PANORAMA DEL
PENSAMIENTO ESPAÑOL EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX
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Miguel Angel de la Cruz Vives
Catedrático de Filosofía
I.E.S. Arquitecto Peridis
Leganés (Madrid)
|
última actualización: 1-2-2002
© Miguel Angel de la Cruz Vives, 1999
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El siglo XIX es un siglo turbulento en lo social y en lo
político y, por añadidura, en el plano del pensamiento. A lo
largo de todo el siglo se va a entablar una dura batalla en todos los órdenes
entre las fuerzas que querían modernizar el país y los que
querían mantenerlo firme en sus añejas raíces. No éramos
en esto los españoles diferentes al resto de los europeos, también
escindidos entre las fuerzas progresistas y las tradicionalistas. La diferencia
estriba más bien en la correlación de fuerzas entre ambas tendencias,
pues mientras Francia o Inglaterra contaban ya con una burguesía firmemente
asentada y puestas las bases de la revolución industrial, en España
una burguesía débil fue desarrollándose a duras penas,
abriéndose camino en un ambiente reaccionario, viendo frustradas sus
esperanzas en un país casi analfabeto, apenas industrializado, en
plena decadencia económica y social, que soñaba en un Imperio
del que sólo quedaban los jirones.
La España del siglo XIX es el crisol en el que se
formó la España del siglo XX, cuyo primer tercio es la prolongación
y el estallido dramático de las fuerzas que fueran acumulándose
durante tanto tiempo.
El intelectual español es un testigo espantado de
los males de su patria: se siente como una planta trasplantada a tierra estéril
que impide su crecimiento y desarrollo. Ve, impotente, la caída en
el abismo, trata de respirar en un ambiente enrarecido, asomar la cabeza
sobre la mediocridad, la incultura, la intolerancia, el despotismo y el inmovilismo.
En 1833, Mariano José de Larra escribía en
El pobrecito hablador:
Yo, pobrecito de mí, yo Bachiller, yo batueco,
y natural por consiguiente de este inculto país, cuya rusticidad pasa
por proverbio de boca en boca, de región en región, yo hablador,
y careciendo de toda persona dotada de chispa de razón con quien poder
dilucidar y ventilar las cuestiones que a mi embotado entendimiento se le
ofrecen y le embarazan, y tú cortesano y discreto!!! ¡Qué
de motivos, querido Andrés, para escribirte!Ahí van, pues,
esas mis incultas ideas, tales cuales son, mal o bien compaginadas, y derramándose
a borbotones, como agua de cántaro mal tapado. "¿No se lee en
este país porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee?"
Esa breve dudilla se me ofrece por hoy, y nada más.
Terrible y triste cosa me parece escribir lo que no ha de ser leído;
empero más ardua empresa se me figura a mí, inocente que soy,
leer lo que no se ha escrito.
Y más adelante:
Mira aquél librero ricachón que cerca
de tu casa tienes. Llégate a él y dile: ¿Por qué
no emprende usted alguna obra de importancia?
)Por qué no paga bien a los literatos para que le vendan sus
manuscritos? -¡Ay, señor! te responderá. Ni hay literatos,
ni manuscritos, ni quien los lea: no nos traen sino folletitos y novelicas
de ciento al cuarto: luego tienen una vanidad y se dejan pedir. No señor,
no. -¿Pero no se vende? -¿Vender? Ni un libro: ni regalados
los quiere nadie; llena tengo la casa... Si fueran billetes para la ópera
o los toros...
[1]
Estas palabras de Fígaro podían ser suscritas
por Clarín, cincuenta años más tarde, mientras escribía
La Regenta.
Cincuenta años, medio siglo, y el mismo absurdo:
¿Para qué escribir en un país de analfabetos?
La enseñanza
La situación de la enseñanza en España
a lo largo del siglo XIX no es ajena a este panorama desolador. El control
que la Iglesia ejerce sobre la cultura y la educación, pese a los esfuerzos
por eliminar o limitar el mismo por parte de los liberales, se mantiene durante
todo el siglo. Aunque se producen varios intentos de reforma educativa, la
alianza de la Iglesia con los sectores conservadores e integristas vinieron
a frenar las aspiraciones de la burguesía a una enseñanza laica,
que sirviera de cauce para llevar al Estado su ideología progresista
y democrática.
Desde la caída del absolutismo, hombres como
Manuel José Quintana
,
Pablo Montesino
o
Antonio Gil y Zárate
van a intentar dar un giro a la política educativa. Pablo Montesino
inspiró, en 1834, una instrucción para el régimen y
gobierno de las escuelas primarias y se dedicó a la creación
de escuelas siguiendo el método Pestalozzi en Guadalajara, Alcoy y
Madrid. Quintana y Montesino son los inspiradores de la creación de
las primeras escuelas normales, la primera de las cuales se inaugura en Madrid
en 1839.
A Gil y Zárate, con quien colaboran Quintana y José de la Revilla
se debe el plan de 1845, que intenta la absorción, regulación
y dirección de la enseñanza por parte del Estado
[2]
, mediante una reglamentación tan estricta
de la enseñanza media y universitaria que no logra convencer ni a
tirios ni a troyanos: para los liberales y los radicales de izquierda el
plan supone un control excesivo del Estado y una limitación de la
libertad de pensamiento, para los clericales, estas medidas favorecían
la secularización de la enseñanza. El plan de 1845 nacía,
pues, herido de muerte.
Tras un breve período de secularización,
la firma del Concordato con la Santa Sede en 1851 devuelve la enseñanza
al dominio eclesiástico. La Iglesia asume la función de vigilante
de la ortodoxia en todos los niveles de la educación, como pone de
manifiesto el artículo 31
del Concordato:
...Su Majestad y su real gobierno dispensarán
asimismo su poderoso patrocinio y apoyo a los obispos en los casos que lo
pidan, principalmente cuando hayan de oponerse a la malignidad de los hombres
que intenten pervertir los ánimos de los fieles y corromper sus costumbres,
o cuando hubiera de impedirse la publicación, introducción o
circulación de libros malos o prohibidos.
