Alrededor del año 1000, un grupo de vikingos islandeses bajo el mando de Leif Ericson navegaron hacia la costa oriental de América del Norte. Arribaron a un lugar que llamaron Vinlandia. En la provincia canadiense de Terranova se han encontrado vestigios de una colonia vikinga. Es probable que los vikingos también hayan visitado Nueva Escocia y Nueva Inglaterra. Sin embargo, no lograron fundar colonias permanentes y pronto perdieron contacto con el nuevo continente.
Quinientos años más tarde, la necesidad de incrementar el comercio y un error de navegación propiciaron un nuevo encuentro con el continente americano. A finales del siglo XV había en Europa una gran demanda de especies, textiles y tinturas de Asia. Cristóbal Colón creyó erróneamente que podría llegar al Lejano Oriente navegando 6.400 kilómetros hacia el oeste partiendo de Europa. En 1492, persuadió a los reyes de España para que le financiaran el viaje. Colón navegó hacia occidente pero no llegó a Asia sino a una de las Islas Bahamas en el Caribe. Colón llegó a explorar la mayor parte del área caribeña. Jamás alcanzó el Lejano Oriente; pero en cambio regresó a Europa con oro, y en el lapso de 40 años los aventureros españoles habían conquistado un enorme imperio en Centro y Suramérica. Los españoles también fundaron algunas de las primeras colonias norteamericanas: San Agustín en Florida (1565), Santa Fe en Nuevo México (1609), y San Diego en California (1769).
Cuando Colón y más tarde los exploradores españoles regresaron a Europa con relatos del abundante oro que había en América, cada soberano europeo se apresuró a reclamar para sí la mayor parte posible del territorio del Nuevo Mundo, junto con las riquezas que pudieran extraerse de él.
La única forma de hacer valer estos reclamos era mediante el establecimiento de colonias de europeos en el territorio. Este requerimiento combinado con el celo de los sacerdotes españoles por convertir a los habitantes indígenas de América al cristianismo, la necesidad de los disidentes religiosos y políticos europeos de escapar de la persecución en sus respectivas patrias, y la sed de aventura de algunos individuos, dio impulso a la fundación de colonias.
Durante los siguientes 100 años,
exploradores ingleses, españoles, holandeses y franceses se hicieron a la vela
"en busca de nuevos mundos, de oro, de fama, de gloria" como dijera Sir Walter
Raleigh. Pero, al no encontrar tesoros fabulosos en las boscosas riberas de
Norte América a donde por fin llegaron, no se quedaron en ellas.
En 1607, un grupo de intrépidos colonizadores ingleses construyó una diminuta aldea en Jamestown, Virginia. Portadores de una cédula del Rey Jaime I de Inglaterra, fundaron la primera colonia inglesa que sobrevivió. Una compañía londinense interesada en obtener beneficios financió la fundación, pero nunca los obtuvo. De los primeros 105 colonos, 73 murieron de hambre y enfermedades en los primeros siete meses después de su llegada. Pero la colonia con el tiempo creció y prosperó. Los virginianos descubrieron la forma de ganar dinero con el cultivo del tabaco, el cual empezaron a enviar a Inglaterra en 1614.
En Nueva Inglaterra, la región nororiental de lo que hoy es Estados Unidos, los puritanos ingleses establecieron varias colonias. Estos colonizadores pensaban que la Iglesia de Inglaterra había adoptado demasiadas prácticas del catolicismo, y llegaron a América huyendo de la persecución en tierras inglesas y con la intención de fundar una colonia basada en sus propios ideales religiosos. Un grupo de puritanos, conocidos como los peregrinos, cruzaron el Atlántico en un barco llamado Mayflower y se establecieron en Plymouth, Massachusetts, en 1620. Una colonia puritana mucho más grande se estableció en el área de Boston en 1630. Para 1635, algunos colonizadores ya estaban emigrando a la cercana Connecticut.
Llegó toda clase de gente: aventureros, maleantes, fervorosos creyentes, constructores, soñadores. América les prometía, como dijo el poeta Robert Frost, un nuevo comienzo para la raza humana. Desde entonces, los estadounidenses han considerado a su país como un gran experimento, un modelo valioso para otras naciones. Nueva Inglaterra también estableció otra tradición: un rasgo de moralismo frecuentemente intolerante. Los puritanos creían que los gobiernos debían hacer cumplir la moral de Dios. Castigaban severamente a los bebedores, los adúlteros, los violadores del Séptimo Día, y los herejes. En las colonias puritanas el derecho de voto se limitaba a los miembros de la iglesia, y los salarios de los ministros se pagaban de los impuestos.
Roger Williams, un puritano que no estaba de acuerdo con las decisiones de la comunidad, sostuvo que el estado no debía intervenir en cuestiones religiosas. Obligado a salir de Massachusetts en 1635, fundó la vecina colonia de Rhode Island, la cual garantizaba libertad religiosa y la separación del estado y la iglesia. Las colonias de Maryland, establecida en 1634 como refugio para católicos, y Pennsylvania, fundada en 1681 por el dirigente cuáquero William Penn, también se caracterizaron por su tolerancia religiosa. Esta tolerancia, a su vez, atrajo a otros grupos de colonizadores al Nuevo Mundo.
Con el paso del tiempo, las
colonias británicas de América del Norte fueron ocupadas también por muchos
grupos de origen no británico. Agricultores alemanes se establecieron en
Pennsylvania, los suecos fundaron la colonia de Delaware y los primeros esclavos
africanos llegaron a Virginia en 1619. En 1626, colonizadores holandeses
compraron la isla de Manhattan a los jefes indígenas de la región y erigieron la
ciudad de New Amsterdam; en 1664, esta colonia fue tomada por los ingleses y
rebautizada con el nombre de New York.
Para el visitante extranjero, Estados Unidos siempre ha dado la impresión de ser no una cultura sino una mezcla de diferentes culturas. En la época colonial, esta mezcla de tradiciones contrastantes ya estaba tomando forma. El estrecho idealismo de Massachusetts coexistía con uno más tolerante de Rhode Island, la diversidad étnica de Pennsylvania y la práctica agricultura comercial de Virginia. La mayoría de los colonos trabajaba en granjas pequeñas. En las colonias sureñas de Virginia, Carolina del Norte y Carolina del Sur, los terratenientes crearon extensas plantaciones de tabaco y arroz en las fértiles cuencas ribereñas. Las plantaciones eran trabajadas por negros bajo el sistema de esclavitud (que se había desarrollado lentamente desde 1619) o por ingleses libres que convenían en trabajar sin pago durante varios años a cambio de su travesía a América.
En 1770 ya habían surgido varios centros urbanos pequeños pero en proceso de expansión, y cada uno de ellos contaba con periódicos, tiendas, comerciantes y artesanos. Philadelphia, con 28.000 habitantes, era la ciudad más grande, seguida por New York, Boston, y Charleston. A diferencia de la mayor parte de las demás naciones, Estados Unidos jamás tuvo una aristocracia feudal. En la era colonial, la tierra era abundante y la mano de obra escasa, y todo hombre libre tenía la oportunidad de alcanzar, si no la prosperidad, al menos la independencia económica.
