I. PLANTEAMIENTO ANTIGUO: ALMA Y CUERPO
La noción de alma aparece ya en estadios muy antiguos del pensamiento humano y puede encontrarse de un modo u otro en todas las culturas. El enterramiento del cadáver acompañado de alguno de sus objetos y los ritos funerarios, que aparece ya en el Hombre de Neandertal muestran los primeros signos de algún tipo de creencias relacionadas con la muerte y algún tipo de inmortalidad 1.
En términos muy generales el alma o espíritu
es considerada como un principio de vida interno que reside en todos
los organismos vivos y que posibilita y regula tanto sus funciones fisiológicas
como mentales.
La
concepción que tienen del alma los pueblos primitivos y que podemos
encontrar todavía en algunas sociedades primitivas contemporáneas
como los aborígenes de Australia, las tribus del Amazonas o los
esquimales, forma parte de su noción precientífica del universo,
según la cual todos los fenómenos naturales (el curso
del día y de las estaciones, las tormentas, los terremotos, etc.)
están producidos también por la acción de espíritus.
Se conoce con el nombre de animismo a aquellas creencias
religiosas que consideran a todos los fenómenos de la naturaleza
como dotados de un alma y, por tanto, con un comportamiento semejante al
humano, es decir, dotados de vida, sentimiento y voluntad propias.
Las almas actúan sobre los cuerpos y existen independientemente por lo que pueden separarse de ellos. Esta separación puede ser temporal, como ocurriría en los sueños, la enfermedad o en estados de trance ritual y posesión, o ser definitiva, produciendo la muerte. El alma es concebida en la mayoría de los casos como el soplo o aliento que posibilita la respiración y también como una especie de fuego o calor vital que se extingue en el momento de la muerte. En otras culturas el alma es considerada como la sombra o doble del cuerpo.
Según las distintas culturas y religiones, el alma
separada puede trasladarse a otro mundo, encarnarse en otro cuerpo, fundirse
en el seno de un Alma cósmica superior e incluso extinguirse y desaparecer.
También se suele considerar una pluralidad de almas con distintas
funciones (conocimiento, emociones, etc.) coexistiendo en el mismo cuerpo.
La idea de alma ocupa un lugar central en las religiones orientales.
El hinduismo consideraba el alma individual (atmán) como el principio que controla todas las actividades y que forma parte de un alma universal (Brahma) a la que aspira volver a integrarse al cabo de un ciclo de reencarnaciones en distintos seres, tratando de alcanzar la purificación y el conocimiento necesarios para ello.
El
budismo,
en cambio, niega la existencia de un alma individual permanente o atmán.
La persona no es sino la combinación temporal de cinco realidades
distintas que están en cambio permanente: el cuerpo, los sentimientos,
las percepciones, la predisposición ante las cosas y la conciencia.
No puede hablarse de la persona como de una unidad permanente ya que sus
elementos constitutivos están en continuo cambio; tampoco hay ningún
alma personal que sobreviva a la muerte aunque el modo de vida y el conocimiento
alcanzado durante una encarnación determina el carácter de
la reencarnación siguiente en una nueva vida. El deseo de placer,
poder y riquezas, de bienes individuales, en suma, genera una energía
o karma que mantiene al individuo atado a la Rueda
de la Vida (el ciclo de reencarnaciones), pues se ve contaminado
por toda clase de impurezas (la codicia, el odio, la ignorancia) que son
el origen de su infelicidad. El budista aspira alcanzar, mediante la supresión
del deseo, un estado de conciencia o iluminación (nirvana),
que le libere de todas las impurezas que conlleva la existencia, para poder
salir de la Rueda de la Vida, anonadándose en el Todo.
De este modo, las dos filosofías orientales más
importantes defienden concepciones contrapuestas acerca del alma. Mientras
el hinduismo afirma la existencia de un alma sustancial (atmán),
para el budismo no hay ningún alma sustancial permanente sino un
flujo continuo de estados de conciencia.
Podemos encontrar en las obras de Homero y Hesíodo las más antiguas creencias de los griegos sobre el alma humana. El alma (psique) aparece como un aliento que mantiene la vida del cuerpo inanimado (soma) y que le abandona cuando el ser humano muere o está moribundo o desmayado. Pero aparte de esta función puramente vital no parece tener ninguna otra. También en los sueños se desprende temporalmente del cuerpo y realiza efectivamente las acciones que en él aparecen, puesto que para los griegos el contenido de los sueños se corresponde a algo real y no imaginario.