El Reglamento publicado el 10 de septiembre de 1852 supone
la inutilización del plan de estudios de 1845. Uno de sus inspiradores,
José de la Revilla, publica en 1854 un folleto titulado Breve
reseña del estado presente de la Instrucción pública
en España con especial atención a los estudios de filosofía
, cuya lectura proporciona un panorama estremecedor de la situación
intelectual de España a mediados del siglo:
En España estamos experimentando cuarenta y
seis años ha, las tristes consecuencias de esa vacilación e
inestabilidad de ideas, efecto necesario de la falta de un centro común
de intereses que pueda producirles fijos y estables. Búscase a ciegas
la pública felicidad, y cada cual juzga hallarla concretada a una organización
de la sociedad en abstracto, contemplándola por el prisma de una teoría
gratuita, que no tiene cimiento seguro ni en el interés individual,
ni en el común y positivo de todas las clases del Estado... Cuando
en España se lleguen a crear intereses nacionales, esto es, cuando
tengamos extenso comercio marítimo, bonancible y creciente la industria
y el tráfico, más extensa y próspera la agricultura;
en suma, cuando seamos una nación respetable, y nuestra espada pese
en la balanza de los destinos de Europa, entonces tendremos ideas propias
y fijas; entonces no tocaremos en sistemas absurdos; entonces no iremos a
buscar estos y aquellos en los libros franceses
[3]
.
Además, sé muy bien, que las palabras
civilización y filosofía están borradas de algunos diccionarios
privados, sea cual fuere la acepción en que se tomen; así como
conozco igualmente las luchas sostenidas muchos años há entre
los defensores de la ciencia y la prudente libertad del pensamiento, y los
que en una y otra encuentran obstáculos invencibles a sus ideas de
dominación universal
[4]
.
Revilla denuncia cómo los estudios filosóficos
eran mirados con recelo en todas las universidades y como los profesores carecían
de los medios materiales necesarios:
Era tan extremado el abandono que reinaba todavía
en la mayor parte de nuestras universidades al publicarse el plan de estudios
de 1845, que en muy pocas se conocían los aparatos y máquinas
para el estudio de la física experimental, mucho menos para el de
las ciencias naturales. Basta decir, que habiéndose pedido a todas
ellas los inventarios de los gabinetes existentes, resultó que una
de dichas escuelas contaba por único objeto un barómetro, que
por cierto no era de su propiedad; en otra existe todavía guardada
una máquina eléctrica de madera, ejecutada por el Catedrático
de la asignatura para que sus discípulos formasen alguna idea del movimiento
y funciones de otra verdadera
[5]
.
Digámoslo de una vez, y no se me acuse por exponer
ingenua y francamente la verdad: el mal gravísimo que nos aqueja no
es otro que el carecer de conciencia propia en lo que pensamos o tratamos
de ejecutar; porque faltos de extensa y verdadera ilustración, demasiado
apegados a estériles discusiones teóricas, merced a la calidad
de los estudios metafísicos que han formado nuestra educación,
y casuistas políticos antes que hombres de estado, damos rienda suelta
a la dialéctica por el vasto campo de las ideas abstractas, y perdemos
de vista las concretas y demostrables, que son las positivas, y sobre las
cuales fundan las demás naciones su poder y engrandecimiento
[6]
.
Posteriormente, Revilla se refiere al Concordato con la
Santa Sede, publicado por Real Decreto de 17 de octubre de 1851, considerando
que las consecuencias de su aplicación en el campo de la instrucción
pública tendrá nefastas consecuencias:
...la primera, que por el Concordato quedan menoscabados
los derechos y prerrogativas del poder temporal; la segunda, que el progreso
de la instrucción civil no sólo será detenido en su
marcha, sino que también se verá reducida la enseñanza,
principalmente la científica, al mismo lamentable estado de postración
en que todavía la hemos conocido hasta el promedio del presente siglo
[7]
.
Revilla considera después de analizar el contenido
del Concordato, que su aplicación supone dejar en manos de la Iglesia
la instrucción pública:
No está lejos el día en que, siguiendo
el sendero por donde hemos entrado desde el año 1851, suceda lo que
presiento. Y ¡ay de nosotros y de la futura grandeza de España!
desaparecerán cuantas esperanzas nos hizo concebir la revolución
de ideas regeneradoras del siglo presente, y seremos espectadores pasivos
del engrandecimiento de las demás naciones, mientras todo lo esperaremos
de la fecunda semilla de los seminarios, solamente útiles, si bien
se organizan, para producir excelentes pastores del rebaño de J.C.
Entonces el clero se hará dueño de la
enseñanza; y no debemos perder de vista, que quien de ella se apodere
se hará igualmente dueño del Estado, como muy oportunamente
ha dicho, no hace mucho tiempo, una persona ilustrada, rector de la primera
de nuestras universidades [se refiere al Marqués de Morante]
[8]
.
Los temores de Revilla no eran infundados. La Ley de Instrucción
Pública de 1857, siendo ministro de Fomento
Claudio Moyano
, y que se mantendrá en vigor más de cien años, supone
la legitimación del intervencionismo eclesiástico iniciado
en 1851
[9]
.
A partir de este momento, los intentos de reforma no van
a provenir de la Administración sino de algunos grupos de ilustrados
que van a intentar influir por los resquicios que deja el sistema. Las universidades
eran las menos afectadas por el intervencionismo estatal y tenían
un funcionamiento de algún modo autónomo. En ellas desarrollaron
su acción, mientras les fue permitido, los profesores más progresistas:
krausistas, republicanos, federalistas y socialistas encontraron en ellas
un cauce para plantear sus alternativas frente a la ciencia oficial:
La universidad centralizada se convirtió en
un instrumento excelente para propagar ideologías que contradecían
los intereses moderados; por eso, cuando cayeron en la cuenta del error,
aplicaron, consecuentemente con sus planteamientos, el estatuto del funcionariado
a los catedráticos de modo que impidieron a éstos la posibilidad
de contradecir la ideología oficial del Estado que los sustentaba,
acabando con la libertad de cátedra
[10]
.
Finalmente, en 1868, en vísperas de la revolución,
el marqués de Orovio
, ministro de Fomento a la sazón, expulsó de sus cátedras
a los profesores más progresistas:
Sanz del Río
, Emilio Castelar
, Nicolás Salmerón
, Francisco Giner de los Ríos
...