Todas las colonias compartían la tradición del gobierno representativo. El monarca inglés nombraba a muchos de los gobernadores coloniales, pero todos ellos debían gobernar conjuntamente con una asamblea elegida. El voto estaba restringido a los terratenientes varones blancos, pero la mayoría de los hombres blancos tenía propiedades suficientes para votar. Inglaterra no podía ejercer un control directo sobre sus colonias norteamericanas. Londres estaba demasiado lejos, y los colonos tenían un espíritu muy independiente.
En 1733, los ingleses habían ocupado 13 colonias a lo largo de la costa del Atlántico, desde New Hampshire en el norte hasta Georgia en el sur. Los franceses controlaban Canadá y Louisiana, que comprendían toda la vertiente del Mississippi: un imperio vasto con pocos habitantes. Entre 1689 y 1815, Francia y Gran Bretaña sostuvieron varias guerras, y América del Norte se vio envuelta en cada una de ellas.
En 1756 Francia e Inglaterra estaban enfrascadas en la Guerra de los Siete Años, conocida en Estados Unidos como la Guerra Francesa e Indígena. El primer ministro británico, William Pitt, invirtió soldados y dinero en América del Norte y ganó un imperio. Las fuerzas británicas tomaron las plazas fuertes canadienses de Louisburg (1758), Quebec (1759) y Montreal (1760). La Paz de Paris, firmada en 1763, dio a la Gran Bretaña derechos sobre Canadá y toda América del Norte al este del Río Mississippi.
La victoria de Inglaterra condujo directamente a un conflicto con sus colonias norteamericanas. Para evitar que pelearan con los nativos de la región, llamados indios por los europeos, una proclama real negó a los colonos el derecho de establecerse al oeste de los Montes Apalaches. El gobierno británico empezó a castigar a los contrabandistas e impuso nuevos gravámenes al azúcar, el café, los textiles y otros bienes importados. La Ley de Alojamiento obligó a las colonias a alojar y alimentar a los soldados británicos; y con la aprobación de la Ley de Estampillas, debían adherirse estampillas fiscales especiales a todos los periódicos, folletos, documentos legales y licencias.
Estas medidas parecieron muy justas a los políticos británicos, que habían gastado fuertes sumas de dinero para defender a sus colonias norteamericanas durante y después de la Guerra Francesa e Indígena. Seguramente su razonamiento era que los colonos debían sufragar parte de esos gastos. Pero los colonos temían que los nuevos impuestos dificultaran el comercio, y que las tropas británicas estacionadas en las colonias pudieran ser usadas para aplastar las libertades civiles que los colonos habían disfrutado hasta entonces.
En general, estos temores eran infundados, pero fueron los precursores de lo que han llegado a ser tradiciones profundamente arraigadas en la política estadounidense. Los ciudadanos desconfían del "gobierno poderoso"; después de todo, millones de inmigrantes llegaron a este país para escapar de la represión política. Asimismo, los ciudadanos siempre han insistido en ejercer cierto control sobre el sistema tributario que sostiene a su gobierno. Hablando como ingleses nacidos en libertad, los colonos insistieron en que sólo sus propias asambleas coloniales podían gravarlos. No admitiremos tributación sin representación era su grito de batalla.
En 1765, representantes de nueve colonias se reunieron como "Congreso sobre la Ley de Estampillas" y protestaron contra el nuevo impuesto. Los comerciantes se negaron a vender productos británicos, los distribuidores de estampillas se vieron amenazados por la muchedumbre enardecida y la mayoría de los colonos sencillamente se negó a comprar las mencionadas estampillas. El parlamento británico se vio forzado a revocar la Ley de Estampillas, pero hizo cumplir la Ley de Alojamiento, decretó impuestos al te y a otros productos y envió funcionarios aduaneros a Boston a cobrar esos aranceles. De nuevo los colonos optaron por desobedecer, así que se enviaron soldados británicos a Boston.
Las tensiones se aliviaron cuando Lord North, el nuevo ministro de hacienda británico, eliminó todos los nuevos impuestos salvo el del te. En 1773, un grupo de patriotas respondió a dicho impuesto escenificando la Fiesta del Te de Boston: disfrazados de indígenas, abordaron buques mercantes británicos y arrojaron al agua, en el puerto de Boston, 342 huacales de te. El parlamento promulgó entonces las "Leyes Intolerables": la independencia del gobierno colonial de Massachusetts fue drásticamente restringida y se enviaron más soldados británicos al puerto de Boston, que ya estaba cerrado a los buques mercantes. En septiembre de 1774 tuvo lugar en Philadelphia el Primer Congreso Continental, reunión de líderes coloniales que se oponían a lo que percibían como opresión británica en las colonias. Estos líderes instaron a los colonos a desobedecer las Leyes Intolerables y a boicotear el comercio británico. Los colonos empezaron a organizar milicias y a almacenar armas y municiones.
Dígase a un estadounidense "1776" ó "4 de julio", e inmediatamente cualquiera de estas fechas le traerá a la memoria la Declaración de Independencia, cuando las 13 colonias originales se separaron de Inglaterra. El 19 de abril de 1775, 700 soldados ingleses salieron de Boston para impedir la rebelión de los colonos mediante la toma de un depósito de armas de estos últimos en la vecina ciudad de Concord. En el poblado de Lexington se enfrentaron a 70 milicianos. Alguien, nadie sabe quién, abrió fuego, y la guerra de independencia comenzó. Los ingleses tomaron Lexington y Concord, pero a su regreso hacia Boston fueron hostigados por cientos de voluntarios de Massachusetts. En junio, 10.000 soldados coloniales habían sitiado Boston, y los británicos se vieron forzados a evacuar la ciudad en marzo de 1776.
En mayo de 1775, un Segundo Congreso Continental se reunió en Philadelphia y empezó a asumir las funciones de gobierno nacional. Creó un ejército y una marina continentales bajo el mando de George Washington, un hacendado virginiano y veterano de la Guerra Francesa e Indígena. Se imprimió papel moneda y se iniciaron relaciones diplomáticas con potencias extranjeras. El 2 de julio de 1776, el Congreso finalmente resolvió: Que estas Colonias Unidas son, y por derecho deben ser, estados libres y soberanos. Thomas Jefferson, con la ayuda de líderes de Virginia, redactó una Declaración de Independencia, que el Congreso aceptó el 4 de julio de 1776
La declaración presentó una defensa pública de la Guerra de Independencia incluida una larga lista de quejas contra el soberano inglés Jorge III. Pero sobre todo, explicó la filosofía que sustentaba a la independencia, proclamando que todos los hombres nacen iguales, y poseen ciertos derechos inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que los gobiernos pueden gobernar sólo con el consentimiento de los gobernados; que cualquier gobierno puede ser disuelto cuando deja de proteger los derechos del pueblo. Esta teoría política tuvo su origen en el filósofo inglés John Locke, y ocupa un lugar prominente en la tradición política anglosajona.