Cuando sucede la muerte del ser humano, el alma escapa por la boca o las heridas y va al Hades como una sombra o imagen reconocible, ya que mantiene las características físicas y morales que se construyen durante la vida. Sin embargo no alcanza propiamente una vida inmortal porque separada del cuerpo carece del vigor necesario y lleva una existencia lánguida y tenue. Por su falta de corporeidad tampoco puede actuar sobre el mundo físico. La verdadera vida solo es posible cuando alma y cuerpo están unidos y el alma en el Hades es algo así como el recuerdo inmaterial del individuo que existió.
En el siglo VI a.C. aparecen los primeros planteamientos filosóficos sobre el alma, que son más bien una racionalización de las ideas religiosas y mitológicas que hemos descrito. Los primeros filósofos griegos concebían que todo aquello que está dotado de vida está regido por un alma en la que reside el principio que las lleva a nacer, desarrollarse y morir. Este alma es concebida como de naturaleza material, si bien de una materia distinta y más sutil que la que constituye los cuerpos. El planteamiento de estos primeros filósofos es monista: alma y cuerpo no son de naturaleza radicalmente diferente sino manifestaciones distintas de la sustancia única que constituye la totalidad de las cosas (arqué). El alma sigue siendo principio vital pero también la causa de todos los movimientos y cambios que se producen en el ser vivo (nacimiento, crecimiento, etc.).
Sin embargo, al mismo tiempo se introducen en Grecia las ideas religiosas del orfismo, que plantean una concepción dualista del ser humano: el alma que anima el cuerpo es de origen divino y eterna: preexiste al cuerpo, entra dentro de él y lo vivifica y sigue existiendo después de la muerte y la corrupción del cuerpo. El cuerpo es concebido, así, como una suerte de cárcel del alma, y es tarea del ser humano liberar su alma por medio de ritos de purificación. Mientras no alcanza esta purificación, el alma se ve obligada a transmigrar de unos cuerpos a otros.
Estas
ideas fueron acogidas por los filósofos pitagóricos,
quienes vieron en el alma la causa de la armonía de
los constitutivos materiales de las cosas. Si el Cosmos está ordenado
es en virtud de un Alma del Mundo que produce la estructura y la proporción
entre sus partes. También en el ser humano el alma es lo que produce
la armonía del cuerpo (salud, vigor, etc.). Consideraron que toda
armonía es de naturaleza matemática ya que pueden expresarse
por medio de relaciones numéricas cualquier tipo de realidad como
el movimiento de los planetas, las figuras geométricas, las melodías
musicales, etc.
Los pitagóricos, a su vez, ejercieron una importante influencia sobre la concepción filosófica del alma de Platón, para quien alma y cuerpo son de naturaleza totalmente distinta. De hecho, pertenecen a dos mundos distintos y separados: el cuerpo pertenece al Mundo sensible sujeto a cambio y corrupción, mientras el alma pertenece al Mundo divino de las ideas siempre idéntico a sí mismo. También Platón considera al alma como de naturaleza material, si bien de una materia distinta y más pura que la que constituye los cuerpos del mundo sensible: su materia es la misma que la de las ideas. Los griegos no podían considerar algo como realmente existente si no está compuesto de algún tipo de materia.
El
alma es principio de vida y movimiento del cuerpo, pero totalmente independiente
de él; aspira a liberarse del cuerpo para regresar a su origen divino,
para lo cual debe purificarse de su contacto con el Mundo sensible. Esta
liberación no se realiza mediante ritos de purificación como
en el orfismo y el pitagorismo, sino alcanzando la sabiduría. Aparece
así una nueva dimensión del alma como principio de
conocimiento.
En el Mundo de las Ideas, de donde el alma proviene, se contienen los objetos propios del conocimiento racional (ideas) de los que las cosas del Mundo sensible no son sino sombras, reflejos o imágenes. A través del cuerpo el ser humano conoce la multiplicidad cambiante de las cosas particulares por lo que el conocimiento sensible es siempre un conocimiento de rango inferior (opinión). El verdadero conocimiento (ciencia) consiste en la contemplación de las ideas; esto es, los modelos a partir de los cuales han surgido todas las cosas del mundo sensible. Pero este conocimiento no se efectúa con los ojos del cuerpo sino con los ojos del alma. El alma conoció estos modelos ideales cuando estaba separada y contiene dentro de sí este conocimiento, pero al unirse al cuerpo se produce el olvido y es necesaria la aparición sensible de las cosas para que el alma recuerde las ideas.
Platón distingue tres partes del alma con funciones distintas: la parte concupiscible es la sede de los apetitos y deseos, la parte irascible es la sede de las pasiones nobles como el valor y la parte inteligible es la sede de la razón. Las dos primeras partes están ligadas al cuerpo, rigen sus funciones y perecen con él, siendo la parte inteligible la única separable del cuerpo y la que debe guiar y dominar sobre las otras dos, evitando sus excesos, y la que conduce al hombre a alcanzar la sabiduría, en la que radica la verdadera felicidad..