Desde los primeros momentos la "cuestión pedagógica"
va a estar en vanguardia de las preocupaciones de los revolucionarios de 1868.
Se revocan las destituciones de catedráticos decretadas por Orovio
y la Ley Catalina, de contenido retrógrado e irracional, no llega
a entrar en vigor; se declara libre el ejercicio de la enseñanza en
todos los niveles educativos, se suprimen las asignaturas de Doctrina Cristiana,
Historia Sagrada, Religión, Moral Cristiana, etc.; desaparece la Teología
como facultad universitaria, se vuelve a expulsar a los jesuitas y a las
órdenes religiosas establecidas en España desde 1837, se suprime
la subvención a los seminarios conciliares... La reforma educativa
aparece como la premisa de la regeneración de España:
La etapa que media entre 1868 y 1874 va a sentar
un precedente en cuanto a la alianza entre intelectuales y políticos,
entre pedagogía y sociedad. La burguesía progresiva que protagoniza
la política de estos años se ve claramente capaz de realizar
sus ideales prescindiendo de sus viejos aliados, los terratenientes y el gran
capital y del mismo proletariado naciente en España. De hecho, la
nueva sociedad se considera como realización del espíritu positivo,
como sociedad capaz de ordenarse y ajustarse de un modo "científico".
Es evidente que el papel que en estos planteamientos se otorga a la pedagogía
es fundamental. La ciencia, que de un modo sistemático había
entrado en España al tiempo que en Europa a través de Rousseau,
Pestalozzi, Lancaster, Bell y Froebel, habría de erigirse, para la
minoría de los reformadores que, conscientes de las necesidades y
los problemas del país, en un instrumento político de reforma
de primer orden.
Con la pedagogía "podía" solucionarse
el problema global de España. En definitiva, todo era cuestión
de educación, de planificación y proyectos educativos. La "pedagogía"
permitía a una minoría consciente e ilustrada reformar la sociedad,
acabar con su retraso y, en definitiva, colocar a la sociedad española
a la altura de las más adelantadas y cultas a través de la
acción educativa. Los años que siguen a la revolución
y luego, durante la monarquía restauradora, en el seno de las capas
medias marginadas del poder, se caracterizan por la prioridad de esta utopía,
de esta convicción que de algún modo va a impregnar al resto
de los sectores no burgueses interesados en el dominio político de
la sociedad
[11]
.
En el punto de una reforma de la educación que permitiera
la extensión de la misma a todas las capas de la población
convergían los intereses de la burguesía liberal y del proletariado,
a pesar de los diferentes objetivos que unos y otros planteaban a tal reforma.
Para la burguesía liberal era imprescindible la extensión de
la enseñanza para combatir el irracionalismo religioso y el poder institucional
de la Iglesia sobre el aparato escolar y poder educar a las masas en su ideología
progresista, en primer lugar; en segundo lugar, la progresiva tecnificación
de los procesos productivos exigía una mínima cualificación
de la fuerza de trabajo; y, por último, los partidos progresistas
consideraban que una relativa participación de los trabajadores en
la cultura favorecería el apoyo y la aceptación del pueblo
a sus promesas de reforma y a sus proyectos políticos.
El proletariado, por su parte, veía en la educación
un camino de emancipación y de afirmación como clase y un posible
instrumento de lucha ideológica contra el sistema capitalista. Así
se desprende de la declaración del Congreso de la Internacional de
Bruselas:
Ante la instrucción suministrada por las secciones
desaparecerá otro de los manantiales de miseria, la ignorancia. No
se trata de esa clase de instrucción reclamada a voz en grito por
nuestros doctrinarios; si no de aquella que tiende directamente a formar
hombres dignos; y como para ser tal es preciso ser trabajador e instruido
a un tiempo, por ello es que los obreros reunidos en el Congreso de Bruselas
en septiembre de 1868 reclamaron la instrucción integral que comprende
a la vez la ciencia y el aprendizaje industrial. Más esa instrucción
no pueden hoy proporcionarla las secciones a causa de los estorbos materiales
que a ello se oponen, y de aquí la necesidad de suplirla en cuanto
cabe con la organización de meetings, conferencias y fundación
de periódicos destinados a enseñar a los obreros los derechos
del hombre y el camino de su reivindicación, destinados, en una palabra,
a reunir los materiales para el edificio de la sociedad futura
[12]
.
En cualquier caso, el período progresista va a terminar
sin que se produzca una autentica reforma educativa. El ambicioso proyecto
de escolarización se vio abortado por la falta de presupuesto. La
ley sobre libertad de enseñanza trataba de paliar la impotencia estatal
facilitando la expansión de la escuela privada, pero al estar ésta
en manos de la Iglesia y de los sectores más integristas del país,
no fue sino un obstáculo para los proyectos de la burguesía
liberal. La debilidad política de las fuerzas en el poder y el pronto
advenimiento de la Restauración conservadora que acabó con
la Primera República, devolvió a la Iglesia y a los sectores
integristas la dirección de los aspectos educativos a través
de su renovada influencia sobre el Estado.
De nuevo vemos aparecer a Orovio al frente de la enseñanza,
dispuesto a continuar la obra que le había interrumpido la revolución.
El Real Decreto de 25 de febrero de 1875 obligaba a los profesores a presentar
a la autoridad competente sus planes de estudio y libros de texto, violando
el principio de libertad de enseñanza, tan celosamente defendido por
los krausistas. El propio Orovio dirigió a los rectores de las universidades
una circular en la que decía:
Que vigile V.S. con el mayor cuidado para que en los
establecimientos que dependen de su autoridad no se enseñe nada contrario
al dogma católico ni a la sana moral, procurando que los profesores
se atengan estrictamente a la explicación de las asignaturas que les
están confiadas, sin extraviar el espíritu dócil de
la juventud por sendas que conduzcan a funestos errores sociales...
...Por ningún concepto tolere que en los establecimientos
dependientes de ese Rectorado se explique nada que ataque, directa n indirectamente,
a la monarquía constitucional ni al régimen político,
casi unánimemente aprobado por el país...
Si, desdichadamente, V.S. tuviera noticia de que alguno
no reconoce el régimen establecido o explicara contra él, proceda
sin ningún género de consideración a la formación
del expediente oportuno
[13]
.