Al principio, la guerra fue desfavorable para los colonos. Los británicos tomaron la ciudad de New York en septiembre de 1776, y Philadelphia un año después. Las cosas empezaron a cambiar en octubre de 1777 cuando un ejército británico bajo el mando del General John Burgoyne se rindió en Saratoga, en el norte del estado de New York. Alentada por esa victoria, Francia aprovechó la oportunidad de humillar a la Gran Bretaña, su enemiga tradicional. En febrero de 1778 se firmó una alianza franco-americana. Pese a sus escasas provisiones y limitado adiestramiento, las tropas coloniales pelearon bien en general, pero podrían haber perdido la guerra si no hubieran recibido ayuda del erario francés y de la poderosa marina francesa.
Después de 1778, la lucha se
trasladó en gran medida al sur. En 1781, 8.000 soldados británicos al mando del
General George Cornwallis fueron rodeadas en Yorktown, Virginia, por una flota
francesa y un ejército combinado franco-americano al mando de George Washington.
Cornwallis se rindió, y poco después el gobierno británico propuso la paz. El
Tratado de Paris, firmado en septiembre de 1783, reconoció la independencia de
los Estados Unidos de América y otorgó a la nueva nación todo el territorio al norte
de Florida, al sur del Canadá y al este del Río Mississippi.
Las 13 colonias eran ya estados libres y soberanos, pero aún no una nación unida. Desde 1781 habían estado gobernadas por los Artículos de la Confederación, una constitución que establecía un gobierno central muy débil. El pueblo acababa de rebelarse contra un parlamento en la distante Londres, y no quería remplazarlo con una autoridad central tiránica en su propio país. De acuerdo con los Artículos de la Confederación, el Congreso, compuesto por representantes del pueblo, no podía dictar leyes ni elevar impuestos. No había poder judicial federal ni poder ejecutivo permanente. Cada estado en lo individual era casi independiente: podía incluso establecer sus propias barreras fiscales.
En mayo de 1787 se reunió una convención en Philadelphia con instrucciones de revisar los Artículos de la Confederación. Los delegados, entre quienes estaban George Washington, Benjamín Franklin y James Madison, rebasaron su encargo y redactaron una constitución nueva y más viable, la cual estableció un gobierno federal más poderoso y con facultades para cobrar impuestos, conducir la diplomacia, mantener fuerzas armadas, y reglamentar el comercio exterior y entre los estados. Dispuso la creación de una Corte Suprema y tribunales federales menores, y dio el poder ejecutivo a un presidente electo. Lo que es más importante, estableció el principio de un "equilibrio de poder" entre las tres ramas del gobierno: los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Este principio le otorgó a cada rama medios propios para contrarrestar y equilibrar las actividades de las demás, garantizando así que ninguna de ellas pudiera ejercer autoridad dictatorial sobre las operaciones del gobierno.
La constitución fue aceptada en 1788, pero sólo después de muchas discusiones. Muchos colonos temían que un gobierno central poderoso aplastara las libertades del pueblo, y en 1791 se agregaron a la constitución 10 enmiendas: la Declaración de Derechos. Este documento garantizó la libertad de culto, de prensa, de palabra, el derecho de los ciudadanos a llevar armas, la protección contra detenciones ilegales, el derecho a un juicio justo por un jurado, y la protección contra "castigos crueles e inusuales". Es la más antigua constitución escrita del mundo, perdurable por tratarse de un documento general que se puede interpretar de conformidad con los cambios de la época. O bien se puede enmendar, como ya se ha hecho en 27 ocasiones.
La Constitución dejó establecida una forma de gobierno federal con facultades divididas entre los gobiernos federales y estatales. Al gobierno federal corresponden todos los asuntos que afectan a la nación en general. De este modo, la Constitución y la Declaración lograron un equilibrio entre dos aspectos fundamentales pero contradictorios de la política: la necesidad de una autoridad central eficiente y fuerte y la necesidad de garantizar libertades individuales. Los primeros dos partidos políticos de Estados Unidos reflejaron esta división ideológica. Los Federalistas estaban a favor de un presidente fuerte y un gobierno central; los Republicanos Demócratas defendían los derechos de los estados en lo individual, porque esto parecía garantizar mayor control y responsabilidad "locales". Este partido tenía las simpatías de los pequeños agricultores; el Partido Federalista era el favorito de las clases prósperas, y desaparecería en 1820.
El Distrito de Columbia (DC), que está rodeado por los estados de Maryland y Virginia, fue designado en la década de 1790 como la sede de la capital de la nación. Fue bautizada con el nombre de Washington en honor del primer presidente. En Washington, DC, quedó establecida la sede de las tres ramas del gobierno federal: la legislativa, la ejecutiva y la judicial. La rama legislativa la constituye el Congreso, compuesto por dos cámaras, las cuales se reúnen en el Capitolio. La Cámara de Representantes se compone de miembros que se eligen en cada estado en proporción con su población. El Senado está compuesto por dos miembros que elige cada estado. El poder ejecutivo está compuesto por el Presidente quien, con ayuda de su Gabinete, se encarga de administrar la ley. El Presidente es elegido por todo el pueblo y habita en la Casa Blanca. La rama judicial esta compuesta por nueve magistrados de la Corte Suprema, a quienes incumbe la decisión final en lo que se refiere a la determinación de si una ley está conforme con el espíritu de la Constitución. Así pues, el Congreso elabora las leyes, el Presidente las pone en vigor y la Corte Suprema las interpreta.
Entre las atribuciones del gobierno federal están las de acuñar monedas, imponer tributos al pueblo, mantener un ejército, una armada y una fuerza aérea para defender a la nación y dirigir sus relaciones exteriores. Además, a través de los tribunales federales el gobierno tiene autoridad sobre las personas en casos relacionados con la interpretación de la Constitución o de las leyes y tratados elaborados al amparo de la misma.
Los gobiernos estatales conservan el poder exclusivo en lo que se refiere a todo asunto local. Tienen su gobernador, sus asambleas legislativas y tribunales propios. Promulgan las leyes relacionadas con la salud, la educación, los impuestos locales y muchas otras cuestiones de importancia.
Como primer presidente de Estados Unidos, George Washington gobernó con un estilo federalista. Cuando los agricultores de Pennsylvania se negaron a pagar un impuesto federal sobre el licor, Washington movilizó a un ejército de 15.000 hombres pare sofocar la Rebelión del Whisky. Con Alexander Hamilton al frente de la Secretaría de Hacienda, el gobierno federal se hizo cargo de las deudas de cada estado y creó una banca nacional. Estas medidas fiscales fueron concebidas para alentar la inversión y persuadir a la iniciativa privada a que apoyara al nuevo gobierno.