Aristóteles,
discípulo de Platón, enmarca el estudio del alma dentro del
estudio general de los seres vivos. Por primera vez, la psicología
aparece como parte de la fisiología. Todos los seres vivos tienen
en sí un principio vital o alma que regula todas sus funciones vitales.
Aristóteles elimina el dualismo entre Mundo sensible y Mundo inteligible
de Platón, sustituyéndolo por un dualismo entre materia
y forma.
La materia es pura indeterminación (potencia: puede ser esto o aquello) que necesita ser determinada por una forma (acto: determina a esto como esto). Todo lo que existe esta compuesto necesariamente de una materia que adopta una determinada forma. En los seres vivos, el cuerpo es materia y el alma es la forma del cuerpo. No pueden darse el uno sin la otra, pero es en el alma donde residen las funciones vitales y es la causa y el principio de las actividades del cuerpo. El alma no es eterna ya que, estando ligada necesariamente al cuerpo, perece con él.
Aristóteles considera que hay tres tipos distintos de alma, cada uno de los cuales corresponde a una clase de seres vivos: así, las plantas tienen un alma vegetativa, que rige la nutrición, la generación y el crecimiento; los animales tienen un alma sensitiva, que añade a las funciones del alma vegetativa la sensibilidad y el movimiento; por último, el ser humano dispone de alma racional que añade a las anteriores el pensamiento y el razonamiento. Como en Platón, el alma es principio de vida y movimiento y principio de conocimiento.
La noción griega del alma está relacionada con su concepción teleológica del Cosmos, según la cual la materia es eterna e indestructible y todos los cambios que se producen están regidos por una fuerza interior (physis) que hace surgir las cosas, crecer, desarrollarse y reproducirse hacia un fin determinado que es, a su vez, el origen de todas las cosas y de todo movimiento. En Platón este fin último es la Idea de Bien, de la cual han surgido el resto de las ideas, del que las cosas no son sino copias o imágenes y que es la fuente de la que procede la armonía del cosmos. En Aristóteles, el fin último es el Primer Motor, origen de todo movimiento, incluido el que produce la mezcla de los elementos (tierra, aire, agua y fuego) que forman todas las cosas; este Primer Motor es inmóvil y mueve todo lo demás hacia sí mismo a través del deseo sin ejercer ninguna acción, como el objeto de su amor mueve al enamorado.
Mientras en Platón es afirmada expresamente la
inmortalidad del alma, en Aristóteles hay sólo una oscura
mención a la posible eternidad de una Inteligencia Cósmica,
que sería única para todos los seres humanos. Pero no encontramos
ni siquiera en Platón la idea de inmortalidad personal. El alma
se individualiza al encarnarse en un cuerpo pero no tiene carácter
personal. Separadas de los cuerpos todas las almas son iguales (aunque
más o menos puras). Al encarnarse en un nuevo cuerpo adquieren una
nueva individualidad. Aunque el alma sea inmortal el individuo no lo es,
porque el alma está en el individuo pero no le pertenece sino que
es algo ajeno.
Los planteamientos platónicos y aristotélicos llegaron hasta la filosofía medieval cuyos autores trataron de hacerlos compatibles con los dogmas de la religión cristiana y, fundamentalmente, con el dogma de la creación.
Frente a la idea griega de la eternidad del Cosmos, el cristianismo afirma la existencia de un Dios creador de todas las cosas. El alma humana ha sido creada de la nada por Dios y constituye un puente de unión entre lo material y lo divino. En algún momento entre la fecundación y el nacimiento crea Dios el alma individual de cada ser humano. La unión entre el alma y el cuerpo no es así accidental como en Platón sino que adquiere un carácter personal: cada ser humano posee su propia alma que es puramente espiritual, sin nada de materia, y constituye la intimidad misma de la persona.
La
noción de persona distingue al individuo propiamente
humano del resto de los seres individuales. Cada ser humano no es sólo
un individuo sino también una persona porque está dotado
de racionalidad y voluntad libre y autónoma por lo que pueden establecer
entre sí una comunicación personal y ser responsables de
sus actos.
Desde esta perspectiva, el alma humana sigue siendo vida, pero una vida superior a la meramente biológica. Es un conjunto de experiencias que engloba la subjetividad, la personalidad, la conciencia de sí y la trascendencia. Es la persona entera, el compuesto de alma y cuerpo, no sólo el alma, la que alcanza la inmortalidad, ya que mediante la contemplación de Dios, el cuerpo material puede transformarse en "cuerpo glorioso".
Los filósofos medievales distinguen tres funciones del alma: memoria, entendimiento y voluntad: cada persona tiene sus propias experiencias, sus propios pensamientos y razonamientos y toma libremente sus propias decisiones.