La reacción no se hace esperar: el 5 de marzo los
catedráticos de Santiago, Augusto González de Linares y Laureano
Calderón, profesores de Historia Natural y Farmacia respectivamente,
se niegan a aceptar el Decreto y el gobierno les separa de sus cargos. Ante
este atropello, Castelar renuncia de su cátedra el 19 de marzo y Giner
de los Rios el 25. Sucesivamente fueron abandonando la Universidad Salmerón,
Gumersindo de Azcárate
, Montero Rios
, Figuerola, Moret
y muchos otros. Los catedráticos de la Universidad Central firman
una carta colectiva de protesta que llevó a la cárcel o al
destierro a muchos de los firmantes.
A finales de 1875 la situación intelectual provocada
por estos sucesos es realmente desoladora como manifiestan estas líneas
de
Manuel de la Revilla
:
Aquí... la actividad intelectual apenas se manifiesta...
En Madrid sólo se halla vida intelectual en el Ateneo, en la Academia
de Jurisprudencia y en la Sociedad Española de Historia Natural...
Años hace que un varón insigne... trajo a España el
espíritu de la filosofía germánica y dio nueva vida
a nuestro pensamiento... Focos de ese movimiento [el krausismo] fueron la
Universidad y el Ateneo de Madrid; ya no es la primera por causas que no
son de este lugar, pero en el segundo se conserva todavía la tradición
filosófica de los últimos años...La vida política
en España y la vida del Ateneo están en razón
inversa
[14]
.
El gobierno de Cánovas devolvió a la Iglesia
los bienes que le habían sido incautados, restableció las asignaciones
anteriores al paréntesis revolucionario y anunció la protección
del Estado al culto y al clero. Derogó la ley de matrimonio civil de
1870, aunque autorizó al no católico para contraerlo e hizo
obligatoria la inscripción del matrimonio canónico en el Registro
Civil. Determinados periódicos de la oposición, entre ellos
El Imperial, La Iberia, La Igualdad y El Pueblo, fueron suspendidos gubernativamente.
Los jefes y oficiales que habían sido eliminados del Ejército
durante el período revolucionario fueron reingresados. Toda la obra
de la Primera República quedó de este modo desmantelada.
En la primavera de 1876 se suaviza la actitud oficial respecto
a los políticos e intelectuales implicados en los acontecimientos revolucionarios.
Los krausistas salen de la cárcel y vuelven del destierro. Desde este
momento se empieza a trabajar en un nuevo proyecto de amplias repercusiones:
la Institución Libre de Enseñanza, que, amparada en el reconocimiento
de la libertad de enseñanza de la Constitución de 1876, iba
a iniciar sus actividades el 29 de octubre de ese mismo año, bajo
la presidencia de Giner de los Ríos.
En la Institución Libre de Enseñanza no profesan
solamente la plana mayor del krausismo sino también positivistas,
especialistas en diversas disciplinas y personalidades académicas
como Joaquín Costa que no estaban vinculados al krausismo estricto.
El proyecto inicial era el de fundar una universidad libre que impartiera
una educación no dogmática inspirada en los métodos
europeos más avanzados. Su finalidad era formar elites que impulsaran
el progreso y la modernización del país. Fracasó el
intento de constituirse en universidad y la Institución, sin perder
su carácter elitista, se dedicó a la enseñanza primaria
y media.
La Institución Libre de Enseñanza introdujo
la moderna pedagogía racionalista, laica y humanista, siguiendo fundamentalmente
el modelo anglosajón. Supuso un nuevo estilo en la relación
entre maestros y alumnos y un interés desconocido en el país
por la renovación didáctica.
Pero la Institución Libre de Enseñanza, que
tan hondas repercusiones había de tener en los primeros tiempos de
la Restauración era un pequeño islote enclavado en un mar dominado
totalmente por la enseñanza de corte clerical y reaccionario. Los
auténticos beneficiarios de la libertad de enseñanza fueron
la Iglesia y las órdenes religiosas que ejercerían una considerable
influencia sobre la sociedad y la política a través del adoctrinamiento
de la juventud.
Después de tales crisis, la situación universitaria
estaba lejos de haber mejorado. Las periódicas limitaciones de la libertad
de cátedra, la separación de los profesores de la universidad,
el control de la enseñanza y la falta de puesta al día en el
terreno humanístico, filosófico y científico-técnico
habían acabado por sumirla en la rutina y la impotencia. La vuelta,
en 1881, de los catedráticos expedientados no sirvió de mucho
ya que la mayor parte de ellos estaban volcados en proyectos extrauniversitarios.
Sin embargo, la aceptación del principio de libertad de cátedra
y la reintegración a la Universidad de los profesores destituidos,
supone un cambio en la orientación de la Institución Libre de
Enseñanza que, después de un primer período muy combativo,
va a adoptar a partir de entonces una línea posibilista, tratando
de reformar el sistema educativo desde dentro, centrándose sobre todo
en la renovación pedagógica.
Estamos en vísperas de un nuevo período de
la historia de España: en 1879 se ha constituido el Partido Socialista
Democrático Obrero de España, después P.S.O.E.; en 1881,
disuelta la Federación Regional Española de la Internacional,
que había subsistido en la clandestinidad, surge a la legalidad la
nueva Federación de Trabajadores de la Región Española
de corte bakuninista; en 1883 se recuperan los derechos de reunión
y expresión; en 1887, la Ley de Asociaciones permite el ejercicio del
derecho a libre sindicación: la España del siglo XX empieza
a apuntar a lo largo del dilatado período de la Restauración
y del sistema de alternancia en el poder entre Cánovas y Sagasta: la
burguesía y el proletariado se constituyen y enfrentan paulatinamente.
De la confluencia entre el krausismo y el socialismo -precisamente en el terreno
de la educación- hablaremos al final del siguiente capítulo.
Las distintas corrientes
del pensamiento
Durante estos años llegan a España reflejos,
casi siempre tardíos, del pensamiento europeo. La primera parte del
siglo XIX, como ya había ocurrido en el XVIII, es fundamentalmente
el pensamiento francés el que encuentra mayor eco en los intelectuales;
en la segunda mitad del siglo, será la filosofía alemana la
que atraviese la frontera para combatir en nuestro suelo con la francesa.