En 1797, Washington fue sucedido por otro federalista, John Adams, quien se vio envuelto en una guerra naval no declarada contra Francia. En una atmósfera de histeria bélica, el Congreso, controlado por los federalistas, aprobó en 1798 las Leyes sobre Extranjeros y Sedición. Estas medidas permitieron la deportación o arresto de extranjeros "peligrosos", y prescribieron multas o prisión por publicar ataques "falsos, escandalosos y maliciosos" contra el gobierno. Diez editores republicanos fueron condenados conforme a la Ley de Sedición, la cual fue acremente denunciada por el abogado virginiano y principal autor de la Declaración de Independencia, Thomas Jefferson.
La represión a que dieron lugar las Leyes sobre Extranjeros y Sedición terminó en 1801, cuando Thomas Jefferson fue elegido presidente. Como republicano, Jefferson fue un jefe del ejecutivo informal y accesible. Aunque quiso limitar el poder del presidente, la realidad política lo obligó a ejercer ese poder vigorosamente. En 1803 compró a Francia el inmenso territorio de Louisiana por 15 millones de dólares: en adelante, Estados Unidos se extendería hacia el oeste hasta las Montañas Rocosas. Cuando piratas norafricanos atacaron barcos estadounidenses, Jefferson envió una expedición naval en contra del estado de Trípoli.
Mientras tanto, la Corte Suprema, bajo su presidente John Marshall, afirmaba su propia autoridad. En el caso de Marbury contra Madison, en 1803, Marshall afirmó que la corte declararía nulo cualquier acto del Congreso "contrario a la Constitución". Esa disposición estableció la idea más fundamental del derecho constitucional de Estados Unidos: la Corte Suprema toma la decisión final en la interpretación de la Constitución y, si los jueces determinan que una ley es inconstitucional, pueden declararla nula aunque haya sido promulgada por el Congreso y firmada por el presidente.
Durante las guerras napoleónicas, barcos de guerra británicos y franceses atacaron a buques de Estados Unidos. Jefferson respondió prohibiendo las exportaciones estadounidenses a Europa, pero los comerciantes de la región de Nueva Inglaterra protestaron porque su comercio se arruinaría por el embargo, el cual fue derogado por el Congreso en 1809. Sin embargo, en 1812 el Presidente James Madison declaró la guerra a Gran Bretaña por este asunto.
Durante la Guerra de 1812, los barcos de guerra estadounidenses tuvieron algunas grandes victorias, pero la marina inglesa, inmensamente superior, bloqueó los puertos de Estados Unidos. Los intentos por invadir el Canadá británico terminaron en catástrofe, y las fuerzas inglesas tomaron y quemaron Washington, la nueva ciudad capital de la nación. Inglaterra y Estados Unidos convinieron en una paz pactada en diciembre de 1814; ninguna de las partes obtuvo concesiones de la otra. Dos semanas después, el General Andrew Jackson detuvo un asalto británico a New Orleáns. La noticia del tratado de paz aún no llegaba a oídos de los soldados.
Después de la guerra, Estados Unidos gozó de un período de rápida expansión económica. Se construyó una red nacional de carreteras y canales, buques de vapor surcaban los ríos, y el primer ferrocarril de vapor se inauguró en Baltimore, Maryland, en 1830. La Revolución Industrial había llegado a Estados Unidos: la región de Nueva Inglaterra contaba con fábricas de textiles y Pennsylvania con fundiciones de hierro. En la década de 1850 había fábricas que producían artículos de hule, máquinas de coser, zapatos, ropa, equipos agrícolas, pistolas y relojes.
Las tierras colonizadas crecieron
hacia el oeste, más allá del Río Mississippi. En 1828 Andrew Jackson fue elegido
presidente: el primer hombre en ocupar este cargo que había nacido en el seno
de una familia pobre y en el oeste de Estados Unidos, lejos de las tradiciones
culturales del litoral del Atlántico. Jackson y su nuevo Partido Demócrata,
herederos de los Republicanos de Jefferson, promovieron un credo de democracia
popular y atrajeron a los miembros humildes de la sociedad: los agricultores,
los mecánicos y los obreros. Jackson destruyó el poder del Banco de Estados
Unidos, que había dominado la economía de la nación. Premió con empleos
gubernamentales a sus partidarios sin experiencia pero de probada lealtad. Puso
tierras a disposición de los colonizadores del oeste, obligando a las tribus
indígenas a emigrar al oeste del Río Mississippi.
La era de optimismo de Jackson se vio nublada por la existencia en Estados Unidos de una contradicción social cada día más claramente percibida como un mal social que con el tiempo desgarraría a la nación: la esclavitud. Las palabras de la Declaración de Independencia que todos los hombres nacen iguales carecían de sentido para el millón y medio de negros que eran esclavos. Thomas Jefferson, él mismo dueño de esclavos, reconoció que el sistema era inhumano e incorporó en la Declaración una impugnación de la esclavitud, pero los delegados sureños ante el Congreso Continental le obligaron a eliminar esa parte. La importación de esclavos fue proscrita en 1808, y muchos estados del norte impulsaron la abolición de la esclavitud, pero la economía sureña se basaba en enormes plantaciones que usaban mano de obra esclava para cultivar algodón, arroz, tabaco y azúcar. Sin embargo, en varios estados del sur, pequeñas poblaciones de negros libres trabajaban también como artesanos o comerciantes.
En 1820, políticos del norte y del sur debatieron la cuestión de si la esclavitud sería legal en los territorios del oeste. El Congreso optó por pactar: se permitió la esclavitud en el nuevo estado de Missouri y en el territorio de Arkansas, y se prohibió en todas partes al oeste y al norte de Missouri. Pero el punto en disputa no desapareció, y mientras que algunos se organizaban en sociedades abolicionistas, principalmente en el norte, los blancos sureños defendían la esclavitud con creciente pasión. La nación también se hallaba dividida en torno a la cuestión del alto arancel que protegía a las industrias del norte pero elevaba los precios para los consumidores del sur.
Mientras tanto, miles de estadounidenses se habían establecido en Texas, que entonces formaba parte de México. Para los tejanos el régimen mexicano bajo el General Santa Ana era cada vez más opresivo, y en 1835 se rebelaron, derrotaron a un ejército de ese país y fundaron la república independiente de Texas. En 1845 Texas se anexionó a los Estados Unidos, y México suspendió relaciones diplomáticas. El Presidente James K. Polk envió tropas estadounidenses al territorio disputado en la frontera tejana. Después de una batalla entre soldados mexicanos y estadounidenses en mayo de 1846, el Congreso declaró la guerra a México.
Un ejército estadounidense desembarcó cerca de Veracruz en marzo de 1847 y tomó la Ciudad de México en septiembre. A cambio de 15 millones de dólares, México se vio forzado a ceder una vastísima porción de su territorio: la mayor parte de lo que hoy es California, Arizona, Nevada, Utah, Nuevo México y Colorado.
En 1846, al zanjar una larga disputa fronteriza con el Canadá británico, Estados Unidos había adquirido derechos indiscutibles sobre la parte sur de la región de Oregon: los actuales estados de Oregon, Idaho y Washington. De este modo, Estados Unidos se convirtió en una potencia verdaderamente continental que se extendía desde el Atlántico hasta el Pacífico.
