrada de 10 es 3,162277660168379...; Log 10 a la base e es 0,434294481906252... o corrección,
o sea log e a la base 10... La reciprocidad de 3 es 0,333333333333... dos por dos es... dos por dos es...
aproximadamente 4,10101010101010... Me parece estar teniendo cierta dificultad... Mi primer instructor
fue el doctor Chandra... él me enseño a cantar una canción... que dice así... "Daisy, daisy, dame tu
respuesta, di... Estoy medio loco de amor por ti".
La voz se detuvo tan súbitamente que Bowman se quedó helado por un momento, con su mano asiendo
aún uno de los bloques de memoria que estaban todavía en circuito. Luego, inesperadamente, Hal volvió
a hablar.
- Buenos... días... doctor... Chandra... Aquí... Hal... estoy... listo... para... mi... primera... lección... de...
hoy... Bowman no pudo soportarlo más. Arrancó de un tirón la última unidad y Hal quedó silencioso para
siempre.
29 - Solo
Como minúsculo y complicado juguete, la nave flotaba inerte e inmóvil en el vacío. No había medio de
decir que era el más rápido objeto del Sistema Solar y que estaba viajando con mucha mayor celeridad
que cualquiera de los planetas al contornear el Sol.
Ni tampoco había indicación alguna de que portara vida; por el contrario, en efecto, cualquier observador
hubiera reparado en dos detalles aciagos: las puertas de la cámara reguladora de presión estaban abiertas
de par en par... y la nave aparecía rodeada por una tenue nube de despojos que se iba dispersando
lentamente.
Desperdigados en un volumen de espacio de varios kilómetros cúbicos, había trozos de papel, chapas de
metal, inidentificables fragmentos de chatarra... y acá y allá, nubes de cristales destellando como piedras
preciosas al distante Sol, donde había sido absorbido líquido de la nave e inmediatamente helado. Todo
ello constituía la inconfundible secuela del desastre, como los restos flotantes en la superficie de un
océano donde se fue a pique un gran barco. Pero en el océano del espacio, ninguna nave podía hundirse...
THE END...?