Continúa la tradición de los médicos filósofos
que se remonta al Renacimiento: Letamendi
, Hernández Morejón, Vendrell y Pedralbes.
Cubí y Soler
introduce la ciencia de moda en toda Europa: la frenología. García
Luna introduce el espiritualismo ecléctico de Victor Cousin. El sensismo
inglés también tiene a sus representantes en
Martí de Eixalá
y Llorens y Barba
.
Frente a estos intentos de acercamiento a las corrientes
filosóficas que circulan por Europa, en España sigue predominando
el pensamiento católico que tiene en Balmes y en Donoso Cortés
sus más firmes representantes.
El tradicionalismo
y la polémica sobre la tolerancia
Jaime Balmes
será uno de los impulsores del resurgir escolástico en la
segunda mitad del siglo XIX, ejerciendo singular influencia sobre el cardenal
Mercier, fundador de la Escuela de Lovaina que propiciaría el florecimiento
del neoescolasticismo y neotomismo contemporáneos. La obra de Balmes,
influenciada por el espiritualismo francés, es un exponente de la reacción
del pensamiento católico frente al empuje de las corrientes laicas
del pensamiento moderno: el empirismo inglés, el kantismo y el idealismo
alemán, especialmente el hegeliano.
El otro gran representante del pensamiento católico
español es Juan Donoso Cortés
, más orador y polemista que propiamente filósofo, el cual,
después de un período de acercamiento al pensamiento liberal,
se convertiría, a raíz de los acontecimientos revolucionarios
europeos de 1848, en el abanderado de la reacción más extrema.
Sus tesis son las del tradicionalismo francés o "ultramontanismo",
encabezado en Francia por Luis de Bonald y Joseph de Maistre: la verdad está
fundada exclusivamente en la revelación, de la cual es depositaria
la Iglesia Católica, cuya misión histórica consiste
en transmitir esta verdad. En base a estas premisas, todo el orden social
debe someterse a la autoridad de la Iglesia.
Para caracterizar la actitud del pensamiento católico
oficial frente al liberalismo y el incipiente socialismo, resulta interesante
recordar la polémica sobre la tolerancia mantenida por Balmes frente
a Guizot.
El siglo XVIII había sido escenario de múltiples
discusiones sobre la tolerancia. Voltaire, John Stuart Mill y Jeremy Bentham
encabezaron el grupo de pensadores que defendieron la necesidad de la tolerancia,
sobre todo en materia religiosa, considerando que la intolerancia ahoga el
progreso de las ciencias. Frente a ellos, los tradicionalistas sostuvieron
la necesidad de la intolerancia para evitar la difusión de los errores
que la tolerancia propagaría.
En 1828, Guizot publicó en París su Historia
de la civilización en Europa
[15]
, en la que afirmaba que la tolerancia, en tanto
que punto medio entre el despotismo y la anarquía, constituyó
uno de los motores de la civilización europea, en tanto que las sociedades
intolerantes sufren un estancamiento que impide el progreso. Guizot considera
que el cristianismo mismo es impensable sin la noción de tolerancia,
por lo que las frecuentes reacciones de intolerancia de la Iglesia se alejan
del propio mensaje cristiano.
Jaime Balmes sería el primero en oponerse a la tesis
de Guizot, asociando la noción de tolerancia con la idea del mal
[16]
:
Tolerancia: ¿qué significa esa palabra?
Propiamente hablando significa el sufrimiento de una cosa que se conceptúa
mala, pero que se cree conveniente dejarla sin castigo. Así se toleran
cierta clase de escándalos, se toleran las mujeres públicas,
se toleran estos o aquellos abusos; de manera que la idea de tolerancia anda
siempre acompañada de la idea del mal. Tolerar lo bueno, tolerar la
virtud, serían expresiones monstruosas. Cuando la tolerancia es en
el orden de las ideas supone también un mal entendimiento: el error.
Nadie dirá jamás que tolera la verdad.
Para Balmes es imposible la tolerancia universal propugnada
por los ilustrados del siglo XVIII. Tal tolerancia universal equivale a negar
la existencia de la verdad y, por tanto, equiparar las simples opiniones a
verdades. Por el contrario, la intolerancia es un derecho de todo poder público
para defender "las altas verdades sin las cuales no puede sostenerse
la sociedad y cuya desaparición dejaría al mundo entregado
a la fuerza y, por consiguiente, a la arbitrariedad y a la tiranía"
. De este modo, justifica Balmes, la persecución por parte de
la Iglesia de todo tipo de heterodoxias.
Más radical que Balmes se manifiesta Donoso Cortés
cuando aborda la cuestión
[17]
. Expone, con su elocuencia característica,
las tesis tradicionalistas habituales: la Iglesia como depositaria de la
verdad ("faro luminoso puesto en escollo eminente"
[18]
), la infalibilidad del Papa ("Cuando sus
pontífices hablan a la tierra, su palabra infalible ha sido escrita
ya por el mismo Dios en el cielo"
[19]
) y la misión histórica de la Iglesia
("Bajo su Imperio fecundísimo han florecido las ciencias, se
han purificado las costumbres, se han perfeccionado las leyes, y han crecido
con rica y espontánea vegetación todas las grandes instituciones
domésticas, políticas y sociales"
[20]
) antes de entrar de lleno en el tema de la tolerancia,
llevando al extremo los planteamientos de Balmes. La Iglesia, depósito
de la verdad eterna, no puede ser tolerante con el error. La libertad es
siempre relativa a la verdad, fuera de ella no puede haber ni libertad ni
tolerancia:
No hay verdad que la Iglesia no haya proclamado, ni
error a que no haya dicho anatema. La libertad, en la verdad, ha sido para
ella santa; y en el error, como el error mismo, abominable; a sus ojos el
error nace sin derechos y vive sin derechos, y por esta razón ha ido
a buscarle y a perseguirle, y a extirparle en lo más recóndito
del entendimiento humano.
[21]
A continuación combate el principio de la libertad
de discusión que es, a su juicio inadmisible puesto que, siendo falible
la naturaleza humana, jamás podrá alcanzarse la verdad por
esta vía. La verdad no se haya, pues, en ningún hombre en particular
sino sólo en el seno de la Iglesia Católica:
Síguese de aquí que solo la Iglesia tiene
el derecho de afirmar y de negar, y que no hay derecho fuera de ella para
afirmar lo que ella niega, para negar lo que ella afirma
[22]
.