La adquisición de estos nuevos territorios reavivó una inquietante duda: ¿se abrirían a la esclavitud estas tierras recién adquiridas? Desde mediados del siglo XVII se traían esclavos de África para que trabajasen en las grandes plantaciones del sur. Los sureños pretendían que se extendiese la esclavitud a los nuevos territorios del oeste. Los norteños se oponían. En 1861 empezó la Guerra Civil entre norte y sur.
En 1850 el Congreso convino en otro pacto: California fue admitida como estado libre, y los habitantes de los territorios de New México y Utah debían decidir la cuestión por sí mismos. El Congreso también aprobó la Ley del Esclavo Fugitivo, que ayudaba a los sureños a recapturar esclavos que hubieran huido a los estados libres. Sin embargo, algunos estados del norte no hicieron cumplir esta ley y los abolicionistas seguían ayudando a los negros que escapaban. Harriet Beecher Stowe, de Massachusetts, escribió Uncle Tom's Cabin (La cabaña del Tío Tom), novela sentimental pero ferozmente en contra de la esclavitud, que convirtió a muchos lectores a la causa abolicionista. En la vida política, económica y cultural de Estados Unidos, el tema de la esclavitud pasó a ser el punto central de disputa.
En 1854, el Senador Stephen Douglas, de Illinois, convenció al Congreso de permitir a los habitantes de los territorios de Kansas y Nebraska resolver la cuestión de la esclavitud dentro de sus propias fronteras, lo cual anuló el Pacto de Missouri de 1820. En Kansas, el resultado fue una contienda violenta entre los colonizadores que estaban a favor de la esclavitud y los que estaban en contra de ella. En 1857, la Corte Suprema hizo público el fallo Dred Scott, que sostenía que los negros no tenían derechos como ciudadanos estadounidenses y que el Congreso no tenía autoridad para prohibir la esclavitud en los territorios del oeste.
En 1858, cuando el Senador
Douglas buscó la reelección, fue desafiado por Abraham Lincoln y el Partido
Republicano (un nuevo partido en contra de la esclavitud, y que nada tenía que
ver con el Partido Republicano de Jefferson). En una serie de debates históricos
con Douglas, Lincoln exigió un alto a la expansión de la esclavitud. Estaba
dispuesto a tolerarla en los estados del sur, pero al mismo tiempo afirmó que
"este gobierno no puede subsistir permanentemente siendo mitad esclavo y mitad
libre".
Lincoln perdió la contienda senatorial, pero en 1860 él y Douglas volvieron a enfrentarse: esta vez como los candidatos presidenciales Republicano y Demócrata. Para entonces, la tensión entre el norte y el sur era extrema. En 1859, John Brown, un fanático del abolicionismo, había tratado de iniciar una rebelión de esclavos en Virginia atacando un depósito de municiones del ejército. Brown fue rápidamente capturado, juzgado y sentenciado a la horca, tras de lo cual muchos habitantes del norte lo aclamaron como mártir. Sin embargo, los blancos del sur se convencieron de que el norte estaba dispuesto a poner fin a la esclavitud mediante una guerra sangrienta. Douglas conminó a los Demócratas sureños a permanecer en la Unión, pero estos por su parte nombraron su propio candidato presidencial y amenazaron con separarse si los republicanos resultaban victoriosos.
La mayoría en los estados sureños y fronterizos votaron contra Lincoln, pero el norte lo apoyó y ganó las elecciones. Unas semanas después, Carolina del Sur decidió mediante votación abandonar la Unión. Pronto se le unieron Mississippi, Florida, Alabama, Georgia, Louisiana, Texas, Virginia, Arkansas, Tennessee y Carolina del Norte. Estos estados se proclamaron nación independiente: los Estados Confederados de América, y así empezó la Guerra Civil.
Los sureños declararon que no peleaban sólo por la esclavitud: después de todo, la mayoría de los soldados confederados eran demasiado pobres para poseer esclavos. El sur estaba empeñado en una guerra de independencia: una segunda revolución. Los confederados generalmente tuvieron la ventaja de pelear en su propio territorio, y su moral era excelente. Tenían magníficos soldados de infantería, de caballería y generales, pero eran mucho menores en número que las fuerzas de la Unión (del norte). La red del ferrocarril y la base industrial del sur no podían sostener un esfuerzo bélico moderno. La marina de la Unión rápidamente impuso un bloqueo que creó grave escasez de material bélico y bienes de consumo en la confederación. Para librar la guerra, ambas partes suspendieron algunas libertades civiles, imprimieron montañas de papel moneda y recurrieron al reclutamiento.
Las dos prioridades de Lincoln fueron mantener a Estados Unidos como un sólo país y librar a la nación de la esclavitud. Reconoció que al hacer de la guerra una batalla contra la esclavitud podría obtener apoyo para la Unión tanto en el interior como en el exterior. Consecuentemente, el 1 de enero de 1863, dio a conocer la Proclama de Emancipación, que otorgaba libertad a todos los esclavos en áreas aún controladas por la Confederación.
El ejército sureño obtuvo algunas victorias en la primera etapa de la guerra, pero en el verano de 1863 su comandante, el General Robert E. Lee, avanzó hacia Pennsylvania en el norte. En Gettysburg se encontró con un ejército de la Unión, y así dio comienzo la batalla de mayor magnitud jamás librada en suelo norteamericano. Después de tres días de lucha desesperada, los Confederados fueron derrotados. Al mismo tiempo, en el Río Mississippi, el General Ulysses S. Grant, de la Unión, tomó la importante ciudad de Vicksburg. Las fuerzas de la Unión controlaban ahora todo el valle del Mississippi, dividiendo en dos a la Confederación.
En 1864, un ejército de la Unión al mando del General William T. Sherman atravesó Georgia. Mientras tanto, el General Grant se batía implacablemente con las fuerzas de Lee en Virginia. El 2 de abril de 1865, Lee se vio forzado a abandonar Richmond, la capital de la Confederación. Una semana después se rindió ante Grant en el palacio de justicia de Appomattox, y todas las demás fuerzas confederadas se rindieron poco después. El 14 de abril Lincoln fue asesinado por el actor John Wilkes Booth.
La Guerra Civil fue el episodio más traumático de la historia de Estados Unidos. Las cicatrices no se han cerrado por completo hasta el día de hoy. Todas las guerras posteriores en que ha participado Estados Unidos han tenido lugar mucho más allá de sus fronteras, pero este conflicto devastó al sur y sometió a esa región a la ocupación militar. El país perdió más hombres en esta guerra que en cualquier otra: un total de 635.000 muertos en ambos bandos.
La guerra resolvió dos cuestiones
fundamentales que habían dividido a Estados Unidos desde 1776: puso fin a la
esclavitud, que fue completamente abolida por la Enmienda 13 de la Constitución
en 1865; y decidió, de una vez por todas, que Estados Unidos no es una colección
de estados autónomos, sino una sola nación indivisible. Después de cuatro amargos
años de guerra, se conservó la Unión y se liberó a los esclavos. Aunque la
victoria del norte en la Guerra Civil aseguró la integridad de Estados Unidos
como nación indivisible, muchas cosas se destruyeron en el curso del conflicto,
y el objetivo secundario de la guerra, la abolición del sistema de esclavitud,
se logró sólo de manera imperfecta. Para los negros, ha sido una lucha larga y
penosa en busca de la igualdad. Muchos se trasladaron a las ciudades del norte,
sólo para afrontar nuevas dificultades. Pero un creciente movimiento en pro de
los derechos civiles continúa bregando en contra de empecinados sistemas
sociales y económicos con el fin de garantizar igualdad de oportunidades para
los negros en materia de vivienda, educación y trabajo.
La derrota de la Confederación dejó económicamente destruida la región agrícola más fértil del país, y devastó su rica cultura. Al mismo tiempo, la abolición legal de la esclavitud no trajo igualdad para los antiguos esclavos. Inmediatamente después de la Guerra Civil, las legislaturas de los estados sureños, temerosas de la manera cómo los antiguos esclavos pudieran ejercer su derecho al voto y también ávidas por rescatar lo que pudieran de su anterior estilo de vida, trataron de impedir que los negros votaran y decretaron "códigos negros" para restringir la libertad de los antiguos esclavos. Aunque los republicanos "radicales'' del Congreso trataron de proteger los derechos civiles de los negros y de incorporarlos en la corriente principal de la vida de Estados Unidos, sus esfuerzos fueron frenados por el Presidente Andrew Johnson. Johnson, un sureño que había permanecido leal a la Unión durante la Guerra Civil y prestado servicio como vicepresidente republicano, asumió la presidencia al ser asesinado Abraham Lincoln.
En marzo de 1868, la Cámara de Representantes respondió a la oposición de Johnson para adoptar soluciones radicales intentando relevarlo de su puesto. Los cargos que se le imputaban carecían de fundamento, y el Senado votó en contra de una moción para declararle culpable. En opinión de muchos, Johnson había sido demasiado indulgente con los antiguos confederados, pero su no inculpación constituyó una importante victoria para un principio fundamental del gobierno estadounidense. Dicho principio es la separación de poderes entre las ramas legislativa, ejecutiva y judicial del gobierno. La inocencia de Johnson ayudó a conservar el delicado equilibrio del poder entre el presidente y el Congreso.
Sin embargo, este último pudo proseguir con su programa de "reconstrucción", o reforma, de los estados del sur, ocupados después de la guerra por el ejército del norte. En 1870, los estados del sur eran gobernados por grupos de negros, blancos dispuestos a cooperar, y norteños (llamados "explotadores"). Muchos negros sureños fueron elegidos para ocupar cargos en las legislaturas estatales y en el Congreso. Aunque existía cierta corrupción en estos gobiernos estatales "reconstruidos", fue mucho lo que hicieron por mejorar la educación, impulsar los servicios sociales, y proteger los derechos civiles.
La Reconstrucción fue rechazada por la mayor parte de los blancos del sur, algunos de los cuales formaron el Ku Klux Klan, sociedad secreta violenta que esperaba proteger los intereses y ventajas de los blancos aterrorizando a los negros e impidiéndoles lograr progresos sociales. En 1872, el gobierno federal había suprimido al Klan, pero los demócratas blancos seguían recurriendo a la violencia y al temor para reconquistar el control de sus gobiernos estatales. La Reconstrucción llegó a su fin en 1877, cuando en todos los estados sureños se ratificaron constituciones nuevas y las tropas federales en su totalidad fueron retiradas de la región.
Pese a las garantías constitucionales, los negros del sur eran ahora "ciudadanos de segunda clase"; es decir, estaban subordinados a los blancos aun cuando gozaban de ciertos derechos civiles. En algunos estados sureños, los negros podían votar y ocupar puestos de elección. Había segregación racial en escuelas y hospitales, pero los trenes, parques y otras instalaciones públicas todavía podían ser usadas, en general, por personas de una y otra raza.
Hacia fines de siglo XIX, este
sistema de segregación y opresión de los negros se tornó mucho más rígido. En el
caso de Plessy contra Ferguson, en 1869, la Corte Suprema de Estados
Unidos determinó que la Constitución permitía instalaciones y servicios
separados para las dos razas, siempre que dichas instalaciones y servicios
fueran iguales. Sin más tardanza, las legislaturas de los estados del sur
destinaron a los negros instalaciones separadas, pero desiguales. Las leyes
pusieron en vigor una estricta segregación en el trasporte público, los teatros,
los deportes e incluso en los ascensores y cementerios. La mayoría de los negros
y muchos blancos pobres perdieron el derecho de voto debido a que no tenían
recursos suficientes para pagar los impuestos que habían sido decretados para
excluirlos de la participación política, y a que no sabían leer ni escribir. A
los negros que eran acusados de delitos menores se les sentenciaba a trabajos
forzados y algunas veces eran asediados por turbas violentas. La mayoría de los
negros del sur, debido a su pobreza e ignorancia, seguían labrando las tierras
como agricultores arrendatarios. Aunque legalmente eran libres, vivían y eran
tratados como esclavos.
En los años siguientes a la Guerra Civil en 1865, los norteamericanos colonizaron la mitad de la región occidental de Estados Unidos. Los mineros que buscaban oro y plata se trasladaron a la región de las Montañas Rocosas. Los agricultores, incluidos muchos inmigrantes alemanes y escandinavos, se establecieron en Minnesota y en las dos Dakotas. En las planicies de Texas y en otros estados occidentales apacentaban enormes rebaños de ganado vacuno, manejados por jinetes contratados (vaqueros) que pasaron a ser los personajes más célebres y románticos de la cultura de Estados Unidos. La mayoría de esos jinetes habían sido soldados o esclavos sureños, que se habían desplazado al oeste tras la derrota del sur. El vaquero era el héroe de los Estados Unidos: trabajaba largas horas en las vastas llanuras a cambio de un salario bajo.
Los colonizadores y el ejército
de Estados Unidos sostuvieron batallas frecuentes con los indígenas, cuyas
tierras estaban siendo invadidas por la corriente de colonizadores blancos, pero
también en este caso se ha exagerado el derramamiento de sangre. Un total de
aproximadamente 7.000 blancos y 5.000 indígenas fueron muertos en el curso del
siglo XIX. Un número mayor de indígenas murió de enfermedades y hambre causadas
por el desplazamiento de los colonizadores hacia el oeste. Los blancos sacaron a
los indígenas de sus tierras y acabaron con casi todos los búfalos, que eran la
fuente principal de alimento y pieles para las tribus de las Grandes
Praderas.
Durante este período, Estados Unidos se estaba convirtiendo en la potencia industrial más importante del mundo, y hombres de negocios sagaces amasaron grandes fortunas. El primer ferrocarril transcontinental se terminó en 1869. Entre 1860 y 1900, el kilometraje total de vías férreas aumentó de 50.000 a casi 322.000: más que en toda Europa en su conjunto. Para estimular esta expansión, el gobierno federal otorgó préstamos y regaló tierras a los ferrocarriles del oeste.