Si la civilización y el progreso han sido posibles,
es gracias a la intolerancia de la Iglesia:
La intolerancia doctrinal de la Iglesia ha salvado
al mundo del caos
[23]
.
El krausismo
Católicos también, pero en las antípodas
del pensamiento ortodoxo, son los krausistas.
El introductor del racionalismo armónico en España
fue Julián Sanz del Río, quien en 1843 es nombrado profesor
interino de filosofía de la Universidad Central de Madrid, bajo la
condición expresa de perfeccionar sus conocimientos en Alemania. Sanz
del Río inició su periplo en París, luego Bruselas -donde
conocería a Ahrens, quien le despertó el interés por
la filosofía de Krause- y, por último, se instala en Heidelberg,
dedicándose de lleno al estudio de las ideas de tal autor.
A su vuelta a España, pasará diez años
aislado del mundo, perfeccionando y sistematizando las ideas y, por fin, en
1854 se incorpora a la Universidad, siendo la lección inaugural del
curso 1857-1858 el punto de entronque con los discípulos destinados
a prolongar su obra: Fernando de Castro
, Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, etc.
La filosofía europea del momento estaba iluminada
por dos estrellas: el idealismo hegeliano y el positivismo comtiano. Una y
otra disciplina son desconocidas en España. Sanz del Río ha
trabado conocimiento de ambas en su aventura europea, pero no son los sistemas
de Kant, Fichte, Schelling, Hegel o Comte los que han prendido en su espíritu
sino el de un oscuro epígono de Kant que, salvo en España,
no prendió en ninguna parte.
Sanz del Río encontró en Krause lo que ninguno
de los otros le ofrecía a un espíritu inquieto como el suyo,
profundamente católico, que trata de conciliar la religión con
la ciencia. El racionalismo armónico y el panenteísmo krausista
apareció como una luminaria en este sentido.
Difícil es resumir en breves líneas el pensamiento
abstruso y complicado de Krause
[24]
por lo que nos limitaremos, por vía de
ejemplo, a uno de los extremos más sugestivos de la misma: el panenteísmo,
con el que Krause trata de huir del panteísmo en el que caen Schelling
o Spinoza , y que puede resumirse en la siguiente fórmula: El mundo
no está en Dios, ni tampoco es Dios mismo, sino que es en Dios y mediante
Dios.
Tan complicada formulación parece significar:
a) que el mundo no agota, ni siquiera contiene la total
esencia de Dios;
b) que el mundo ocupa, en relación con Dios, un
lugar subordinado pero no independiente, o dicho de otra manera, que Dios
libremente piensa, siente y quiere el mundo, que Dios pone el mundo como un
momento de la esencia divina;
c) que lo que llamamos mundo es el conjunto de manifestaciones
de la esencia divina en el tiempo y el espacio; y
d) que el conocimiento del mundo es el conocimiento de
la divina esencia y sus manifestaciones
[25]
.
La concepción de Dios como un ser esencial infinito,
capaz de abarcar elementos diversos y contrarios enlaza con las preocupaciones
de Sanz del Río y, sobre todo, su idea de la unidad del Espíritu
y de la Naturaleza en la Humanidad:
Importante en el pensamiento de Krause es la idea de
la unidad del Espíritu y la Naturaleza en la Humanidad. Esta se compone
de un conjunto de seres que se influyen mutuamente y que se vinculan a Dios,
unidad suprema. Las formas de la Humanidad, y principalmente los distintos
períodos históricos por los cuales ésta ha pasado, son
diferentes grados de ascensión hacia Dios, que encuentra su punto
culminante en la "Humanidad racional", en la pura gravitación hacia
el supremo Bien
[26]
.
Uno de los aspectos de mayor importancia de la recepción
del pensamiento de Krause en España es la aplicación de su doctrina
metafísica al campo de la ética y de la filosofía del
Derecho. Contrario a la teoría absolutista del Estado sustentada por
Hegel, Krause se inclina a favor de lo que denomina asociaciones de finalidad
universal, como la familia o la nación, frente a otras asociaciones,
como la Iglesia o el Estado, que no son sino el instrumento para la realización
de la moral y el Derecho. El verdadero fundamento de la moralidad se encuentra
en las primeras:
...el Ideal de la Humanidad no es el dominio de un
Estado sobre los otros, sino la federación de las asociaciones universales
sin sacrificio de su peculiaridad. De este modo se llega, por una serie de
gradaciones en el proceso federativo, a una federación mundial, al
ideal de una Humanidad unida que proporcione a cada uno de sus miembros la
participación en la razón suprema y en el Bien
[27]
.
Ahora bien, el krausismo español no se limita a parafrasear
a Krause, cuyas ideas el propio Sanz del Río va a reelaborar libremente.
López-Morillas ha puesto de manifiesto las modificaciones que introduce
Sanz del Río en su adaptación de Urbild der Menschheit
(1811), titulado en castellano Ideal de la Humanidad para la vida
(1860):
La adaptación es muy libre y el plan que sigue
Sanz del Río difiere bastante del de la obra de Krause. En algunas
secciones la aportación de Sanz del Río es tan considerable
que el Ideal ha sido tenido por muchos krausistas como trabajo original del
profesor español. Giner dice que en la obra "apenas hay de Krause
más que la libre inspiración del pensamiento"
[28]
.
El krausismo español adquirirá vida propia,
adaptándose a las necesidades intelectuales de sus protagonistas y
es, sobre todo, el impulso profundamente religioso que lo anima, así
como el intento de conciliación del mismo con el avance científico,
lo que les hace tomar a Krause como mentor, pero al que utilizan libremente,
tirando la escalera una vez que han subido por ella.
Pero la importancia del krausismo no radica en su sistema
filosófico más o menos trasnochado, sino en el revulsivo que
supone en la sociedad española que se encuentra ahogada por un pensamiento
oficial integrista, impuesto por decreto desde las cátedras. El krausismo
va a conmover los cimientos de la filosofía, el derecho, la historia,
la pedagogía, la religión y las ciencias sociales al uso.