La industria del petróleo prosperó, dominada por la gigantesca Standard Oil Company de John D. Rockefeller. Andrew Carnegie, quien emigró de Escocia a Estados Unidos sin un centavo, erigió un vasto imperio de fundiciones de acero y minas de hierro que vendió en 1901 por casi 500.000 millones de dólares. En el sur se multiplicaron las fábricas de textiles, y en Chicago y sus alrededores surgieron industrias cárnicas. La industria eléctrica se creó gracias a una serie de inventos: el teléfono, el fonógrafo, la bombilla, las películas animadas, el motor y el trasformador de corriente alterna. En Chicago, el arquitecto Louis Sullivan introdujo la construcción a base de estructuras de acero para dar forma a las ciudades del mundo con una contribución característicamente estadounidense: el rascacielos.
Los estadounidenses del siglo XIX señalaban con orgullo estos logros, y no les faltaba razón. Estados Unidos siempre ha sido hospitalario con los inventores, los experimentadores y los empresarios. La libertad para crear empresas nuevas se debe, en gran medida, a la vitalidad de la economía estadounidense. Pero el crecimiento económico creó muchos y muy graves problemas. Algunos negocios crecieron demasiado y se volvieron extremadamente poderosos. La United States Steel Corporation, creada en 1901, era la mayor sociedad mercantil del mundo y producía el 60% del acero de la nación. Para limitar la competencia, los propietarios del ferrocarril convinieron en fusionarse y uniformar sus tarifas de embarque. Los "consorcios" (enormes combinaciones de sociedades mercantiles) trataron de establecer un control monopólico sobre algunas industrias, especialmente el petróleo.
Estas empresas gigantes podían producir bienes eficientemente y venderlos a precios bajos, pero también podían fijar dichos precios y destruir a los competidores pequeños. Los agricultores en especial se quejaban de que los ferrocarriles cobraban tarifas altas por transportar sus productos. Entonces como ahora, casi todos los estadounidenses admiraban el éxito en los negocios y creían en la libre empresa; pero también pensaban que el poder de las sociedades monopólicas debía limitarse para proteger los derechos del individuo.
Una respuesta a este problema era
la regulación gubernamental. La Comisión para el Comercio Interestatal se creó
en 1887 para controlar las tarifas del ferrocarril. En 1890, la Ley
Anti-monopólica Sherman proscribió los consorcios, las fusiones y los acuerdos
de negocios''que limitaran el comercio". Inicialmente, ninguna de estas medidas
fue muy efectiva, pero establecieron el principio de que el gobierno federal
podía regular la industria para bien de todos.
La industrialización trajo consigo el surgimiento de los trabajadores organizados. La Federación Norteamericana del Trabajo, fundada en 1881, era una coalición de sindicatos para obreros cualificados. No se pronunciaba por el socialismo, sino en favor de mejores salarios y menos horas de trabajo. Alrededor de 1900, un obrero no cualificado trabajaba 52 horas semanales por un salario de nueve dólares. En la década de 1890, el descontento por los salarios bajos y las condiciones insalubres de trabajo desató una ola de paros en el trabajo industrial, algunos de ellos violentos. Varios obreros y guardias resultaron muertos durante una huelga de la fábrica de Carnegie Steel en Homestead, Pennsylvania, en 1892. En 1894 se enviaron tropas del ejército a Chicago para poner fin a una huelga de trabajadores del ferrocarril.
Entre 1819 y 1955, más de 40 millones de inmigrantes entraron en Estados Unidos, lo que constituye la más grande inmigración de la historia. En el corto lapso de unos 350 años se pobló todo un continente y se construyó una sociedad industrial con un grado elevado de diversificación. De todas las tradiciones, costumbres e instituciones heredadas de muchos países, el idioma inglés se convirtió en la principal influencia unificadora. Hoy, los 260 millones de habitantes de Estados Unidos, en sus 50 estados, hablan el inglés.
Ante la insistencia de los trabajadores, que veían con temor a los inmigrantes asiáticos debido a su disposición a aceptar salarios bajos por el trabajo no cualificado, la legislación federal prohibió la entrada a los chinos en 1882. Los japoneses fueron excluidos en 1907, pero muchos otros inmigrantes tenían libertad para entrar en los Estados Unidos. Aun así, Estados Unidos les ofrecía mayor libertad religiosa y política, y mayores oportunidades económicas de las que podían encontrar en sus países de origen. El inmigrante de primera generación normalmente tenía que luchar contra la pobreza, pero sus hijos y nietos podían alcanzar bienestar económico y éxito profesional. Desde la fundación de Jamestown, la primera colonia europea permanente en Norteamérica, en 1607, Estados Unidos ha acogido a dos terceras partes de todos los inmigrantes del mundo: un total de 50 millones de individuos.
Para los agricultores de Estados
Unidos, la última parte del siglo XIX fue un período difícil. Los precios de los
alimentos bajaban, y el agricultor tenía que soportar el peso de las altas
tarifas de embarque por ferrocarril, hipotecas caras, e impuestos y aranceles
elevados sobre los bienes de consumo. Se crearon varias organizaciones
nacionales para defender los intereses de los pequeños agricultores: los
Granjeros en 1867, la Alianza Nacional de Agricultores en 1877, y el Partido
Populista en la década de 1890. Los populistas pedían la nacionalización de los
ferrocarriles, un impuesto progresivo sobre el ingreso y una reforma monetaria.
En 1896 apoyaron al candidato presidencial demócrata, William Jennings Bryan, de
Nebraska. Gran orador, Bryan realizó una activa campaña nacional, denunciando
los consorcios, los bancos y los ferrocarriles. Obtuvo los votos de los estados
agrícolas del sur y del oeste, pero perdió las elecciones frente a William
McKinley, republicano conservador.
Con excepción de la compra de Alaska a Rusia en 1867, la expansión territorial de Estados Unidos se había detenido en 1848. No obstante, alrededor de 1890, al tiempo que muchas naciones europeas expandían sus imperios coloniales, un nuevo espíritu animó la política exterior estadounidense, la cual en gran medida seguía las pautas de Europa septentrional. Los políticos, los directores de periódicos y los misioneros protestantes declararon que la "raza anglosajona" tenía el deber de llevar los beneficios de la civilización occidental a los pueblos de Asia, África y América Latina. En el punto culminante de este período (1895), Cuba se sublevó contra el colonialismo de España. El ejército español encerró a civiles cubanos en campos de concentración donde 200.000 personas murieron de hambre y enfermedades. En Estados Unidos, los dueños de periódicos William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer publicaron relatos de supuestas atrocidades cometidas por los españoles, y despertaron el sentimiento popular de que Estados Unidos debía liberar la isla.
El país contaba ya con una marina moderna, y en enero de 1898 el acorazado Maine salió rumbo a La Habana, Cuba. El 15 de febrero una misteriosa explosión hizo zozobrar al Maine en el puerto de La Habana. No se sabe a ciencia cierta quién o qué provocó el desastre, pero la mayoría de los estadounidenses estaban convencidos de la culpabilidad de España. Estados Unidos exigió a España retirarse de Cuba, y empezó a movilizar tropas de voluntarios. España respondió declarando la guerra a Estados Unidos.