La Institución Libre de Enseñanza, el máximo
logro del krausismo, es anterior a otros movimientos pedagógicos que
alcanzaron gran difusión en el extranjero: las escuelas de Parker,
Dalton y Putney en Estados Unidos; las escuelas experimentales de la Telegraph
House, fundadas por Bertrand Russell; las escuelas Montessori en Italia. El
krausismo siembra la semilla de los mejores logros intelectuales de la España
del primer tercio del siglo XX y todavía se encuentran huellas de
su paso en intelectuales contemporáneos como Aranguren y Tierno Galván.
La profunda religiosidad de los krausistas choca una y
otra vez con el tradicionalismo y el integrismo de la Iglesia oficial. El
problema religioso es, quizá, una de las claves para entender las
peculiaridades del movimiento krausista.
En diciembre de 1864 se publica la encíclica del
papa Pio IX Quanta cura, a la que acompaña una lista
de ochenta proposiciones titulada Syllabus complectens praecip nostrae
aetatis errores en la que se condenan el librepensamiento, el agnosticismo,
el materialismo, el nacionalismo, el anticlericalismo, el regalismo, el liberalismo
y la masonería. La publicación del Syllabus tuvo
honda repercusión en todo el orbe católico y, fundamentalmente,
entre los católicos que militaban en el liberalismo.
El catolicismo liberal, encabezado por Lammenais, Lacordaire
y Montalembert, bajo el lema de Una Iglesia libre en un Estado libre
, se oponía a la intervención eclesiástica en la vida
pública y, sobre todo, a la teocracia que el tradicionalismo ultramontano
aspiraba a implantar. El Syllabus acababa con las ilusiones
despertadas por el Congreso de Malinas celebrado unos meses antes. Cuando
en 1870 el Concilio Vaticano I definió el dogma de la infalibilidad
del Papa, empujó a muchos católicos liberales, entre ellos los
krausistas y a un buen número de escritores, políticos y hombres
de ciencia, a apartarse de la obediencia de la Iglesia de Roma. y adoptar
una forma de cristianismo racional o religión natural:
... a partir de 1870 -dice Giner de los Rios-
una parte de la intelectualidad española se desplaza hacia una forma
de "cristianismo racional" o "religión natural". Esta modalidad religiosa
dice proceder de la actual insuficiencia de todas cuantas religiones positivas,
hasta hoy, han aparecido en la historia; reconoce la necesidad de un vínculo
real entre Dios y el hombre, declarándole puramente natural y racional
y rechazando todo elemento dogmático, todo misterio, toda revelación
y todo milagro. La existencia y providencia de Dios y la inmortalidad del
alma son quizá los únicos principios comunes a toda esta dirección,
que en Francia y América reviste un carácter esencialmente
sentimental y moral, e intelectual por excelencia en Alemania, donde Dios
es tan sólo el Ser Absoluto, no el Dios vivo, y la religión
se absorbe casi por completo en la metafísica
[29]
.
Transición
hacia el positivismo
El krausismo domina el pensamiento progresista español
hasta que el fracaso de la revolución de 1868 y la llegada de la Restauración
produzca un movimiento de autocrítica y revisión de los supuestos
ideológicos del anterior comportamiento político. En el propio
seno del krausismo se va a producir un acercamiento hacia el positivismo que
tiene como punto de referencia los debates que sobre el mismo se organizan
en el Ateneo de Madrid durante el curso 1875-1876, al tiempo que se produce
un giro político hacia el posibilismo y el reformismo, encabezado por
Emilio Castelar y Nicolás Salmerón, tratando de adaptarse a
las nuevas circunstancias históricas:
Mediante esta revisión de supuestos filosófico-políticos
y esta inflexión reformista, un amplio sector democrático -desde
la derecha castelarina al centro salmeroniano-, frente al viejo estilo de
los procedimientos radicalistas -encarnados por Ruiz Zorrilla-, trata de
adaptarse al nuevo contexto histórico, orientando con frecuencia su
conducta política en criterios científicos, conforme al enfoque
comtiano de lo que debía ser una política positiva. De ahí
precisamente el interés histórico -ideológico de esta
incidencia de la doctrina positiva en el campo democrático: el positivismo
se va a convertir en la más adecuada racionalización y fundamentación
teórica del indudable repliegue y rumbo reformista que toma el liberalismo
español tras el naufragio de la revolución septembrina y la
aparición del espectro de la Internacional. Aunque con más
retraso que en Francia, debido a nuestro más lento y endeble desarrollo
social, la doctrina positiva viene a desempeñar aquí, al menos
en las intenciones, un papel similar, resultado de su más imperiosa
ambición genética: racionalizar el "orden" y el "progreso" de
la nueva sociedad posrevolucionaria. La intencionalidad política del
positivismo encuentra así su acabada plasmación en dicha política
positiva, tras haber configurado un canto a la excelsitud gnoseológica
del método y la fundación de la ciencia social a modo de pasos
intermedios, pergeñando de esta forma un "sistema" perfectamente arquitrabado
y coherente
[30]
.
Desde 1875, la polémica entre el krausismo y el positivismo
es un hecho. El positivismo socava con su crítica los fundamentos metafísicos
de la moral krausista, la cual es considerada por muchos como el mejor freno
al escepticismo criticista y el materialismo naturalista.
En el campo de la creación literaria la influencia
del positivismo no se hace esperar: La fontana de oro, de Galdós
y el estreno del drama de López de Ayala, Consuelo, marcan
el tránsito de la sensibilidad romántica a la naturalista. La
crítica literaria sigue el mismo camino con Pompeyo Gener y Manuel
de la Revilla.
El krausismo se disuelve doctrinalmente ante el positivismo
emergente. Ya en 1875, Canalejas
levanta acta de esta descomposición:
Entre los discípulos del ilustre don Julián
Sanz del Río se han declarado tendencias diversas y encontradas. No
hay ya escuela. Van unos a un theísmo racional y cristiano, propenden
otros a un positivismo comedido y circunspecto; retroceden algunos, aguijoneados
por la duda, a la Crítica de la Razón pura de Kant, tomando
puerto y sagrado en ella, y esta diversidad de direcciones es muy propia
del solícito afán con que el doctor Sanz del Río procuraba
despertar en toda inteligencia el sello característico, original e
individualísimo, que acompaña al hombre
[31]
.