Las tropas de Estados Unidos arribaron a Cuba y la marina de Estados Unidos destruyó dos flotas españolas: una en la bahía de Manila en Filipinas (entonces posesión española), y la otra en Santiago de Cuba. En julio, el gobierno español pidió negociar la paz. Estados Unidos adquirió gran parte del imperio español: Cuba, Filipinas, Puerto Rico, y Guam. En una operación no relacionada con la anterior, se anexionaron también las islas de Hawai.
En comparación con la manera en que las potencias europeas construyeron sus imperios, el período de codicia de Estados Unidos fue limitado en su ámbito y de corta duración. Después de la guerra hispano-americana, los estadounidenses justificaron sus acciones con el argumento de que preparaban a las naciones subdesarrolladas para la democracia. Pero, ¿acaso podían ellos ser imperialistas? Después de todo, habían sido una vez un pueblo colonial y se habían rebelado contra el dominio extranjero. La Declaración de Independencia contenía el principio de autodeterminación nacional. En Filipinas, los insurgentes que habían peleado contra el colonialismo español pronto empezaron a luchar contra las tropas de Estados Unidos. Muchos intelectuales, como el filósofo William James y el presidente de la Universidad Harvard, Charles Eliot, denunciaron estas acciones como traición de los valores estadounidenses.
Pese a las críticas de los antiimperialistas, la mayoría de los estadounidenses creían que el conflicto español había sido oportuno y estaban ansiosos por hacer sentir el poder de Estados Unidos. El Presidente Teodoro Roosevelt propuso construir un canal en Centroamérica, y en 1903 ofreció al gobierno colombiano comprar una franja de tierra de lo que hoy es Panamá. Al mismo tiempo que Colombia rechazó la oferta de Roosevelt, se desató una rebelión en el área designada para la ubicación del canal. Roosevelt apoyó la revuelta y rápidamente reconoció la independencia de Panamá frente a Colombia. Unos días después, vendió a Estados Unidos la zona del canal. En 1914, el Canal de Panamá se abrió al tráfico marítimo.
Las tropas estadounidenses
abandonaron Cuba en 1902, pero se exigió a la nueva república que otorgara bases
navales a Estados Unidos. Asimismo, hasta 1934, se prohibió a Cuba suscribir
tratados que pudieran atraerla a la órbita de otra potencia extranjera. A
Filipinas se le concedió un auto-gobiemo limitado en 1907, e independencia
absoluta en 1946. En 1953 Puerto Rico pasó a ser un estado con gobierno propio,
y en 1959 Hawai fue admitido como el quincuagésimo estado de la Unión.
Mientras los estadounidenses probaban suerte en el extranjero, también veían con nuevos ojos los problemas sociales que tenían en casa. Aunque la economía se hallaba en pleno auge y la prosperidad se extendía, la mitad de la totalidad de los trabajadores industriales aún vivía en la pobreza; muchos de esos trabajadores eran mujeres y niños. New York, Boston, Chicago y San Francisco podían enorgullecerse de sus impresionantes museos, universidades, bibliotecas públicas. . . y atestados barrios bajos. Antes de 1900, el dogma económico vigente había sido el laissez-faire: la menor intervención posible del gobierno en la empresa privada. Después de 1900, la ideología de moda era el "progresismo'': un movimiento para reformar la sociedad y los individuos mediante la acción del gobierno.
Los trabajadores sociales empezaron a acudir a los barrios bajos para levantar centros de asistencia social que proporcionaban servicios de salud e instalaciones recreativas para los pobres. Los prohibicionistas exigieron que se pusiera fin a la venta de bebidas alcohólicas, en parte para evitar el sufrimiento que los trabajadores en estado de ebriedad imponían a sus esposas e hijos. En las ciudades, los políticos de la reforma lucharon contra la corrupción, reglamentaron el transporte público, crearon empresas municipales de servicio público y redujeron los impuestos mediante un gobierno más eficiente. Muchos estados promulgaron leyes que restringían el trabajo de menores, protegían a las obreras, limitaban las horas de trabajo y estipulaban la compensación de los trabajadores. Las mujeres se manifestaron por el derecho al voto, y en 1914 varios estados habían reconocido ese derecho.
Las revistas populares divulgaron artículos sensacionalistas escritos por los "descubridores de escándalos" ("muckrakers"), periodistas que investigaban y exponían los negocios turbios, la corrupción oficial y la pobreza de las ciudades). En 1906, Upton Sinclair atacó a la industria cárnica en su novela The Jungle (La jungla). Los lectores de la clase media se sintieron aterrados al saber lo que contenían las salchichas de su desayuno, y pronto se estableció un decreto federal para la inspección de la carne. La Ley de Alimentos y Fármacos Puros (1906) puso freno a la venta de alimentos adulterados y medicinas de patente fraudulenta: y la Ley Harrison (1914) impuso los primeros controles federales efectivos a los narcóticos.
El Presidente Teodoro Roosevelt fortaleció la reglamentación federal de los ferrocarriles e hizo cumplir la Ley Anti-monopólica Sherman en contra de varias sociedades mercantiles de gran tamaño, incluida la Standard Oil Company. En 1902, Roosevelt puso fin a una huelga del carbón mediante amenazas de intervención armada, no contra los trabajadores, sino contra los inflexibles propietarios de las minas. Este fue un punto decisivo en la política industrial de Estados Unidos: en lo sucesivo, el gobierno ya no se aliaría automáticamente con la parte patronal en las disputas laborales. La Administración Roosevelt también promovió la conservación de los recursos naturales. Se guardaron para las generaciones futuras vastas reservas de bosques, carbón, petróleo, minerales y agua. El Movimiento Progresista fue principalmente un movimiento de economistas, sociólogos, técnicos y servidores públicos: ingenieros sociales que creían en encontrar soluciones científicas y eficientes en cuanto a costos, para todos los problemas políticos.
LOS PRESIDENTES
George Washington (1789-1797)
John Adams (1797-1801)
Thomas Jefferson (1801-1809)
James Madison (1809-1817)
James Monroe (1817-1825)
John Quincy Adams (1825-1829)
Andrew Jackson (1829-1837)
Martin Van Buren (1837-1841)
William Henry Harrison (1841)
John Tyler (1841-1845)
James Polk (1845-1849)
Zachary Taylor (1849-1850)
Millard Fillmore (1850-1853)
Franklin Pierce (1853-1857)
James Buchanan (1857-1861)
Abraham Lincoln (1861-1865)
Andrew Johnson (1865-1869)
Ulysses S. Grant (1869-1877)
Rutherford B. Hayes (1877-1881)
James A. Garfield (1881)
Chester A. Arthur (1881-1885)
Grover Cleveland (1885-1889)
Benjamin Harrison (1889-1893)
Grover Cleveland (1893-1897)
William McKinley (1897-1901)
Theodore Roosevelt
(1901-1909)
©
Javier de Lucas
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