En la propia Institución Libre de Enseñanza
se produce un giro hacia el positivismo fácilmente perceptible en los
programas de las asignaturas y en los trabajos publicados en el Boletín,
cuyos artículos de carácter metafísico idealista ceden
el paso a los dedicados a las ciencias naturales y sociales. De este modo,
el krausismo, que había impedido el arraigo del positivismo de primera
hornada va a convertirse gradualmente él mismo al positivismo. Diego
Nuñez Ruiz ha ilustrado el modo como los viejos conceptos idealistas
se fueron adaptando a las nuevas concepciones positivistas:
De este modo, las categorías básicas
de la ontología idealista van a experimentar un proceso de positivación:
la idea de devenir, característica de la filosofía de la historia
idealistas, se transforma, bajo el influjo del moderno naturalismo, en la
de evolución; al sentido ético-espiritual de la organicidad
krausista, le sustituye ahora otro tipo biológico natural, y del monismo
idealista especulativo pasamos a un monismo científico o positivo,
fundado en sólidos agarraderos científicos. La comprensión
de este proceso filosófico-científico resulta además
de capital importancia, no sólo para captar los nexos de continuidad
de la trayectoria de la filosofía decimonónica -desde Kant
y Hegel hasta Spencer y Haeckel-, a la par que sus divergencias metodológicas,
sino también para apreciar las relaciones recíprocas entre
ciencia y filosofía, así como el nuevo sentido y legitimación
de la actividad filosófica dentro del vigente contexto científico-positivo
[32]
.
Recepción
del pensamiento marxista y bakuninista
La llegada a España, en 1868, del diputado napolitano
Giuseppe Fanelli, discípulo de Bakunin, como enviado de la Asociación
Internacional de Trabajadores supuso una revitalización y un impulso
del asociacionismo obrero todavía incipiente. Al tiempo que Fanelli
hacia su entrada en el país, Bakunin creaba en Ginebra la Alianza Internacional
por la Democracia Socialista, cuyo ingreso en la A.I.T. fue denegado. Fanelli,
ignorante de la situación, repartió estatutos y programas tanto
de la Internacional como de la Alianza y constituyó grupos de una
y otra.
En 1871, Anselmo Lorenzo
asistió en Londres a la Conferencia de la A.I.T., en nombre de la
Federación Regional Española, siendo recibido en casa de Marx,
lo que no le impide inclinarse más tarde por el anarco-sindicalismo.
Por entonces se produce la confrontación entre bakuninistas
y marxistas. En España es la Alianza de Bakunin la que obtiene un
claro predominio entre los dirigentes obreros. Para contrapesar esta influencia,
en diciembre de 1872, Paul Lafargue, yerno de Marx, que se encontraba refugiado
en España desde agosto, es encargado por Engels de la difusión
del marxismo.
Será la presencia en España de Lafargue la
que resulte decisiva para la introducción del pensamiento marxista,
como había sido la de Fanelli para el de Bakunin. Lafargue hizo enviar
desde Londres algunos textos de su suegro y es posible que él mismo
tradujera al castellano el Manifiesto comunista.
El marxismo arraiga antes como movimiento social que como
corriente intelectual pero poco a poco se va extendiendo. En 1874,
José Mesa
debió exilarse, primero en París y finalmente en Londres,
donde colaboró con Marx y Engels. Mesa traduciría al castellano
el Manifiesto comunista y Miseria de la filosofía
. En 1879 se produce la fundación del Partido Democrático Socialista
Obrero Español, contemporáneamente a la del Partido Obrero Francés,
cuyo programa fue traducido y adaptado por Pablo Iglesias.
En 1886, Atienza traduce el texto Socialismo utópico
y socialismo científico y luego el controvertido texto de Gabriel
Deville: el Resumen del Capital de Carlos Marx, acompañado
de un estudio sobre el socialismo científico; también traduciría
el texto de Guesde, La ley de los salarios. Es más bien
la versión de Lafargue y de Jules Guesde de las ideas de Marx vulgarizadas,
simplificadas y esquematizadas, que la propia obra de Marx lo que se va a
introducir en España y esta circunstancia otorga al socialismo español
de la época las peculiaridades que lo distinguen del de otros países
europeos.
En 1894 se publica El origen de la familia, de la
propiedad privada y del Estado, de Federico Engels, y hasta 1903 no
se llegaría a publicar el primer tomo de El Capital,
si bien, en 1898, se había editado una parte del mismo. Treinta y
seis años, pues, tardó en llegar la obra cumbre de Carlos Marx.
Confluencia del
krausismo con el socialismo
Desde su misma fundación se había iniciado
en el seno del Partido Democrático Socialista Obrero Español
un debate acerca de si era posible la alianza con los elementos progresistas
de la burguesía, agrupados en los partidos republicanos.
Mientras Pablo Iglesias
encabeza la facción del partido que considera que las relaciones
entre las clases obrera y burguesa no pueden ser sino de lucha y que el reformismo
de los republicanos no pretende sino utilizar a los obreros sino en su propio
beneficio, Jaime Vera mantenía el criterio de que era preciso colaborar
con los elementos burgueses progresistas en las primeras etapas del proceso
revolucionario. Una de las ideas fundamentales que Vera aportó al
socialismo español fue la importancia que dio a que los intelectuales
se incorporasen a las alternativas de los trabajadores.
Al adherirse el P.S.O.E. al revisionismo de la II Internacional
se produce un cambio de estrategia, al considerarse que la ocupación
progresiva de los aparatos de Estado es el medio más idóneo
para llegar al poder. Se da entonces una importancia decisiva a la preparación
educativa de los trabajadores antes de la toma del poder y se confía
en que un buen sistema de instrucción sea capaz de superar las desigualdades
culturales.
Debido a este doble acercamiento: la conjunción política
con los republicanos y la valoración del papel de los intelectuales,
ingresarán en el Partido Socialista Obrero Español muchos profesores
procedentes de la Institución Libre de Enseñanza, como
Julián Besteiro
y Rodolfo Llopis
, que tendrían una importante participación en la elaboración
del programa pedagógico aprobado en el Congreso del P.S.O.E. de 1918,
en el que por primera vez un partido obrero se plantea una reforma global
del aparato escolar.
Copyright Miguel Angel de la Cruz, 1999
Materiales para la reflexión y el debate